Es difícil imaginarse un momento más precario para la lucha por la restauración de la democracia y la libertad en Venezuela. A un gobierno represivo y controlado por una mafia de grupos internos en colusión con factores de poder internacionales, una verdadera neo-dictadura cuya plasticidad le ha permitido mantener algunos de los privilegios de gobiernos electos por decisión popular, se le une ahora una oposición dividida, que parece presa de un enfermedad auto-inmune que le impide hacer lo que tiene que hacer para conducir al pueblo venezolano a una salida a la tragedia que vive.
La división de la oposición crece y se multiplica en variedad y profundidad como si hubiese sido planificada por el régimen. A los salidistas y anti-salidistas, se les unen los pro-MUD y anti MUD, los pro-intervención internacional, y los anti-intervención internacional. A estas posiciones genéricas se les agregan los grupos pro- y contra de cada uno de los líderes de la oposición que actúan de acuerdo a la tesis del “guevón favorito” que tanto parece atraer a los venezolanos. Cada grupo tiene el suyo a quien se hace responsable de todos los males en una alucinante carnicería de liderazgos en buena medida manejada desde las inefables redes sociales; reyes y señores de la manipulación de la realidad y la construcción de los escenarios post-verdad que influyen en buena medida sobre la conducta de un liderazgo que parece responder más a la mercadotecnia de las redes que a las realidades y exigencias de una complejísima lucha política.
La profunda incoherencia de la oposición la lleva a pasar alternativamente del referendo como arma única, a la calle, la salida y el 350, a destruir el espacio de diálogo que podía jugar a nuestro favor y que se convirtió en una caricatura; a transmutar con alucinante insensatez, con la ayuda de las redes sociales, los honores de salvadores a los líderes elegidos por los de traidores si los mismos líderes caen en desgracia. Las agendas de grupos, partidos e individuos se superponen y se alteran en una sucesión interminable y destructiva de alianzas y coqueteos inútiles con un régimen implacable que utiliza cualquier resquicio de división para asegurarse el control del poder. Todo mientras se estigmatiza el diálogo y la negociación seria con los grupos disidentes del chavismo que es indispensable para la reconciliación del país. A todo este pasmoso proceso interno de auto-destrucción hay que añadirle la obliteración del apoyo internacional frente a un mundo que asiste atónito a los cambios de rumbo de la oposición venezolana.
Capítulo especial de toda esta historia lo merece el tema de la participación electoral. Votar y atender las exigencias que ello conlleva frente a los abusos y triquiñuelas de un régimen cuya única agenda es mantenerse en el poder, ha sido la única arma que le ha dado triunfos verdaderos y estables a la oposición, hasta culminar con la resonante victoria para las elecciones de la AN. Frente a este hecho irrefutable se plantan corrientes y liderazgos que apuntan a la abstención y que confunden el uso de una estrategia combinada calle+elecciones+apoyo internacional con una suerte de apuesta privilegiada a la salida por conmoción social y protesta popular que no se corresponde con las realidades de nuestras fuerzas. Después de cientos de muertos y miles de detenidos y torturados, puestos por el mismo pueblo al cual se pretende liberar, debería estar claro que si no se divide el chavismo y la fuerza armada es virtualmente imposible salir del régimen por un acto de voluntad opositora en la calle.
En paralelo con esta conducta, se pretende exigir al ciudadano común que mantenga un sólido respaldo al movimiento opositor y que adivine el nuevo rumbo que el liderazgo prepara, sin que éste lo haga partícipe de sus decisiones. Se argumenta por una unidad superior contra el régimen que no tiene correlato en la unidad práctica política de organizaciones y líderes a quienes se les debe reconocer el valor, el sacrificio y dedicación de haber estado en la primera línea de acción pero que están en una deuda muy seria con el pueblo venezolano en cuanto a encontrar un mecanismo para actuar con coherencia y como una verdadera dirección política. Frente a todo este cuadro desolador no falta quienes proponen como cura la misma conducta que nos trajo aquí: terminar de destruir al liderazgo de la MUD y reemplazar a unos líderes por otros. Sin duda que no todas las conductas de los líderes opositores son las mismas, pero este es más un momento de apuntar a los que nos une y no a lo que nos divide. Y sobre todo es el momento de no jugar a la anti-política e intentar arrasar con los partidos.
Quizás es tiempo de pensar con humildad e inteligencia. Quizás es tiempo de terminar de entender que toda persona o líder que crea en la democracia y la libertad, opositor o disidente del chavismo, tiene un lugar en esta desigual contienda contra un régimen enemigo de su propio pueblo. Quizás es tiempo de finalmente privilegiar la agenda de los venezolanos que huyen en oleadas de su propio país no solamente porque se ha tornado invivible sino porque dejaron de confiar en que la oposición entienda y esté dispuesta a hacer lo que hay que hacer para salir de esta tragedia. Quizás es tiempo de admitir que todos somos necesarios, en la MUD y mucho más allá de la MUD. Quizás es tiempo de admitir que los liderazgos iluminados y convulsivos, que pretenden dirimir el tema de la conducción del país post-chavismo, sin resolver el dilema de cómo salir del chavismo, tienen que ser sustituidos por liderazgos con vocación unitaria trascendente, no solamente discursiva.
Nunca como ahora fue tan cierto que si esta no es la hora de todos quienes creen en la democracia y la libertad, no será la hora de nadie, porque el régimen se impondrá aun siendo minoría, y no sólo por tener los recursos de la violencia y el chantaje a la gente sino también por nuestras propias carencias. No hay ningún hecho milagroso en que un régimen que tenga el 80% de rechazo acumule el 80% de las gobernaciones. Al fraude continuado, que es fácil de señalar y repudiar, hay que añadirle la incoherencia del liderazgo, mucho más difícil de tragar.
La consigna de “los nuestros son los buenos”, es vital para que el proceso de resistencia sobreviva, pero los buenos tienen que estar dispuestos a serlo más allá de sus planes individuales y partidistas. Al menos hasta que renazca la esperanza de la democracia en Venezuela. No hay motivos para abandonar la resistencia, pero es indispensable repensar todo.
Vladimiro Mujica