La extraordinaria lucha del pueblo venezolano por recuperar su libertad hubiera tenido éxito hace mucho tiempo si se tratara solamente de una confrontación interna entre venezolanos. El problema radica en que se enfrentan –casi solos- al imperio dictatorial castrista que ha convertido a Venezuela en su principal colonia. El triunfo del pueblo venezolano hace que Cuba pierda la hegemonía regional y sea forzada a defenderse en su propio territorio, por eso Venezuela es la última trinchera del imperio dictatorial castrista.
El enemigo real del pueblo venezolano es la dictadura cubana que tiene subordinadas las dictaduras del socialismo del siglo XXI (SSXXI) Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua y que controla por medio de la prebenda con petróleo venezolano, a los países del Petrocaribe que son -además de Cuba y Venezuela- la República Dominicana, Nicaragua, Antigua y Barbuda, Bahamas, Belice, Dominica, Granada, Guyana, Jamaica, Surinam, Santa Lucia, Salvador, Guatemala, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas, Honduras y Haití.
El control de los países del SSXXI y del Petrocaribe representa que Cuba sin estar activamente en la Organización de Estados Americanos (OEA), maneja un total de 22 votos de los 35 miembros activos. Por eso, mientras Cuba opere el gobierno títere de Nicolás Maduro en Venezuela o lo reemplace por un nuevo operador castrista, podrá sostener el control del Petrocaribe y en consecuencia manipulará la mayoría de votos en la OEA, amenazando y paralizando el rescate de sus principios y valores que lidera el Secretario General Luis Almagro. Esto hace imposible cualquier acción efectiva a favor de la democracia y cualquier sanción contra las dictaduras, incluso frente al fraude electoral, como acaba de suceder en Ecuador.
Esta estructura de poder regional fue creada por Hugo Chávez asociado con Fidel Castro con el dinero del petróleo venezolano, luego apoyado por la corrupción y el narcotráfico, con proclama antiimperialista y fue liderada por Chávez hasta su muerte. Mientras Chávez vivió, él era el líder, el jefe y los Castro estaban relegados a un segundo plano, al extremo que para dar un rol a Fidel Castro crearon esa especie de “oráculo de La Habana” donde todos visitaban y pedían consejo al dictador cubano mientras Chávez viajaba, intervenía, derrocaba o sostenía gobiernos, daba órdenes, repartía dinero, insultaba y amenazaba a los Estados Unidos y ejercía el poder en la región trapeando al secretario Insulza, señalando confiscaciones, presos, exilios o premios.
La muerte de Hugo Chávez entregó al castrismo el liderazgo político de América Latina. La primera demostración fue la institución del sucesor de Chávez en Venezuela con Nicolás Maduro, a dedo en la interna chavista y con fraude en las elecciones del 2013 contra Capriles. Así el castrismo subordinó al chavismo dentro la denominada revolución bolivariana y con gobierno castrista Venezuela quedó convertida en su colonia. Castro reemplazó al Chávez muerto en la jefatura del delirante pero extendido proyecto del SSXXI y con ese poder Cuba consolidó el control de instituciones en Naciones Unidas (ONU), la OEA, ganó influencia sobre el Vaticano y en el gobierno de los Estados Unidos llegando a la “normalización de relaciones”.
Con Chávez vivo, las FARC eran un aliado subordinado del proyecto SSXXI introducidas por el castrismo que las sostenía, protegía y usaba desde varios años atrás. Cuba pasó de aliado de las FARC a mediador imparcial y condujo el “proceso de paz Colombia-FARC- que terminó firmado pese a la oposición del pueblo colombiano que dijo NO en el plebiscito. La relación FARC-castrismo-chavismo convirtió rápidamente a los limítrofes Venezuela y Ecuador en soporte de la guerrilla, pero hizo de Venezuela el “eje del narcotráfico”, nutrido por la producción colombiana y la del cocalero Evo Morales en Bolivia, con efectos tan notorios como los sobrinos de la primera dama venezolana presos por narcos en Nueva York, el jefe antinarcóticos de Morales condenado por narco en la Florida y el actual vicepresidente El Aissami acusado de narcotráfico, entre muchos otros.
La dictadura castrista acercó y facilitó la penetración de Rusia, Irán, Corea del Norte a sus territorios controlados de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, la Argentina de los Kirchner, el Brasil de Lula y Rousseff, y obviamente en los países del Petrocaribe. El fortalecimiento de estas alianzas mundiales le otorgó un poder que hasta ahora detenta en la ONU y en sus organismos especializados, acrecentando su capacidad de confrontación y negociación con los Estados Unidos. El gran flujo de dinero le permitió favorecer negocios en toda la región con contrapartes amistosas del castrismo haciendo, por ejemplo, aliado incondicional al Gobierno español de Rodríguez Zapatero.
Este apretado resumen es historia verificada. Demuestra que el pueblo venezolano, en la recuperación de su libertad y su democracia, no está luchando contra el “dictador títere Nicolás Maduro”, no es un problema interno entre venezolanos. El enemigo es el “imperialismo dictatorial castrista” con su centro de poder hegemónico en La Habana y con: sus incondicionales Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Salvador; con 18 países más del Petrocaribe; con las FARC y el narcotráfico movilizados (como lo estuvieron para el derrocamiento del presidente boliviano el 2003); con un aparato de control y/o neutralización de organizaciones internacionales; con aliados mundiales muy poderosos coincidentes en su ataque a Estados Unidos y/o en muy buenos negocios; con corruptela transnacional que teme el destape de sus crímenes; con nuevos ricos operando medios de comunicación y prensa; con dinero ilimitado para corromper; con vinculaciones al terrorismo islámico. Por su propia seguridad las democracias no pueden dejar solo al pueblo venezolano.
*Abogado y Politólogo. Director del Interamerican Institute for Democracy
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