A Thays Peñalver
En los documentos que los aspirantes a inscribir las organizaciones fundacionales de lucha democrática -así se definían siempre-, no estaba tal palabra; pero los líderes encabezados por Rómulo Betancourt, en su verbo mencionaban transformación y revolución antiimperialista y antifeudal.
Omitían en sus correspondencias oficiales el término “Revolución” para evitar los tildaran de comunistas, visto el proceso que vivía la vieja Rusia, incluso, para que no se les vinculara con la Internacional Comunista, se proclamaban un partido nacional y policlasista, de izquierda democrática.
Entre los exilados en Barranquilla, en 1931 se constituyó la Agrupación Revolucionaria de Izquierda, después, en 1936, sustituida por Organización Venezolana, ORVE, que al disolverse dio paso al Partido Democrático Nacional (PDN). .
Recordemos que Betancourt traía las influencias del marxismo leninista y en la estructura de las organizaciones privaban sus concepciones. Nótese en el PDN la importancia democrática y nacional.
Es así como se justifica que, por estar rayado de comunista, Betancourt no firma el acta fundacional de Acción Democrática, pero no habría de extrañarse que Andrés Eloy Blanco, el grande político y poeta o viceversa y engrandecido aún más, escribiese en el himno del partido fundado el 13 de septiembre de 1941, el llamado “adelante a luchar milicianos a la voz de la revolución”, porque ya se sabían una organización creciente a la que se sumaban profesionales e intelectuales, junto a trabajadores, artesanos y obreros.
De modo que el término “revolución” en el himno del partido del pueblo, así se hace llamar Acción Democrática, encuentra su base de sustentación en el significado de cambio que conlleva. Todo ello alejado a distancias infinitas de esta cosa de nuevo cuño que ha pretendido eternizarse en el poder, con la compra y venta de sueños y conciencias del pobre, con la manipulación de sus miserias y su grotesca igualación hacia abajo.
En modo alguno comparable con la barbarie que se autoproclama “socialismo del siglo XXI” o “revolución bonita”, que no es otra cosa que una nueva metáfora de la pobreza y de la encarnación de la suma de todos los defectos morales del venezolano.
Hoy observamos con tristeza como un miserable vivo o muerto, y su séquito, siguen convenciendo a un pueblo noble e inerme, escaso de talento para advertir la verdad.
Del testimonio poético y político de Andrés Eloy Blanco nos queda, no solo el “Canto a España” que le permitió ganar aquel premio a temprana edad, sino también una extensa obra de amor y dolor por su patria, por su pueblo y sus gentes, al que llamó con profunda convicción democrática “Juan Bimba”. Y “Pesadilla con Tambor”, donde narra con escalofriante y dolorosa claridad, la barbarie sufrida en las mazmorras durante el tenebroso régimen gomecista.
“Coplas del Amor Viajero”, “La Uvas del Tiempo” y “La Cita”, poemas que rescato para esbozar –atrevidamente- la extensa obra de un grande poeta prestado a la política ¿o al contrario?, que se atrevió a incluir acertada y asertivamente la palabra “Revolución” en el himno de su partido político que ayudó, en buena hora, a fundar y cimentar en una verdadera acción democrática.
Acción Democrática era una fuerza poderosa armada con tesón por Betancourt en todo el país, como una urdimbre tramada por el joven político con la intención de que fuese una organización con militantes en cada pueblo, a quienes llamaba el bardo oriental, Andrés Eloy Blanco, autor de su himno, sin ningún complejo ni máscaras, “a la voz de la revolución”, letra a la que Inocente Carreño, otro grande en lo suyo, le puso música bajo la influencia de la Revolución Francesa.
Algo de eso debieron hablar el músico y el poeta al reunir partituras con versos.
Jesús Peñalver