Raúl Castro reaccionó como el curtido tirano que es, astuto en las trampas, áspero y parco en conocer a la gente. Lleva medio siglo ordenando, cuando uno se hace viejo sin que nadie le discuta, olvida pensar.
Debe estar preocupado no por los problemas de Venezuela, sino por sus problemas en Venezuela. Con experiencia y talento, centenares de empleados castristas están estratégicamente ubicados en cada sector del régimen -inteligencia castrista, ingenuidad madurista-. Mandan, pero lo que sale de sus manos deja de funcionar. Así de profunda y decepcionante para él es nuestra dependencia.
El despótico sucesor de Cuba -trabajó desde tiempos, aprendiendo, adueñándose de la fuerza militar y del partido, Fidel hablaba, Raúl ejecutaba- necesita a Venezuela, no la de Rómulo Betancourt, sino la ignorante de Chávez y sucesiones sanguijuelas. Pero de un tiempo para acá, todo indica que la colonia productiva puede liberarse. Peor, lo está haciendo.
Por eso reafirmó su incondicional apoyo al regente bolivariano, no tiene otra salida. El autócrata culpó de los males a los Estados Unidos, no puede reconocer ante sus propios adulantes que la culpa es de quien ellos formaron y pusieron a cargo. La repetida excusa de que el desbarajuste de su colonia se debe a intereses económicos, recomendando un diálogo constructivo y respetuoso entre sus súbditos leales, obedientes con los traidores alzados, rebeldes como única vía para encauzar las diferencias, no es original, pero es la que tiene a mano.
Sus planes y expectativas se tambalean por obra y coraje de jóvenes que se enfrentan a pecho descubierto, con ingenio, bravura y osadía, a vehículos blindados, uniformados y delincuentes armados que frenan pero no vencen. Y sobre esos equipos y bárbaros provistos, una dirección que ni entiende ni toma decisiones confiables.
El opresor cubano habló a un auditorio domesticado, que escucha y aplaude cuando una pausa se lo permite, hasta se podría pensar que la fuerza y número de palmadas están detalladamente programadas, previamente ensayadas. Pero exteriorizó lo único que puede decir y exponer. Sólo por referencias siempre filtradas y distorsionadas conoce esa extrañeza llamada democracia, creció y está muriendo en tiranía. Raúl y su revolución están viejos y cansados.
Con esa escuela fue formado el delegado local -nunca fue un estudiante fervoroso, mejor bailarín que caletrero- al cual se le entregó una colonia que ya venía tropezando por los afanes y delirios del antecesor que llenó el mundo con copias de la espada de Bolívar entre abrazos, sonrisas y retórica delirante. El hijo de la revolución ni entiende ni atina a resolver los problemas que le crecen en las narices, es sociable pero fatuo. No por personalidad propia, sino por falta de ella.
Castro insistió en denunciar las “agresiones, sanciones e injerencias” del imperio, la OEA y varios países que, buscan derrocar al administrador de su aposento. Ante su impersonal audiencia, la Asamblea Nacional de Cuba, que celebró una sesión para certificar lo ya aprobado por el Partido Comunista. Dijo más de lo mismo, los comunistas llevan más de un siglo con los mismos pretextos, siempre habrá alguno gobernando en alguna parte mientras existan tontos que les crean, y sólo han logrado el nacimiento de la derecha, o de un furioso capitalismo en otras.
La de la Cuba actual es el original de la versión propuesta por Maduro en su constituyente. En Cuba son 596 asambleístas, en Venezuela 500 y pico serán los constituyentes. En Cuba ratificaron el modelo socialista adulterado y en Venezuela se preparan a cambiar la Constitución para lo mismo. En Cuba se confirma que el Partido Comunista es la máxima fuerza que guía la nación, se prohíbe la propiedad privada y riqueza, el Estado domina la economía socialista y se subraya el papel del Partido Comunista como fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado. En Venezuela será el PSUV, que es lo mismo pero menos organizado, disciplinado, y, tómese nota, sin un Fidel Castro o siquiera un Hugo Chávez.
Raúl Castro, cuyo régimen es aliado político y económico de Venezuela, por eso corresponsable del desastre que asfixia a Nicolás Maduro, aseguró que los intereses económicos tratan de impedir la continuidad de la revolución bolivariana iniciada por el fallecido mandatario en 1999. Quizás por comunista y represor experimentado, o porque los años le están pegando, mezcló dirigencias de los sucesos de 2002, paro petrolero de 2003, rebelión popular de 2014 y la aún mayor, la aplastantemente popular rebelión social de 2017. Su audiencia cubana ni le creyó ni no le creyó. Oyen y obedecen. Son autómatas sin criterio y sumisos. Son nada.
Justo lo que no le está pasando a su delegado criollo, a quien nadie escucha ni obedece, sus cadenas nacionales no son más que aburrimientos con ruido. Castro recalcó la solidaridad de Cuba con “la unión cívico militar del pueblo venezolano”, precisamente uno de los vicios que más le critican a su muchacho de mandado, tan incapaz él como su antecesor, sólo han logrado arruinar a una de las corporaciones más sólidas y rentables del mundo, además de abatir una economía y desgarrar una sociedad, avanzando en copiar, la tiranía devastada de los Castro.
Por eso Raúl, y sus militares que nunca sonríen porque no los enseñaron, servidores políticos entrenados para obedecer pero no para tener iniciativa, no pueden ayudar a quien ni siquiera sabe que no sabe nada. La misma Cuba se le está deshaciendo, mucho más lentamente porque es una callosidad con demasiadas décadas de solidificación, pero en un proceso inevitable. Castro no es tan estúpido como para creer, aunque lo desee, que vivirá eternamente. Y sabe también -quizás ni le importe, que a los ochenta años se tienen melancolías pero no sueños- que no tiene sucesor. Hay empleados de confianza, pero no un heredero, la isla-prisión a su muerte ya no lo volverá a ser.
Nicolás Maduro, no tiene quien lo ayude, salvo que los venezolanos nos cansemos de luchar. Pero eso no está ocurriendo.
@ArmandoMartini