El agujero existente en la capa de ozono de la Tierra, que se forma sobre la Antártida al final de cada invierno en el hemisferio Sur, fue el más pequeño que se ha registrado desde 1988, informó la Agencia Aeroespacial (NASA) en base a las observaciones realizadas por sus satélites.
La extensión máxima del agujero en 2017, alcanzada en septiembre, fue de 19,6 millones de kilómetros cuadrados -2,5 veces la superficie de EEUU-,, según los cálculo de la NASA, corroborados por la Administración Oceánica y Atmosférica Nacional (NOAA), mientras que la media de desde 1991 ha sido de 26 millones de kilómetros cuadrados.
La concentración más baja anual registrada en el agujero, que tuvo lugar el pasado 12 de octubre, fue el mínimo más “suave” que se haya observado desde 2002
“El agujero de ozono en la Antártida ha sido excepcionalmente débil este año. Es lo que esperábamos dadas las condiciones climáticas en la estratosfera antártica”, afirmó Paul Newman, jefe científico de las ciencias de la Tierra en el Centro de Vuelo Goddard Space de la NASA.
La agencia recordó que, pese a la reducción del ozono en los dos últimos años, el agujero sigue siendo grande debido a que la concentración de sustancias que acaban con esta molécula en la atmósfera es lo suficientemente alta para generar “significativas” pérdidas de ozono anualmente.
El agujero en la capa de ozono se detectó en 1985, a finales del invierno en el hemisferio Sur, cuando el reflejo de la luz del sol implicó reacciones que incluían formas químicas activas de cloro y bromo creadas por el ser humano, y que acaban con el ozono.
Hace treinta años, la importancia de la capa de ozono llevó a que la comunidad internacional firmara el Protocolo de Montreal sobre las Sustancias Dañinas para la Capa de Ozono con objeto de regular este tipo de compuestos.
El ozono actúa como un elemento esencial en la atmósfera, una capa protectora natural a altas altitudes ante las radiaciones ultravioletas dañinas para los humanos y las plantas.