Desde la semana pasada se dio apertura al nuevo período de sesiones de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU); un evento que permite congregar a un sinnúmero de representantes y líderes fundamentales de la comunidad internacional, en función de colocar en el escenario global los nuevos temas de interés general, así como también los grandes asuntos que pudieran amenazar y colocar bajo riesgo la paz entre los distintos Estados.
En este marco, el aspecto más importante del evento que recibió toda la cobertura en la opinión pública mundial fue la crisis de nuestro país; un hecho inédito que ha permitido hacer resonar en la arena de la política internacional el clamor de millones de ciudadanos sumergidos en la tragedia, quienes ahora no sólo cuentan con el respaldo de los sectores democráticos internos, sino también de notables personalidades que aprovecharon la oportunidad para mostrar su solidaridad con el país, y manifestaron su compromiso para contribuir con el restablecimiento de la institucionalidad democrática.
Los discursos de los mandatarios en la Asamblea General de la ONU tuvieron como aspecto común la insistencia en denunciar los atropellos del Gobierno de Nicolás Maduro, al cual han denominado como una dictadura, un régimen corrupto y opresor, responsable de la crisis económica, y de la miseria de su pueblo; resultado de la implementación de su modelo socialista fracasado, y que ahora no quiere responder por las múltiples violaciones a los derechos humanos, registrados con mayor intensidad en los últimos meses, cuando se masificaron las protestas.
El tema central que hilvano el sentido de cada uno de los discursos, en los cuales se hizo referencia a la aguda situación política en Venezuela, mostró la necesidad que tenía la comunidad internacional de ejercer la suficiente presión política para restaurar la democracia y la libertad de los presos políticos; este asunto se convirtió en un objetivo común que era confirmado en cada intervención, y donde también se hacía un intenso llamado a los distintos miembros de la organización internacional a involucrarse.
Maduro y sus funcionarios han concentrado todos sus esfuerzos en difundir a través de su maquinaria mediática nacional e internacional que se trata de una nueva confabulación internacional. A la reacción de la comunidad internacional se le ha pretendido definir desde los medios de comunicación del Estado como parte de la ofensiva y el asedio imperial, que aspira a derrocar por la fuerza a su gobierno y atentar contra la estabilidad de la patria. Pero se trata de un discurso político estólido que sólo pretende manipular, y más cuando se sabe, las razones que motivaron las declaraciones de estos mandatarios obedecen a la responsabilidad de sus Estados y de la comunidad internacional de velar por el resguardo del modelo político democrático.
En términos generales, se pudiera decir que el momento político en desarrollo para la política venezolana se tendría que interpretar como una demostración de respaldo internacional a las fuerzas democráticas. A pesar de que algunas voces “críticas” siguen enfrascadas en evocar los errores, promover la abstención y la apatía política, se podría afirmar que la presión internacional bajo la cual se encuentra el Gobierno es una respuesta contundente a los meses de lucha del pueblo venezolano. Sin duda, es un duro golpe a su imagen, que se refleja en el descrédito y la pérdida de reconocimiento internacional; lo cual, además, pudiera forzar desde distintas partes del mundo nuevas sanciones hacia los funcionarios implicados en hechos de corrupción, y responsables de los delitos cometidos durante la aplicación desmedida de la fuerza por los organismos de seguridad; por citar un ejemplo, al menos esa sería la tendencia hacia la cual estaría inclinándose la Unión Europea.
El Gobierno de Nicolás Maduro, acudiendo a su desgastado discurso paranoico que invoca la teoría de la conspiración, hace un llamado a todas sus fuerzas aliadas, porque se trata de una guerra “no convencional”, “mediática”, de “cuarta generación”, ahora de proporciones mundiales que sólo conspira y plantea una estrategia para apropiarse de los recursos de Venezuela. Su camisa de fuerza ideológica le impide admitir que es una reacción internacional, resultante de su estrepitoso fracaso político, que volcó a una de las economías más prosperas de la región a tener las cifras más altas de inflación, corrupción, hambre y miseria.