En medio de una tragedia social descomunal, los venezolanos nos acercamos a unas elecciones a las que algunas comunidades acuden no tanto para elegir a sus representantes locales, como para impedir, en legítima defensa, que la barbarie siga perjudicándolos aún más de lo que lo han hecho hasta ahora. Están en acción legítimos anticuerpos sociales que pretenden poner a raya una enfermedad política letal, antes de que todo se termine de ir al infierno.
Por otro lado, se inicia una negociación/dialogo entre el gobierno y la oposición sobre la cual muy pocos creen que tendrá resultados satisfactorios. Son dudas que tienen asidero en la experiencia reciente con unos individuos sin escrúpulos, honor, ni palabra.
Y esto a pesar de que no pareciera otra la salida, dadas las circunstancias políticas, para sacar adelante un país en evidente bancarrota y profundo sufrimiento.
Los que participamos de la visión de que el país solo se encaminará hacia el bienestar y la paz, en la medida en que las fuerzas enfrentadas nos pongamos de acuerdo sobre el método democrático para dirimir las diferencias, que no es otro que el de unas elecciones libres, justas y transparentes, en las que se respete la ley, no podemos negarnos a negociar con el adversario, independientemente de su naturaleza y talante.
Hay suficientes experiencias históricas que validan esa posición. Cada una con sus peculiaridades, pero con el denominador común del dialogo entre oponentes.
No obstante, en la lucha política como en otros ámbitos, hay oponentes de diversa índole. De derecha, de izquierda o de centro. Recalcitrantes, moderados, flexibles, trapaceros, honestos, embaucadores, generosos y paremos de contar.
Cuando se está de cara a una situación tan compleja e inédita como la venezolana, los enfoques son variopintos. Desde la irracionalidad más asombrosa hasta la candidez, pasando por matices racionales y realistas, tienen su expresión en el debate cotidiano que ya ha pasado a niveles inquietantes.
Mientras no haya otra solución rápida y deseable, deben agotarse todas las vías pacíficas y democráticas. Como diría aquel político de otras épocas, habrá que comerse un burro sin eructar, si es necesario. Todo sea en aras de evitar lo peor.
Paciencia y más paciencia debemos seguir pidiendo, aunque sabemos que poca tenemos.
Desde estas líneas apoyamos cualquier esfuerzo que se haga para ponernos de acuerdo los que estamos enfrentados en nuestro país. Están claras las aspiraciones mínimas a las que aspiramos desde los sectores democráticos, no hace falta reproducirlos aquí una vez más.
Apostamos por que se enrumbe el país con base en unos consensos indispensables que se soporten en la Ley.
No deseamos que vías traumáticas, con sus secuela de pérdidas humanas y materiales, sean la solución, a pesar de que a ratos algunos las contemplen como la única solución.
Esperamos que las conversaciones que se inician en República Dominicana lleguen a feliz término para nuestro país, tan necesitado hoy de buenas noticias. Sé que este proceso no es fácil ni expedito. Solo queda respaldar a los que desde una visión democrática van a ese escenario a defender las libertades y las posibilidades de retomar la senda de institucionalidad democrática y la recuperación económica.