La Liturgia de la palabra de este tercer domingo de cuaresma nos muestra el acontecimiento narrado en el Santo Evangelio de San Juan (Jn. 4,5-42).
Viendo el relato desde la sola perspectiva literal pudiéramos asumir que Jesús no muestra empeño alguno, por lo menos en facilitar a la samaritana la recolección del agua, que ella, con esfuerzo tiene que extraer del pozo de Jacob bajo el fatigoso calor del mediodía. Tampoco leemos que Jesús muestre inconformidad sobre el porqué tiene que ser una mujer y no un hombre quien asuma el difícil oficio de sacar el agua del pozo a esa hora.
Viendo el Evangelio desde otra perspectiva, notamos que la Samaritana, atónita y admirada a la vez de que Jesús conozca su historia personal anuncia la noticia a los suyos y a todos los de su pueblo, que finalmente terminan también escuchando, creyendo y abriendo sus corazones al Señor.
Las condiciones iniciales del diálogo son totalmente contrarias a la armonía y a la posibilidad de convivencia: Era mediodía, hacía mucho calor y ambos necesitaban agua. Pero en el encuentro se produce del diálogo entre Jesús, un judío, que además es rabino y una mujer, que para colmo es samaritana. Los judíos no hablan con los samaritanos por asumir que los samaritanos se habían apartado de la creencia en un solo Dios, desde los años de la deportación en Babilonia.
El encuentro se produce, sin embargo en torno a un lugar, que es, por una parte neutral pero a la vez imprescindible para judíos y samaritanos. El encuentro y con ello el diálogo se inicia en torno al pozo que Jacob había heredado, tanto a unos como los otros, ya que ambos grupos son Israelitas. Y se inicia entorno a la fatiga y a la sed, esto es, en torno a la necesidad de unos de saciar la sed para seguir viviendo y al deseo de Dios de querer dar la verdadera vida, que no termina con la muerte física.
Pero para tener vida en abundancia es menester que comencemos por conocer a Dios y por conocernos a nosotros mismos, de tal manera que se produzca una ruptura entre lo que pudiéramos creer necesario para vivir y lo que es verdaderamente necesario para ello.
Para Judíos y samaritanos era tema de vital importancia y de continua discusión, la disyuntiva de cómo y dónde se debía adorar a Dios. Para unos debía hacerse desde Jerusalén y para los otros desde el monte Garizim.
Jesús entra en escena, justamente para dar una respuesta a las diatribas, divisiones y necesidades de quienes, aun teniendo fe, de quienes aun creyendo pero segados por las superficialidades no pueden descubrir el camino y carecen, por ello de esperanza.
De tal manera que no se trata de un lugar específico, como en el caso de judíos y samaritanos, sino de una apertura a Dios, que quiere se adorado en Espíritu y verdad.
La respuesta que se produce en el Evangelio de hoy es el mismo Jesús, es su Evangelio, es su Palabra viva y vivificadora. Y esa respuesta la encontramos solamente a través de la escucha de su palabra y de la fe en el Cristo, en el Mesías que transforma la vida de quienes lo siguen.
De allí la respuesta de Jn. 4,23: “ Ya llega la hora, ya estamos en ella en el que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en Espíritu y verdad”.
Y ante la apertura de la samaritana que, junto a su pueblo espera al Cristo, al Mesías se produce nuevamente la respuesta de Jesús: Yo soy, el que está hablando contigo.”Jn. 4,25.
Aun en nuestros días se puede visitar en tierra santa el pozo de Jacob y aun hoy se puede extraer agua desde su profundidad. Pero también hoy nos habla el Señor en su Evangelio y nos invita a descubrirle para darnos vida en abundancia.
La hora de la que habla Jesús a la samaritana es confundida por muchos como el momento en que debamos experimentar la muerte física para pasar a la eternidad. Pero no es ese el tema del que nos habla el Señor. Ciertamente deberemos todos cruzar esa frontera entre la vida física y la vida sobrenatural. Pero el comienzo de la hora de la que nos habla Jesús es la fe, marcada por la escucha de su palabra y que transforma la vida de quienes la ponen en práctica.
La samaritana creyó la palabra de Jesús y lo anunció entre los suyos, entre los samaritanos. Los samaritanos creyeron el testimonio de aquella mujer e invitaron al Señor a quedarse con ellos.
Era evidente que junto a la sed corporal se sabían los samaritanos sedientos de Dios y que era ese el agua que Jesús vino a brindarles.
Aprovechemos la fatiga y la sed de este tiempo de preparación cuaresmal para pedirle a Jesús que nos permita encontrarlo, que nos hable para conocerlo, que calme nuestra sed y que abra nuestros corazones y nuestros labios para darlo a conocer entre nuestros hermanos.
Feliz domingo, día del Señor