La forma de vida democrática se encuentra actualmente bajo amenaza. Los obstáculos con los cuales a diario se debe enfrentar la sociedad democrática mundial pasan a ser inconmensurables, fundamentalmente cuando desde el poder se asume la manipulación como instrumento para asegurar la dominación y el Estado se transforma en una máquina de ilegalismos. En este marco, el lenguaje se ha convertido en un blanco de ataque de los dispositivos del poder, esencial para garantizar la obediencia política.
En efecto, los sistemas de gobiernos autoritarios en la historia universal se han caracterizado por llevar a cabo prácticas políticas similares. Se acude a controlar el lenguaje, a la hegemonía simbólica, para modelar las conductas y obtener alguna coima políticamente favorable; así, se simplifica el lenguaje y se suprimen los significados de determinados conceptos no deseados por los sistemas de dominación, para controlar el pensamiento de las masas.
Al respecto, fue el escritor británico George Orwell en su famosa novela 1984, quien denominó esta práctica como “Neolengua”, un tipo de idioma o de habla que se desarrollaba en un sistema de gobierno totalitario ficticio donde se concedía importancia a las palabras, para cohonestar la realidad, dominar y moldear el pensamiento de los individuos, con un claro interés político. Precisamente, el valor que tiene esta distopía reside en que es una metáfora desde donde se hace posible ilustrar muchos de los fenómenos políticos que tienen su asidero en la realidad política contemporánea. La hegemonía comunicacional se ha convertido en un foco de interés de los gobiernos sin respaldo popular. Pero cualquier parecido con la realidad no es más que pura coincidencia.
En aquella distopía, de1984, el Gran Hermano era quien vigilaba. Pero ahora, en nuestra realidad de 2017, son los ojos de Chávez los únicos que, de soslayo, desde la montaña, todavía nos observan. Sin duda, nos encontramos en medio de una forma de gobierno que estatuye su neolenguaje para controlar; una actividad que se manifiesta desde todas las dimensiones fundamentales, a saber: en lo político, en lo económico y en lo socio-cultural.
Desde el plano político, el neolenguaje de la revolución tiene su expresión en la supuesta instalación de una “Comisión de la Verdad”. Desde la maquinaria mediática oficialista se ha reforzado la matriz de opinión que ve en esta entidad un instrumento para el esclarecimiento de los hechos de violencia por los cuales atravesó el país en meses anteriores. No obstante, la realidad es que se está convirtiendo en un arma del Gobierno de Maduro, desde donde se intenta ocultar la verdad de los hechos; de los crímenes atroces que desde los cuerpos de seguridad del Estado se cometieron contra el pueblo venezolano. Esta “Comisión de la Verdad” entonces es un parapeto, un mecanismo que, en vez de traer paz y tranquilidad, lo único que busca es enjuiciar, perseguir, acosar, restándole funciones a los órganos competentes, los cuales sí tienen competencias penales constitucionalmente asignadas.
En el plano económico, escuchamos el eterno ritornello de “Guerra Económica” que ya nadie cree. Desde voceros oficiales hasta los medios de comunicación del Estado, las líneas de la representación teatral no han variado. “Las crisis es consecuencia de la derecha apátrida que solicitó un bloqueo financiero”—dicen; cuando se sabe, es consecuencia directa de la corrupción y la mala administración. En realidad, vivimos en una “Economía de Guerra” donde el Gobierno llama “defensa del salario de los trabajadores” a la “devaluación extrema del salario de los trabajadores”; en la que llaman también “política exitosa” a la entrega de una bolsa de comida que refleja “lo menesterosos económicamente que somos.”
En la dimensión socio-cultural, se intenta proyectar la idea de una forma de alianza cívico-militar perfecta, como la noción políticamente correcta, y cómo ejemplo de integración. La realidad es que se intenta encubrir el eterno drama, de una sociedad como la nuestra, con una democracia tutelada, resquebrajada y bajo el asedio de la bota y la cachucha.
Muy a pesar de que el ciudadano promedio concede un papel fundamental al valor del trabajo y la recompensa al esfuerzo, este Gobierno ha pretendido inculcar un concepto de igualdad de resultados en el imaginario colectivo, desde donde sea posible suprimir el ideal de superación, para asegurar que el individuo se encuentre en una situación de necesidad y desde ahí poder controlar.
Habría que incluir en este orden de argumentos, lo que desde la plataforma de medios oficialistas se denomina “agresión internacional” y “traidor a la patria”, porque esto también nos permite identificar el uso que tiene en el lenguaje con proyección externa. En efecto, el neolenguaje de la revolución ha pretendido concentrar todos sus esfuerzos en cargar de un contenido patriótico a sus acusaciones, para apelar a la condición afectiva de los ciudadanos y manipular la opinión pública. Pero la realidad es que por agresión malinterpretan la denuncia de la comunidad internacional, en su preocupación por el abuso y violación de los Derechos Humanos por parte del Estado hacia el pueblo venezolano. Es una muestra de solidaridad internacional que no pueden tolerar.
Así estamos. Desde la hegemonía comunicacional madurista, se pretende no sólo prohibir el uso de ciertas expresiones de ideas adversas a los principios de la revolución, sino también la posibilidad de que tales nociones puedan ser pensadas por los ciudadanos. Evitar que la población piense en su libertad, en la justicia, igualdad, en sus derechos políticos, tiene su locación en los laboratorios del neolenguaje, donde suprimir los significados no estimados por un sistema dictatorial es la directriz a seguir.