Eran los años 20 y antes de su triunfal regreso a la academia de pintura mexicana, Diego Rivera (1886-1957) se enamoró de una pintora rusa que había sido alumna de Henri Matisse, para quien también traducía tratados de pintura al francés.
Por Gustavo López / Cultura Colectiva
En 1909, ella tenía 29 y él 23. Estaban en Brujas cuando fueron presentados por una de sus amigas en común. Diego Rivera no hablaba francés y Angelina Beloff entendía poco el español, aún así comenzaron a verse, y junto a algunos amigos, recorrieron parte de Europa estudiando y ensayando obras. Al regresar a París, comenzaron la relación formal.
Beloff escribió en sus memorias, refiriéndose a Rivera: “En aquel entonces era un pobre estudiante de 23 años que no sabía mucho del mundo de
París, pero yo ya empezaba a amarlo en serio”.
Comenzaron a trabajar y pintar juntos; actualmente se expone en el Museo de Arte Moderno de México, un retrato de la rusa hecho por Diego Rivera.
“Cuando nos reuníamos hablábamos de nuestro porvenir, del matrimonio. Diego argüía que sentía temor, en caso de que nos casáramos, de que por falta de trabajo tuviéramos que vernos obligados a vivir en un taller, y que si tuviéramos un hijo tendríamos que tener los pañales dentro”.
Aunque el trabajo de Diego Rivera destacó más que el de ningún otro artista mexicano de la época, el de Beloff, igual que el de muchas de las compañeras de los grandes pintores, quedó en el olvido. La rusa sobrepuso la obra artística de Diego a la suya, por lo que su obra no es tan reconocida en México, ni Rusia, ni el resto del mundo.
En 1910, Diego Rivera regresó a México durante un año y al volver a París, se casaron y comenzaron a vivir juntos en diferentes países europeos. Juntos se unieron al cubismo de Picasso, quien los visitaba de vez en cuando en su pequeño departamento.
En 1914, Angelina comenzó una relación amistosa con el escritor y político Alfonso Reyes, que años más tarde sería la persona que posibilitaría su traslado para vivir en México, en 1932; aceptando el puesto de maestra de artes plásticas en escuelas oficiales de la que es parte hasta el años de 1945.
Su trabajo no sólo se basó en el óleo, Angelina realizaba acuarelas y serigrafia para componer bodegones, autorretratos y paisajes. Buscando a través de su obra la reflexión y observación paciente del mundo.
Diariamente, Angelina realizó cuadros para representar el México urbano, los edificios modernos y las olvidadas montañas de las zonas aún rurales. Creó personajes como “la muñeca pastillita” para los niños de este país e incursionó en el teatro guiñol.
Sin embargo, muchos inviernos antes de venir a México, en el crudo frío parisino de 1917, murió de una bronquitis, que después se volvió bronconeumonía, Miguel Ángel, el bebé de Angelina y Diego. Había nacido en el verano de agosto de 1916. Este hecho lo cambió todo ya que el futuro muralista se fue separando de su mujer, abandonó el cubismo y ella se fue sumergiendo en sí misma.
En agosto de 1921, Rivera rompe su vida en París, y decide regresar a México, donde realiza su primer mural al siguiente año.
Del amor que los unió sólo queda registro por las memorias de Angelina Beloff y el entusiasmo de Poniatowska al escribir “Querido Diego, te abraza Quiela”.