La conducta, actuación y actitud de la población venezolana en los últimos años han estado intensamente caracterizada por la angustia, la desesperación, la rabia, la impotencia y la frustración; emociones negativas que constituyen el perfil psicológico del venezolano en los últimos años.
En los venezolanos de hoy sobresalen las emociones negativas, y este estado de ánimo se ha prolongado durante mucho tiempo. Hay un conjunto de síntomas emocionales que hemos venido observando con frecuencia en las personas y que la gente piensa que son normales.
Detrás del diagnóstico de las alteraciones mentales y las estadísticas registradas, en los consultorios de atención psiquiátrica y psicológica, públicos o privados, ha surgido un drama que tiene rostro de tragedia, con síntomas suficientes para perturbar la vida psíquica de cada persona que vive en el país: la realidad de Venezuela. Dependiendo del nivel de consciencia o de fanatismo, esa realidad tiene diferentes disfraces, pero todas son amenazantes ya que su aspecto más visible es un país arruinado con una economía totalmente destruida. Lo que estamos viviendo es producto de la inconsciencia, la irresponsabilidad, la improvisación y el desconocimiento.
El cumulo de problemas y conflictos que está viviendo la población venezolana ha quebrantado psicológicamente al venezolano hasta el punto de generalizar el dolor personal y convertirlo en malestar colectivo, en lo que algunos especialistas del campo de la psicología social han dado en llamar “sufrimiento social”. Esto quiere decir que en situaciones de crisis aparecen indicadores psicológicos que revelan cómo la influencia del contexto país afecta la psicología personal. El incremento del sufrimiento social implica el aumento de enfermedades psicosomáticas y habla de un acrecentamiento de un malestar en la cultura o de una cultura de malestar.
Hemos escogido, con frecuencia, gobernantes que han usado nuestras frustraciones, la antipolitica y el analfabetismo político para manipularnos. Hoy más que nunca el Gobierno tiene una maquinaria propagandística trabajando para desesperanzarnos, frustrarnos, decepcionarnos o generarnos miedo intenso para paralizarnos.
Sin negar la realidad existente, necesitamos sustentar nuestra esperanza para no caer y hacernos eco de la falsa creencia de que todo está perdido y de que no hay salida. Es preciso llenarnos de fe, confianza y seguridad, centrarnos en la realidad, no metiendo la cabeza como el avestruz, generando pensamientos positivos a pesar de las adversidades y recordando siempre que es necesario saber esperar.
Es necesario esperar, aunque la esperanza haya de verse siempre fracasada, pues la esperanza misma constituye una actitud optimista, y sus fracasos, por frecuentes que sean, son menos horribles que su extinción. Nunca será tarde para buscar un país mejor y más moderno, si en el empeño ponemos coraje y esperanza.