El comunismo, mucho más que otras tiranías con alardes ideológicos, comprendió que el control más difícil y costoso es el militar con criterio policial que, además, es de escasa confiabilidad personal. Sin embargo, depende en demasía del caudillo, comandante en jefe, que, como ser humano, un día manda, otro se enferma y al siguiente muere. La ausencia terrenal puede ser recordada e incluso venerada, pero nunca obedecida. Los herederos no siempre son capaces de conservar el mando que la naturaleza les entregó gratis.
Lo curioso, a la vez que patético, de la regencia venezolana, no es tanto lo que promete como lo que no cumple. Son demasiados los ejemplos de las ofertas incumplidas, dejadas de lado, abandonadas que nunca fueron más allá del micrófono.
A este ambiente desastroso y en permanente decadencia, se le suma la actitud de cierta oposición malsana, sumergida dentro de sus propios egoísmos, satisfecha con placer masturbador de egos y que miente con goce perturbador a las personas después de mentirse dentro de sus cúpulas. Los mismos que no pueden resistirse a una cámara de televisión porque les caen encima excitados en concurso maniático de pescueceo para declarar largos palabreríos sin sentido con abstracciones, y los mismos vacíos.
No se trata sólo de la represión desplegada por uniformados y fanáticos civiles, sino de la serie de medidas gubernamentales en busca de controlar mentes y voluntades. Una de las más recientes es el llamado pomposamente “Carnet de la Patria”, versión actualizada de la vieja y humillante libreta de racionamiento de los castro-cubanos. La idea es simple y enorme. Si no se posee, no recibe ni tiene derecho a nada.
La obsesión esclavista del oficialismo bolivariano es vigilar su población, incluso sus fieles y leales, tener a los ciudadanos fichados, obedientes e ilusionados, y el Carnet de la Patria contribuye con el control -la esperanza es personal. No han logrado eficiencia -concepto excluido del vocabulario rojo rojito- para evitar esperas con largas colas, lo cual no significa que haya más comida y medicamentos, o que los precios se mantengan en niveles razonables y los productos se consigan.
El Carnet de la Patria controla, doblega, informa, pero no hace milagros, la carencia y estanterías vacías se mantienen -como siempre, los gobiernos de Chávez y Maduro nunca tienen la culpa, es de otros-, la guerra económica desatada por imperialismos sigue agrediendo, el petróleo no repunta, y lo poco que no se envía a los chinos para amortizar la deuda monumental, es objeto de corrupción y robo, una industria petrolera que llegó a ser modelo para el mundo hoy es chatarra oxidada e inservible.
Ideología, populismo, emociones y anhelos son motores para dar soporte a las tiranías, atraen a las masas poblacionales, y hacen del control un puntal, no la base. El fundamento nace de manipular la emoción, hacerlas sentir que el partido y el jefe supremo se preocupan de ellos, que los alimentan, defienden de poderosos y ambiciosos que los odian y quieren despojarlos.
El chavismo, inspirado por el castrismo cubano veterano de 60 años de férreo control de su pueblo, creador de la miseria como arma de sumisión y dominio, ha desarrollado una trayectoria similar de despliegue de ofrecimientos y espejismos envolviendo el acero de las cadenas. Lo que es incuestionable su incompetencia en gobernar, pero rudos en el control de la ciudadanía.
Salir del país, sólo a comprar lo que escasea, solicitar un crédito para emprender cualquier iniciativa, adquirir cajas y bolsas CLAP, obtener medicamentos que según el Gobierno existen, pero hay quienes mueren por no encontrarlos; en fin, lo que necesite sólo será posible para quienes hayan aceptado agachar la cabeza con firma y foto al control del Estado maduro comunista tutelado por el castrismo.
Pero, el Carnet de la Patria no hace magia, no logra un suministro seguro de electricidad, agua limpia, no reduce el reino sangriento del malandraje y, para ser sinceros, tampoco garantiza al oficialismo que pueda ganar elecciones sin trampas. Y menos aún, logrará que gobernadores, alcaldes y simpatizantes cooperantes sean eficientes, eso no importa, lo que interesa es controlar.
Y eso es el Carnet de la Patria. Un control que puede ir sustituyendo poco a poco, hambre a hambre, muerte a muerte, a la Cédula de Identidad, cuyos datos están en el Ministerio de Relaciones Interiores, mientras que los del Carnet de la Patria pertenecen al partido oficialista. ¿Qué sentido tendrá dentro de muy poco, tener dos plásticos similares? ¿0 es que el patriocarnetizado no podrá identificarse ante cualquier autoridad con el carnet, así como tampoco puede comprar una bolsa de comida sólo con su cédula de identidad?
Pero como todo lo del chavo comunismo versionado por el madurismo, es también una muestra de incompetencia. El Carnet de la Patria se exige a la cañona, sí porque sí, para acceder a cualquier beneficio, calmar el hambre y la desazón, pero es de procedimiento lento, hay que hacer colas enormes, además del ambiente denigrante de sumisión, respiración de los esclavizados.
De manera que, como en todo lo que hace, el castro madurismo controla, pero pierde afectos, no sólo porque no cumple con su obligación de generar bienestar, sino que, para dar, humilla, tuerce rodillas, manipula cogotes y somete. Pero también hace trampas para conservar el poder y la fe que ha perdido en los corazones de la inmensa mayoría de los venezolanos.
@ArmandoMartini