El diario La Vanguardia de España entrevistó a la historiadora y autora de Breve historia de la Revolución Rusa
Por Fernando García para La Vanguardia
Entre las decenas de libros publicados en los últimos meses con motivo del centenario del asalto al Palacio de Invierno, la Breve historia de la Revolución Rusa (Galaxia Gutenberg), de la serbia Mira Milosevich (Belgrado, 1966), presenta la peculiaridad de considerar aquel suceso como el arranque de un ciclo que todavía no ha concluido. El ensayo está escrito además desde la experiencia, pues la autora nació, se crió y vivió hasta los 27 años bajo el comunismo yugoslavo. “Fui pionera de Tito. Aún me sé de memoria el juramento: ‘Doy mi palabra de que voy a estudiar, ser buena amiga y respetar a los mayores”, recita.
Al menos, Tito se ganó una cierta fama de rebelde respecto a Moscú.
Tito quiso ser el Stalin de los Balcanes; no en la política del terror sino en cuanto a la aspiración de ejercer su influencia y su idea del comunismo en esa región, es decir, en Albania, Bulgaria, Rumania además de Yugoslavia.
¿Qué queda del comunismo soviético cien años después del asalto al Palacio de Invierno?
En lo social, de la Revolución Rusa queda sobre todo una cierta mentalidad. Los soviéticos consiguieron crear el homo sovieticus, que parte de concebir la revolución comunista como algo que va más allá de la de revolución política, entendida ésta como el derrocamiento del poder político con métodos violentos y desde abajo. Los comunistas querían esto pero también se propusieron crear el hombre nuevo; un ser humano más bondadoso, solidario, entregado al colectivo, sin atributos individuales ni propiedad privada. En esto, la URSS tuvo éxito…, de una cierta manera. Porque más de 25 años no han bastado para borrar esa mentalidad de la gente, que no luchaba por derechos propios porque no tenía ninguno sino para obtener las recompensas de lo colectivo. Me refiero a la corrupción. El concepto es: ‘Ya que no tengo ningún derecho, a ver qué puedo sacar del régimen’. La prohibición de la propiedad privada y la insistencia en entregarlo todo a la causa colectiva crearon esta reacción del ‘qué puedo aprovechar’. Y, tanto o más que eso, dieron lugar a un sentimiento de resignación general; un convencimiento de que no se puede hacer nada. Algo de esa apatía hay aún ante el Gobierno de Vladimir Putin, apatía alimentada por la falta de una alternativa política articulada y de una tradición de competencia entre partidos.
¿Y en cuanto a la economía, el gran talón de Aquiles de la revolución?
Queda una economía que también fracasó en la transición al libre mercado en los años noventa. Se ha demostrado que la idea del socialismo ha fracasado en el sentido de que la economía planificada no funciona y es absolutamente inviable. El que los cargos de un partido dirijan una fábrica tiene un resultado nefasto. Y lo de ahora es una mezcla de economía controlada por el Estado -sobre todo en la producción y la distribución de productos y materias primas clave como sobre todo los hidrocarburos- con un régimen autocrático que no es tiránico pero sí centralizado y concentrado en una persona y su círculo cercano.
¿Lo peor de dos sistemas?
Bueno, es un Estado híbrido que cumple los requisitos de una democracia formal pero con un servicio secreto, un Ministerio del Interior y unos oligarcas que controlan el Estado e impiden el desarrollo de una democracia sustancial. No es un país capitalista sino un estado modernitario: modernizador y autoritario; un Estado en el que el autócrata y su camarilla concentran poder y propiedad. La corrupción es el gran problema. Empezó a ser escandalosa en la época de Breznev, que fue cuando más se agudizó la malformación del hombre nuevo.
Pero se supone que los inicios tuvieron algo de positivo.
Los bolcheviques introdujeron un amplio proceso de alfabetización y universalización de la educación libre, así como una industrialización. La idea de una sociedad más justa y más igualitaria pervivirá siempre, pero a los que hemos vivido en un régimen comunista nos queda claro que no somos iguales. De lo que se trata es de aspirar a que se aplique una justicia igualitaria en cuanto a derechos ante la ley. El motor de una sociedad, en lo económico y lo político, es la creación. Y para eso es preciso que prevalezca el hombre libre. En este sentido, el socialismo ha fracasado totalmente, porque el deseo de control de un partido y un líder impide, la creación y la innovación. Ha fracasado a la hora de dar sentido a la vida humana, nada menos.
¿La clave es la libertad?
Sí. Y la falta de libertad individual durante el comunismo continúa presente aunque no de la misma forma, claro. El Estado sigue intentando controlar a los ciudadanos. Tras las manifestaciones del 2011 por el supuesto fraude en las legislativas, el régimen creó un marco legislativo para controlar la competencia política. Internet sigue limitándose bajo una identificación de la homosexualidad con la pornografía infantil, y se tiende a sustituir los servidores foráneos por rusos. Cualquier ciudadano u organización que colabora con el extranjero o recibe financiación externa puede ser tachado de traidor. Y existe un fuerte control de los medios de comunicación a través de las subvenciones. En fin, la tentación autoritaria siempre ha existido, y no sólo entre los revolucionarios.
¿Los intelectuales europeos no quisieron ver la realidad de la URSS?
Es llamativa la miopía que muchos de ellos mostraron ante las acciones de Stalin. No hay explicación racional, sino en todo caso emocional, a la fascinación que algunos. Expresaron. Hay que reconocer que Marx contribuyó a cierta confusión, al dejar la mayoría de sus obras sin terminar, lo que dio pie a muchas interpretaciones libres sobre la lucha de clases y determinadas ideas inacabadas.
La caída del régimen abrió los ojos de casi todos, dentro y fuera.
La URSS colapsó en implosión por fracaso de sus políticas y sus reformas. Con Gorvachov se demostró que no se podía democratizar el comunismo. Son conceptos incompatibles. Él sabía que la URSS había fracasado pero fue incapaz de aceptar que sus bases ideológicas no funcionaban. También se demostró que el país no tenía nivel tecnológico ni capital para competir con Estados Unidos como en el pasado, lo que se demostró en la guerra de las galaxias. En este sentido perdió la Guerra Fría. Sin embargo, los rusos ven el colapso de la URSS y la pérdida de la Guerra Fría como dos procesos paralelos pero independientes (el primero sólo como implosión), cuando en realidad se retroalimentaron. La humillación fue un choque con la realidad de que la ambición de la URSS tenía los pies de barro. Le puso en su lugar.
Usted dice que el ciclo que abrió la revolución no se ha cerrado. ¿Qué condiciones tienen que darse para que se cierre?
Bueno. Rusia no puede ser a la vez democrática e imperial. O democracia y superpotencia a un tiempo. Porque si desarrollara una democracia sustancial, las ansias independentistas de las repúblicas caucásicas del norte –con Chechenia como exponente más claro- podrían llevar a su desintegración. El concepto de gran potencia de Rusia implica ejercer poder en el espacio postsoviético. Las injerencias en estados soberanos como Georgia y Ucrania son incompatibles con un desarrollo real de la democracia.
Pero esas injerencias vienen de muy atrás.
Esa práctica de las zonas de influencia es característica tanto del zarismo como del bolchevismo. URSS presumía de tener un imperio interior, la unión de las repúblicas que hoy llamamos espacio postsoviético, y otro exterior, formado por los estados satélites en la Europa central y del Este. Creo que Rusia no ha renunciado a ejercer poder en zonas de influencia, sobre todo en los estados de ese espacio, como en Georgia y Ucrania como hemos dicho pero también clarísimamente en otros estados como Kazajistán. Otra señal de que el ciclo no se ha cerrado es que persiste la identidad de péndulo de Rusia. El país siempre ha oscilado entre Europa y Asia. Cuando las cosas van bien, el péndulo va hacia Europa, que es hacia donde más tiende generalmente. En las guerras napoleónicas y la Segunda Guerra Mundial, Rusia demostró que podía ser un aliado de Europa. Pero cuando Europa intenta frenar a Rusia en su intento de ejercer su influencia, Rusia gira hacia Asia. Porque allí se siente Europa. Eso existe desde que Pedro el Grande perdió la batalla de Narva frente al rey de Suecia. El ciclo revolucionario parará cuando el péndulo quede quieto.
Van dos condiciones, por cierto nada fáciles. ¿Hay más?
También pervive el planteamiento de la participación en la Segunda Guerra Mundial como guerra patriótica en la que Stalin y la URSS vencieron a la Alemania nazi y, mientras Estados Unidos perdió 300.000 hombres y Gran Bretaña 375.000, Rusia sufrió entre 25 y 27 millones de víctimas mortales. Esta desproporción, aparte de crear un culto al sacrifico, ha generado una memoria histórica vinculada a la superioridad de un Estado comunista y del Estado soviético ; un sentimiento que Putin utiliza como un símbolo de la grandeza de Rusia. Año tras año, Stalin sigue ocupando un lugar significativo en las encuestas anuales sobre popularidad de figuras históricas. Es decir, el terror que desató Stalin sigue poniéndose en segundo plano por detrás de la admiración por la victoria en la Segunda Guerra Mundial.
Vayamos a lo actual. ¿Cómo ve la peculiar y ambigua relación entre Trump y Putin?
Se ha hablado muchísimo de un gran acuerdo para luchar juntos contra el Estado Islámico y luego repartirse el mundo en zonas de influencia. Pero no creo que las cosas vayan a cambiar tanto. No es posible un acuerdo entre Rusia y EE.UU. Ya el aumento del 9% en el gasto militar que anunció Trump lo apunta. Todos los presidentes de EE.UU. desde Roosevelt, que dijo a Stalin que Washington se retiraría de Europa en dos años, han intentado resetear y mejorar las relaciones con Rusia. Y todos han salido decepcionados. Además, las grandes potencias pueden cortejarse y coquetear pero nunca llegan a casarse. Porque compiten entre sí. Esta es una ley vigente desde que la describió Tucídides al respecto de las guerras del Peloponeso entre Atenas y Esparta. Lo importante y que nos inquieta es, por un lado, que hemos visto el declive del orden mundial establecido tras la Segunda Guerra Mundial, declive al que han contribuido las intervenciones en Georgia y Ucrania. La anexión de Crimea viola claramente la ley internacional. La gran pregunta es: ¿Trump es capaz de restablecer y devolver la legitimidad al orden mundial; de sostenerlo? Eso no depende sólo de su relación con Putin. Occidente está acostumbrado al paraguas de seguridad de Estados Unidos. Trump está demostrando que parece más imprevisible que Putin, quien al fin y al cabo supedita su política exterior a una larga tradición. Y Europa se encuentra entre los dos. Ambos son un gran desafío para la UE, aunque también una oportunidad. Creo que a Trump le divierte confundir. Es su manera de hacer negocios: confundir al contrincante y sacar el mayor beneficio de ello, aunque se equivocaría si pensara que puede gobernar igual que hace negocios.
¿Puede la crisis del capitalismo engendrar una nueva revolución?
El comunismo está muy desacreditado. La crisis del capitalismo puede incidir en todo caso en el auge de los populismos, tanto de derechas como de izquierdas. El populismo es una falsa revolución, en cuanto que usa el dogmatismo, entendido como mezcla de angustia y emoción, con promesas falsas como la de Tsipras. La realidad es que hay una fuerte crisis del estado de bienestar, el cual no vamos a recuperar. Un estado de bienestar que formaba parte de la contención de la URSS. Había que evitar que los europeos votaran a sus partidos comunistas por su angustia y su miedo.
Pero es un gran invento.
Habrá que crear un nuevo modelo de bienestar, pero no es realista esperar que vuelva esa proporción de gasto destinado a él. Europa, desgraciadamente, es la cuna de los grandes desastres del siglo XX. ¿Por qué ahora no va a ocurrir con los mismos elementos? Creo que Europa está en post: postmodernismo, postnacionalismo y, sobre todo, en cultura postguerrera. Europa es una isla de paz y seguridad que opta por instrumentos exclusivamente pacíficos, como las relaciones comerciales y el softpower. Nos toca la maldición china: vivir tiempos interesantes. Pero si se consigue sobrevivir al Brexit, en el sentido de que no lo imiten otros países, la UE puede mantener su papel de integración y garante de la paz.
Habla de postnacionalismo. ¿Cree que el nacionalismo es una idea superada?
Lo que quiero destacar es que los países de la Unión Europea han cedido parte de su soberanía a una entidad supranacional. De manera que el surgimiento de un nacionalismo como el catalán, por ejemplo, no se ajusta hoy a la norma en ese contexto europeo y en plena globalización. Querer independizarse de un país como España en estas circunstancias no tiene mucho sentido.