Obra del arquitecto francés Jean Nouvel, es el primer inquilino del ambicioso Distrito Cultural de la Isla de Saadiyat. Se inaugurará el 11 de noviembre, publica abc.es
Por FREDY MASSAD
El Louvre Abu Dabi se inaugura el próximo sábado, cinco años después de lo previsto. Como la del Museo Guggenheim Abu Dabi, diseñado por Frank Gehry y otros grandes edificios que convertirían el distrito cultural de la Isla de Saadiyat (Isla de la Felicidad) en un enclave de referencia internacional, su construcción se decidió en un momento en que el mercado de los edificios-icono se trasladaba de una Europa debilitadísima por la crisis económica a un pujante Oriente Medio, ávido de la visibilidad y legitimidad otorgada por los productos arquitectónicos adornados por la firma de arquitectos estrella.
Esta demora, al igual que las vicisitudes y cancelaciones que afectan hoy a otros de aquellos proyectos estrella, no son sino evidencia de las veloces transformaciones que han afectado al statu quo global en los últimos años y que fuerzan a revisar cuál es el papel y significado que adquieren hoy edificios como éste. ¿Su resistencia frente a las adversidades los legitima para ser finalmente interpretados como edificios de naturaleza muy diferente a aquellos caprichosos fetiches arquitectónicos de lujo, de vida efímera e inútil? Y si así fuera, ¿qué dicen y qué aportan al nuevo espíritu del tiempo?
Acuerdo inédito
El proyecto del Louvre Abu Dabi nació en marzo de 2007. Planteaba un inédito acuerdo intergubernamental entre los Emiratos Árabes Unidos y Francia que permitía erigir al Louvre Abu Dabi como «el primer museo universal del mundo árabe». En el acuerdo participaban doce importantísimas instituciones, francesas, entre las que se cuentan, además del Louvre, el Centro Pompidou, la Biblioteca Nacional, el Museo d’Orsay, el Museo Rodin y el Grand Palais.
Pese a tomar el nombre de la emblemática institución, la sede de Abu Dabi no se presenta como una mera franquicia o filial al uso sino como un museo con entidad propia, que acogerá muestras itinerantes, pero distinguido sobre todo por una vocación universalista. Apartándose de las convencionales clasificaciones museísticas, la ordenación de las piezas expuestas tiene el propósito de recalcar los lazos de conexión que, más allá de los márgenes geográficos, hay entre las expresiones culturales de todo tipo producidas por el hombre, de la prehistoria hasta el presente.
La colección permanente está conformada por una impresionante muestra de más de 600 piezas, procedentes de diferentes siglos y lugares. Destacan obras como la estatuilla de una princesa bactriana de fines del tercer milenio antes de Cristo, un brazalete de oro con una cabeza de león realizado en Oriente Medio hace tres mil años, una antigua esfinge griega datada entre el siglo VII-VI antes de Cristo, piezas de arte budista, orfebrería medieval europea… Además, pinturas como «Madonna y niño», de Giovanni Bellini; «Joven emir estudiando», del artista otomano Osman Hamdi Bey y obras de Manet, Picasso, Gauguin, Magritte, Mondrian, Cy Tombly… Los artistas Giuseppe Penone y Jenny Holzer han desarrollado esculturas e instalaciones que «reflejan las historias universales del museo» y que se hallan ubicadas en el exterior del edificio.
Ciudad-museo
Artífice del celebrado Instituto del Mundo Árabe en París (inaugurado en 1987), Jean Nouvel constituía seguramente una de las más adecuadas opciones para erigir un edificio con aspiraciones de trascendencia global pero que debía, ante todo, apoyarse en la celebración de su idiosincrasia local. Nouvel ofrece un edificio exteriormente visible desde el mar y el entorno que rodea Abu Dabi y que toma como referencias clave los conceptos de la medina (ciudad) y los asentamientos de bajo nivel árabes. El museo está integrado por 55 edificios individuales que construyen una ciudad-museo que queda albergada bajo una enorme cúpula de 180 metros de diámetro y que constituye su rasgo más singular. Está formada por ocho capas y es resultado de un diseño geométrico que ha exigido un cuidadoso estudio que permite una sofisticada penetración de luz en el recinto a lo largo del día y también de la noche. La sustentan sólo cuatro columnas, sugiriendo la impresión de que la gran cúpula flota, llegando a alcanzar una altura de 36 metros.
El tratamiento de las superficies en el interior del museo es suntuoso, evocador de suntuosidad palaciega, y a la vez atento al carácter de las obras que se exponen en cada sala en detalles como el tipo de piedra que pavimenta el suelo de cada una de ellas. Paredes y vitrinas han sido especialmente diseñadas con las técnicas más avanzadas para asegurar una óptima calidad de exhibición para todo tipo de obras. Más de 25.000 piezas de cristal, estudiadamente dispuestas lateral y cenitalmente, permiten la captación de luz natural y su penetración difuminada en el interior de las salas, en combinación con luz artificial, garantizan asimismo un adecuado tratamiento lumínico para contemplar lo expuesto.