No se dice nada nuevo ni original si se insiste en que Venezuela vive hoy una de sus más graves crisis. Pero nunca está demás repetirlo.
Sin embargo, el régimen, mentiroso y perverso, intenta mantenerse en el poder como sea, lejos de cualquier escrúpulo y apelando a la inmoralidad y la corrupción, pasando por encima de la Constitución y las leyes, mostrando total desprecio por la voluntad popular y la comunidad democrática internacional.
Y es que, luego de casi 18 años de ejercicio pleno del poder, su único logro es haber destruido a Venezuela como el país democrático y soberano que fue hasta 1998, así como arruinado nuestras inmensas potencialidades de desarrollo y -por si fuera poco- nuestras riquezas petroleras y mineras, en lugar de haberlas utilizado como palancas para asegurarle un mejor porvenir para los venezolanos.
Nada de eso fue posible, repito, a pesar de estas casi dos décadas de ejercicio omnímodo del poder y de haber manejado una masa inmensa de petrodólares, como nunca antes lo hizo gobierno alguno. Y esta es hoy nuestra gran tragedia como nación, por culpa del grupo de irresponsables, corruptos y demagogos que asumieron el poder en 1999, luego de haber engañado a millones de ilusos con una falsa bandera de cambio, ahora convertida en imperdonable tragedia para todos los venezolanos.
Por desgracia, esa colosal burla a quienes votaron entonces y después por Chávez, y luego por Maduro, no los libera de haber incurrido en una irresponsabilidad histórica que no podrían nunca justificar ante sus hijos y nietos, las principales víctimas -por cierto- del desastre que hoy sufrimos. Menos puede liberar a quienes fueron dirigentes de aquel delirante “cambio”, aunque luego se hayan pasado a la oposición, y algunos aceptados como sus dirigentes, sin haberles escuchado, al menos, una disculpa.
Y este es el otro asunto que no se puede obviar. A pesar de que la demagogia de algunos dirigentes opositores les impide decirlo, la verdad es que la actual crisis se va a prolongar por algún tiempo, al igual que la inacabable maldición peronista que acompaña al pueblo argentino desde hace sesenta años. No será fácil sacar a Venezuela en lo inmediato del precipicio en que la ha hundido el actual régimen, aunque tal vez la recuperación sea más corta que la trágica experiencia de Argentina.
Pero hay que decirlo claramente. Y es que, a pesar de la repetida ilusión alrededor de “los nuevos líderes” (olvidan que también Chávez llegó gracias a esa misma prédica), lo cierto es que requerirá fundamentalmente de un liderazgo experimentado, al igual que de un equipo con las mejores inteligencias venezolanas para diseñar y ejecutar un plan de emergencia que, junto al trabajo y la dedicación de los venezolanos, pueda poner otra vez al país en marcha.
Porque aquí no hay que llamarse a engaño sobre lo que vendrá luego, una vez que se produzca el necesario cambio en la conducción de Venezuela. Será ciclópea la inmensa tarea de sacar a millones de venezolanos de la pobreza, mediante la creación de empleos bien remunerados y estables; implantar un sistema de seguridad jurídica, social y personal para todos; obtener financiamiento internacional para recuperar nuestra economía y reabrir las miles de empresas industriales y agropecuarias cerradas, expropiadas o saqueadas en estos 18 años.
Será igualmente ciclópea la tarea de regresar la probidad administrativa al gobierno, así como devolver su carácter apolítico y no partidista a la institución militar, y derrotar la cultura del populismo y el clientelismo corrupto con que el actual régimen sostiene su maquinaria y sus cuerpos paramilitares.
Las crisis por lo general son también oportunidades para producir cambios trascendentes en la historia de los pueblos. Confiemos entonces en que esta que ahora nos ha producido tanto daño pueda traer consigo también el imprescindible cambio que tanto anhelamos la mayoría de los venezolanos.