Son las 7:00 pm en el terminal de pasajeros situado frente al Parque Generalísimo Francisco de Miranda. Las colas se pierden entre la cantidad de gente que hay para abordar los autobuses a distintas ciudades dormitorio cercanas a Caracas como Guarenas, Guatire y La Rosa.
Por: Ricardo Zapata / EL Nacional
En una de las largas filas para abordar el autobús hacia Guatire, una señora observa cómo pasan las horas y no llega una sola unidad de transporte que la traslade a su destino. Tiene dos bolsas llenas de productos como leche, arroz y pasta. Sus brazos no tienen fuerza para seguir cargando el peso, así que decide colocarlas en el piso para relajarse.
Sobre su hombro derecho cuelga una cartera negra que abre cuidadosamente para sacar su teléfono móvil y comunicarse con su esposo. “Déjame ver si el marido mío me atiende para que me lleve a la casa. Este peso no lo aguanto más”, dice mientras se seca el sudor de la cara con la manga de un blazer negro que lleva puesto.
Cuando enciende la pantalla de su teléfono inteligente, se da cuenta de que no tiene señal porque el indicador de la recepción marca una “X” roja y las llamadas se redireccionan solas. Emite un profundo suspiro, saca el forro del aparato electrónico, le quita la pila y se la vuelve a colocar.
Cuando el dispositivo se reinicia, todo sigue igual. La equis roja no se quita y el reloj ya marca las 9:00 pm. El desespero se apodera de ella y empieza a llamar con la esperanza de hablar con su esposo. “Mija, deme un chance que voy a pararme en otro lado a ver si este aparato coge señal”, le dice a una muchacha como de 20 años que tenía un bolso negro.
Como si se tratara de un juego, la señora se desplaza de un lado a otro por toda la entrada del popular parque caraqueño para ver si su teléfono toma algo de señal. “Esto no puede ser, seguro ya se fue y no me pude comunicar con él”, expresa mientras sigue en el intento de que su esposo conteste la llamada
Pasan aproximadamente 30 minutos cuando por fin logra tener un mínimo de señal y marca rápidamente el número de su pareja para preguntarle la ubicación. “¡Aló! ¿José? ¡Aló! ¿Me oyes? ¿Estás en Caracas? ¡Aló! Se cayó”, dice mientras chista los dientes. No le queda de otra que esperar hasta las 10:00 de la noche para que un autobús llegue y pueda irse a Guatire. Ya le duele la espalda y no quiere saber nada de las dos bolsas de comida que cargaba.
Cuando llega la anhelada unidad de transporte, paga 5.000 bolívares de pasaje y toma uno de los primeros puestos. El autobús se llena y arranca a la popular ciudad dormitorio perteneciente al estado Miranda.
Cuando el autobús llega a la Autopista Gran Mariscal de Ayacucho (GMA), nota que su celular no para de sonar. Lo saca rápidamente de la cartera y se percata de que era su esposo quien la estaba llamando. “¿Dónde estás?”, pregunta el hombre. “Ay, ya yo bajé. Te llamaba y nada, imposible comunicarse con este perol”, responde ella. “Te iba a decir que estaba bajando para Guatire y nos viniésemos juntos, pero bueno, que llegues rápido”, indica el hombre. “Ni modo, ya tomé el autobús y pagué 5.000 bolos”, insiste la mujer.
“Todo por culpa de estas líneas que no sirven, uno paga esos planes caros para nada. Nunca me pude comunicar con mi esposo y ahora tengo que cargar este bolsero encima”, lamenta mientras respira profundo.
Un simple error de comunicación entre una pareja refleja la compleja situación que viven los servicios de telefonía, internet y mensajería de texto en el país, englobados dentro de un sector económico que lleva por nombre telecomunicaciones.
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