La directiva del congreso del PSUV, disfrazado de constituyente, en sesión continua, intenta cumplir con el encargo miraflorino de barrer con la Asamblea Nacional. A todas luces, apenas, se trata de una tarea complementaria a la convocatoria y manipulación de las elecciones regionales y el afianzamiento de la cúpula militar, en el marco de una paciente estrategia diseñada para blindar a una dictadura que tiembla con las calles que inexorablemente ha perdido, peligrando el propio y atrevido modelo de negocios en el que ha convertido al Estado o lo que queda de él.
Preferida antes una vía repentina y brutal, ensaya el cierre del parlamento por goteo, buscando – ante todo – desmoralizarlo, en medio de la indiferencia del país que lo votó. En mejores condiciones, estrenándose el régimen hacia 1999, no le fue fácil hacerlo, debido a la firme resistencia de los otrora senadores y diputados, a pesar de las represalias, ocurriendo sólo al refrendarse la Constitución, por lo que, trapeando la puñalada, hoy combina el asedio y ataque terrorista de sus grupos militares, la pausada ocupación militar del resto del Capitolio Federal, con decretos de una infame asunción dizque de las funciones legislativas, establecimiento de un tribunal comunista de inquisición que aplicará mediáticamente el suero de la verdad, o las otras trompadas que la gavilla pueda idear.
A pesar de todos los errores, fallas, equívocos y acusaciones, la actual Asamblea Nacional ha marcado un precedente histórico, pues, sin presupuesto ni salarios, los muchos impedidos de transportarse aéreamente, ya automóviles personales para surcar las carreteras, con limitaciones al hospedarse en la ciudad capital, no abandonan su trabajo. Por cierto, entendemos, la ocupación del Palacio Legislativo no es la que concede nuestra legitimidad, sino los millones de votos que hicieron posibles 112 – no, 109 – curules. Sin embargo, moviéndonos en el terreno de las percepciones, desarmados y pacíficos, debemos defender la sede en todo lo posible para que no se confunda con una cobarde entrega.
La tal constituyente ocupó el hemiciclo protocolar, atravesó un parabán y a la Guardia Nacional, aunque – por la visita de los embajadores – en la última sesión cuidó de retirarlos momentáneamente, planeando invadir el resto de los espacios al pasar las horas. Y, aunque sorprendió al mismo personal chavista que laboraba en el lugar, expulsándolo, se hizo del Museo Boliviano, sin el inventario de bienes, dibujando un vulgar asalto a lo que será el escenario del previsto tribunal de sus tormentos. Sin embargo, saben muy bien que fracasarán, dependiendo del filo de las bayonetas – por definición – ajenas, pues, la historia suele ser mordaz, implacable y burlona.
Una doble ironía con rango, fuerza y valor de ley, como la de gravitación universal, los angustia: las dictaduras suelen violentar las constituciones que se dan y las dictaduras suelen superarse con las mismas constituciones que se dieron. Claro, nadie dijo que la cosa es fácil.