La imagen es lapidaria. Mientras el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Sr. Julio Borges, se voltea para retirarse del despacho del militar, éste le empuja por la espalda. La fotografía muestra el medio rostro del militar, coronel Lugo, en semioscuridad mientras la mano extiende sus cinco dedos como tratando de atrapar al diputado.
Quizá de entrada la imagen no dice mucho para quienes padecen de cerca las dramáticas y espantosas atrocidades que ejecuta el régimen del dictador Maduro. Pero un breve análisis semiológico a esa fotografía nos resume parte de la historia venezolana, sometida en la actualidad a una brutal represión de Estado que estaría por desembocar, para finales de julio, en el llamado Estado comunal.
Y uno de los soportes de este nuevo país recaería en personajes militares, como el de esa triste y oscura fotografía. La mano que empuja la civilidad es la mentalidad militarista que pisotea la voz del pueblo. Una mano fascista, abiertamente arbitraria que se escuda en la fuerza de las armas y la brutalidad de la represión.
Ciertamente que no son todos los militares venezolanos quienes actúan de esta aberrante manera, pero llama poderosamente la atención que pasados más de tres meses y con más de cien asesinados, decenas de heridos y miles de secuestrados, no se han pronunciado para denunciar estos atropellos contra la condición humana de la población venezolana.
La mano de este militar es escandalosamente insolente, ofende la moral republicana y agrede la tradición democrática de los ciudadanos. Representa lo más bajo y tenebroso de la mentalidad militarista que cercena la libertad y reprime los derechos humanos de los ciudadanos.
Es posible que el representante del Legislativo pudo enfrentarse con mayor ahínco al agresor de la civilidad. ¿Pero qué se puede hacer cuando se está rodeado de fusiles y bayonetas, mientras te acechan como fieras esperando la orden de atacar?
Hemos indicado en otros escritos la grave permanencia de militares, bien en funciones o retirados, cumpliendo funciones en la administración del Estado. Los estudios indican que existe una presencia militar cercana al 40% en las diferentes estructuras político-administrativas del Estado. Desde gobernadores, ministros, alcaldes, presidentes de institutos autónomos, embajadores, entre otros cargos. Además de su natural presencia en las jefaturas militares.
La aberrante mentalidad militarista no debe entenderse como inherente al estamento militar. Porque lo dolorosamente espeluznante es que existen muchos civiles, entre ellos políticos, con esa alucinante mentalidad. Como también que existen militares institucionalistas con una marcada tradición civilista, estrictamente apegados a las leyes. Para mi gusto y por la crisis que tenemos, diría que demasiado apegados.
Es insólito tener que soportar, en plena era digital, imágenes como la descrita. Donde un sujeto militar empuja a un civil, sacándolo del recinto legislativo. Esa imagen sé que va a quedar como aporte doloroso a estos momentos históricos que se viven en la Venezuela, aún republicana.
No creo que estas imágenes contribuyan a fortalecer, ni la democracia ni mucho menos la civilidad en la sociedad venezolana. Por el contrario, a medida que transcurren las horas y días, se acentúa la agresión de esta barbarie de uniformados verdes, quienes ingresan a los hogares de las familias, en sus casas y apartamentos. Les derriban sus puertas de entrada. Destruyen todo a su paso. Roban sus bienes de valor y hasta asesinan sus mascotas. Dejan una estela roja de desolación, odio e impotencia. Pero despiertan entre los ciudadanos un repudio generalizado. Una solidaridad vecinal compacta y masiva. Y sobre todo, la inquebrantable sed de justicia en una Resistencia que crece en cada golpe y humillación.
Porque la resistencia y la respuesta que se está construyendo implican el apego al “Derecho a la legítima defensa” amparado en la legislación venezolana vigente. Y será ahí, junto con los artículos 333 y 350 donde los ciudadanos derrotaremos esa mano atrevida y cobarde. Que agrede por la espalda. Porque teme mirar de frente el rostro del venezolano civilista y tradicionalmente democrático.
Los ciudadanos civilistas, unidos, derrotaremos la mentalidad militarista y sepultaremos para siempre la dictadura de malandros y mafiosos del socialismo del siglo XXI.
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