La vida de Jorge Zerpa durante 9 días le transcurrió a través de una ventanilla de autobús cual “view master”. Sus días y noches se mudaron a la carretera. Su destino claro era Chile. Desde Venezuela partió con esta convicción acomodada en un maletín con un par de panes con queso, jamón endiablado, documentos y el miedo de cruzar cuatro fronteras, reseñó Panorama.
Por Jhoandry Suárez
Él prefirió “alzar vuelo en cuatro ruedas”. Emigrar por avión figuraba como una opción que a su bolsillo le daba vértigo, que se escapaba. Otras 22 personas más partieron con él desde Maracaibo, el 30 de enero de este año; sin contar los sueños y nostalgias que se multiplicaron al cruzar de San Antonio de Táchira a Cúcuta.
En el viaje, sus rodillas de hombre de 1,75 metros, descubrieron que el espacio se le achicó: ahora solo contaba con un metro por uno para estar sentado en un trayecto de 7, 536 kilómetros. Cada parada se veía lejana para ir al baño o estirarse. Todo era asfalto. Carretera.
En Colombia, Jorge vivió el terror en su máxima expresión, cuando el chofer se quedó dormido por lo menos tres veces. El zigzagueo de la unidad de transporte encendió el pánico de los viajeros. Conocieron el primer riesgo latente en su recorrido de 36 horas, en el tramo de Cúcuta hasta Ipiales, cerca de Ecuador.
Ahora, cuando rememora la escena desde Chile, describe sin titubear: “El trayecto más difícil fue en Colombia, por los barrancos”. Si a este le suma un conductor dormitando, la escena se torna de espanto.
La preparación para emprender el periplo duró dos meses. En este tiempo, reunió el dinero junto con sus parientes, mediante préstamos y trabajo. Partió con 280 dólares que tenían grabadas las esperanzas familiares.
Dejó atrás su trabajo como periodista y fotógrafo. Un venezolano más que salió de su país en busca del “sueño latinoamericano”. También sus otros compañeros, entre ellos una pareja con sus dos hijos menores de edad.
El señuelo fue que todos iban por vacaciones para aprobar el examen inquisitivo de algunas oficinas migratorias. Y así, cerca de 216 horas permaneció rodando, entre incomodidades y cansancio.
En cada escala iba anexando a su lista de peligros otros que escuchaba: un autobús se volcó y una venezolana resultó herida; otro, que salió al día siguiente de su partida de Venezuela, fue víctima de un robo y a los pasajeros les quitaron hasta los títulos académicos; en otro lugar, un paisano con cuchillo en mano se defendió de unos ladrones.
Advierte que los venezolanos se han convertido en uno de los objetivos de la delincuencia en otros países, pues muchos llevan dólares.
Jorge cruzó la mitad del mundo en Ecuador, de allí a la tierra del Machu Pichu, luego a Chile y por último, al extremo sur de este país, a Port Monta.
Ya el 7 de febrero, pudo por fin arribar a la tierra que ansiaba. No obstante, se entristece porque tuvo que “volar” tan alto, fuera de su tierra para buscar oportunidades.
“Este movimiento nunca ha sucedido en el país, más bien Venezuela era receptor de emigrantes, actualmente es todo lo contrario”, opina, mientras su voz ronca delata la temperatura fría de donde vive, un claro cambio con respecto a los 40°C a los que estaba acostumbrado que irradiaba su Sol Amado marabino.
La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) reportó en un informe del 2015 que en países de América Latina se encontraban 133.381 venezolanos. Y cifras del Departamento de Extranjería y Migración del Ministerio del Interior, en Chile, apuntan que allí viven ocho mil venezolanos, que corresponden al 1,9 de los extranjeros. El dato más relevante es que del 2005 al 2015, subió el número de entrega de visas temporales de 383 a 8.381.
A estas estadísticas se les debe sumar ahora a dos venezolanos más. Primero Jorge, y más recientemente, el de Silvia Smeraglia, quien llegó a la capital chilena el 14 de febrero. La joven señala que lo que más le impresionó del recorrido fue que lo afrontara un hombre de 54 años, junto con otras 3 personas, entre ella una señora de 39, y dos niños.
“El señor llegaría súper cansado, el viaje duró 9 días. No me imagino lo que vivió”, cuenta. Lo que deja claro que para emigrar, tal como dice una canción del amor, no hay límites de edad.
Ya cinco meses antes, Karla Uzcátegui con su título de Publicidad y Relaciones Públicas de LUZ, se embarcó en similar osadía por tierra al mismo destino. Desde allá relata que lo decidió en cuestión de una semana, animada por ahorrarse dinero, pues el precio de un pasaje de avión puede ascender a 1.200 dólares, al igual que para Ecuador o Perú.
Aquí abandonó sus negocios itinerantes de bisutería y productos dietéticos y partió por una ruta diferente a la de Jorge. Para ella su primera parada fue Maicao.
La joven de 28 años narra: “Solamente en Perú tuvimos 12 horas en el mismo bus y teníamos hambre, mucha gente quería ir al baño y no había esa posibilidad. También fue difícil para dormir; aunque esto no me afectó tanto, para otros que iban sí fue muy duro”.
A su salida, el 26 de octubre, también los riesgos le acecharon. Casi cae en una trampa. “En Perú nos quisieron estafar con boletos de 10 dólares para cruzar la frontera, sonaba muy bien. Pero a la final era mentira. Menos mal lo descubrimos”, expresa aliviada.
“También uno de mis compañeros (fueron cuatro) casi se queda en la frontera con Colombia porque se puso nervioso cuando el funcionario de migración le preguntó a dónde se dirigía”, agrega.
Mientras que ellos ya se fueron, Danny Faría, desde su trabajo en un ciber marabino, reúne el dinero para comprar un boleto de bus para Ecuador.
En su verbo pesa una frase: “me quiero ir”. “Me frustra que los patronos no sepan a qué se dedicarme a mi profesión de sociólogo y uno les tenga que explicar. Quiero crecer”, arguye el joven de 22 años, con un poco más de dos meses de graduado.
Las ofertas en internet para viajar de esta manera desde Caracas o Táchira sobran. Agencias ofrecen este tipo de servicios por un aproximado de 290 a 350 dólares.
Los únicos requisitos que solicitan son pasaporte y el certificado de la vacuna de fiebre amarilla. El pasajero tiene derecho a un equipaje de 25 kilogramos.
Una incógnita se abre frente a este escenario rodante lleno de dificultades, riesgos y peligros: ¿Las carreteras latinoamericanas seguirán siendo testigos de la salida de venezolanos “en busca de oportunidades”?