Las abrumadoras murallas improvisadas han sido un severo impacto del cual no saben cómo recobrarse. Se ven consternados, con las mejillas fruncidas y gruñendo palabrotas torpes y acaloradas. Los insultos son desproporcionados hacia los motivadores de estas terribles trincheras, para apagar la normalidad y darle vida a la consternación nacional.
Ramas, desechos oxidados, cintas, troncos y los desperdicios inimaginables tapian las avenidas, como en un silencio fúnebre. Nadie tiene el derecho de desatar esos nudos corpulentos a las calles. Ni una brizna impetuosa podrá pasar. Así es el dictamen interior, duro, firme y conciso. Este es su terraplén, la barricada rebelde, el juego rígido para lograr los sueños de esta juventud alentada. La libertad debe ser espesa en riesgos. La turbulencia de la metralla y los gases opresivos no empañan la decisión, que no quiebra ni disminuye.
La lucha intestina tiene a esos soldados citadinos del bien, arriesgando el pellejo, para zanjar una deuda patriótica. Que se recobre el sentido a la democracia, que yace dormitando en la garras de la tiranía. Sólo fue calmar a la costumbre de la desgracia por un día. Acallar a Venezuela por 24 horas. La consigna es cumplir con esa agenda sin requiebres, como orden selecta y determinación infalible.
Pero de repente, como sucede siempre, arriba el batallón del terror a desmoronarlo todo con su saña de violencia. Sólo el pasado jueves arrestaron a 261 personas en el paro cívico nacional. El gran pecado de estos ciudadanos decididos era el de ser celadores de la tranca.
El hito histórico de detenerle el segundero al país con tanto impulso, enervó al gobierno, sitiado por la ilegalidad de sus propios actos. Su errabunda constituyente es despotricada por tantos flancos internacionales, que ya algunos abandonan el barco, antes que entre el agua insondable de las medidas extremas.
El diplomático Isaías Medina, homónimo de un antiguo presidente venezolano, decide renunciar a la Misión de Venezuela en la ONU, ante la consecuente y despiadada represión del régimen. La intervención del presidente de la OEA en el hemiciclo del senado norteamericano, las constantes advertencias de la Casa Blanca sobre nuevas medidas a tomar de seguir con la constituyente, la intervención de Santos desde La Habana y los rumores desatados en las propias entrañas socialistas, tienen al gobierno de Maduro resbalando en sus mismas arbitrariedades.
El pueblo espera desmontar sus relojes, plantarle cara a la osadía sin retrovisores y fijar la tan esperada hora cero. Más de siete millones 600 mil venezolanos se expresaron sin dudas en los bolsillos y con escasos centros de votación, asumiendo la necesidad hasta las glándulas de no querer más comunismo cubano ni constituyente, que terminen de desbarrancar cualquier atisbo de autonomía y prosperidad.
No hacen falta admirables vaticinios, entramados confusos o deducciones fantásticas para comprender que el tiempo tiene los minutos contados para el desenlace. Hoy nuestra calidad de vida está infestada de desmoralizaciones. Se acabó hace mucho la reserva de la paciencia al venezolano, siendo capaz de allanar en su empecinamiento, donde se cuecen los finales más imprevistos. La hora cero vive de la geometría del estremecimiento, que no amilana sino fortalece la acción de nuestra gente.
No hace falta releer las “Lanzas Coloradas” para comprender los entresijos de la nueva independencia. Mientras, ubicaremos en pocos días el punto exacto en nuestros relojes —tal vez entre el doce y el uno—, donde estaría el cero esperado para esa gran batalla sin devoluciones.
MgS. José Luis Zambrano Padauy
Director de la Biblioteca Virtual de Maracaibo “Randa Richani”
@Joseluis5571