Un niño disfrazado de la muerte, con una guadaña en la mano, se pasea al caer la fría noche del martes por el barrio neoyorquino de Tribeca pidiendo dulces, esquivando periodistas y policías. A metros, poco antes, un acto terrorista ha dejado ocho muertos y 11 heridos graves, reseñó AFP.
Cuando Estados Unidos festeja Halloween, el día de brujas, y los niños y jóvenes se deleitan asustando y asustándose con disfraces muchas veces terroríficos, la muerte ha golpeado de verdad la mayor ciudad del país, Nueva York, con 8,5 millones de habitantes.
Un hombre de 29 años oriundo de Uzbekistán y residente de Florida, que conducía una camioneta alquilada, embistió a ciclistas y peatones a las tres de la tarde en Tribeca, un barrio caro, moderno y muy frecuentado del sur de Manhattan, a apenas 800 metros de donde las Torres Gemelas fueron derribadas en los atentados del 11 de septiembre de 2001. Fue baleado por un policía y detenido.
“Fue terrible. Aquí estamos todos los días, ésta es nuestra ruta a la escuela, la ruta para pasear al perro, la ruta al super, de aquí somos”, cuenta la madre del niño de nueve años disfrazado de la muerte, Yvonne Villiguer, de 52 años.
Tenían previsto pedir golosinas puerta por puerta en el barrio, que es uno de los mejores para el tradicional “trick or treat” (treta o dulce), pero cambiaron radicalmente los planes cuando se enteraron del atentado, y solo lo hicieron en el edificio cercano de unos amigos.
“Han arruinado Halloween”
Éste fue el primer acto terrorista en Nueva York desde la explosión de una bomba casera en septiembre de 2016 en Chelsea que dejó 31 heridos leves. Un afgano de origen estadounidense, Ahmad Khan Rahimi, fue condenado por ese atentado a inicios de este mes.
“Han arruinado Halloween”, lamenta Conce Dadd, un portero de 41 años de un edificio a pocos metros del lugar del atentado, sobre la calle Warren, mientras abre y cierra la puerta para un niño disfrazado de luchador de sumo y para otro de Harry Potter.
“Es tan azaroso. Así es la vida, esto puede pasar en cualquier momento. No se puede hacer nada. Solo castigar al culpable”, suspira.
Otra madre corre detrás de unas niñas de entre 10 y 12 años disfrazadas de Alicia en el País de las Maravillas, Minnie y una pastora de ovejas. La calle está oscura y solo se ven las sirenas luminosas de los coches policiales y de bomberos.
Su hija y sus amigas tenían miedo de salir al principio por el barrio a pedir golosinas cuando se enteraron del atentado. Pero luego estaban tan excitadas por la noche que aguardan todo el año, que lo hicieron.
“Estoy super nerviosa y triste, porque es el colmo que pase algo así, y justo este día que es tan especial y los niños cerca de la escuela, es preocupante”, dice su madre, Angélica Piñera, una treintañera de cabello largo y abrigo color caramelo, frente a la escuela primaria cuyas puertas fueron cerradas esta tarde durante un par de horas tras la hora de salida, por seguridad.
Disfrazados de Caperucita Roja y el Lobo, los hijos de Ilke Mancov, otro vecino de Tribeca, levantan el cordón policial que dice “No pasar: escena del crimen”, para adentrarse en la noche y llenar sus bolsas de caramelos y chocolates vigilados atentamente por sus padres.
“Estaba muy preocupado por mi familia, porque me enteré cuando estaba en el trabajo, y vivimos a solo una cuadra del lugar del crimen; hay muchos niños aquí”, cuenta Mancov, señalando con el dedo la escuela primaria de un lado y una escuela secundaria al otro.
“Es como es. Es el mundo en que vivimos. Si hubiera pasado una hora antes, todos los niños hubieran estado saliendo de la escuela y hubiera sido mucho peor”, estima.