Un grupo de ciclistas se ven obligados a apretar los frenos cuando un hombre con una maleta con ruedas se detiene abruptamente en medio de una transitada carrilera para bicicletas en Amsterdam para recoger una bolsa que dejó caer.
“Si esperamos un poco más, probablemente empezará a cepillarse los dientes”, dijo uno de los ciclistas, evidentemente exasperado.
Es una escena emblemática del problema de exceso de turismo que está atestando las calles de ciudades como Amsterdam, Roma, Barcelona y Venecia.
La capital holandesa, con sus célebres canales, estrechas callejuelas y una red de callejones en su zona roja, está tomando medidas para combatir el problema, tratando de mantener la ciudad atractiva para residentes y turistas por igual. Pero algunos dicen que no es suficiente.
Las estadías de una noche en hoteles aquí subieron de poco más de 8 millones en el 2006 a 14 millones en el 2016. El número de visitantes a la Casa de Anna Frank ha fijado récords en siete años consecutivos, y llegó a casi 1,3 millones el año pasado.
Todos los fines de semana, el centro de la ciudad es abrumado por visitantes extranjeros en bares de mala muerte y clubes de desnudistas. Los turistas se paran a mirar a las prostitutas en la zona roja y llenan cafés donde se vende marihuana.
El concejal Udo Kock tiene un mensaje para los juerguistas: “Si la única razón por la que vienen a Amsterdam es para emborracharse, endrogarse, miren, nosotros no podemos hacer nada para impedirlo, pero no los queremos aquí”.
No es solamente los jóvenes visitantes que llegan a bordo de vuelos baratos y se quedan en hoteles de bajo costo. Añádale a ello las muchedumbres de viajeros de un día en los cruceros que atracan cerca y los huéspedes de Airbnb que arrastran ruidosamente sus maletas por las calles adoquinadas de la ciudad, y tiene una mezcla que exaspera a los locales.
Con atracciones como el Museo Van Gogh, el Rijksmuseum y la Casa de Anne Frank, Amsterdam tiene numerosos lugares de interés más allá de la zona roja. El turismo inyecta dinero a la economía y crea empleos, pero el impacto de millones de visitantes en una ciudad de 850.000 habitantes es alto.
“Daña el carácter de la ciudad”, dijo Kock. “Hay barrios en los que simplemente puedes ver que la gente que solía vivir allí no quiere vivir allí más”.
Amsterdam está tratando de regular los problemas, pero Kock reconoce que no hay solución mágica. “Es un problema tan complicado que tienes que usar todas las políticas que puedas, grandes y pequeñas. Y tratar de ser imaginativo”.
Entre las medidas en consideración están suspender la construcción de nuevos hoteles, mover la terminal de cruceros lejos del centro de la ciudad, prohibir tiendas sólo para turistas en las partes viejas y prohibir las “bicicletas cerveceras”, largos bares movidos a pedal.