El asesinato la mañana del 31 de diciembre de una muchacha de 18 años con cinco meses de embarazo por un guardia nacional que protegía las instalaciones de su comando de una manifestación de ciudadanos que pedían les entregaran unas bolsas de comida que el gobierno les había prometido, fue uno más de los miles de accidentes mortales que suceden a diario en Venezuela, donde una hambruna generalizada empuja a oleadas de personas a arriesgar la vida por mendrugos que les regala un dictador socialista que les ha arrebatado el trabajo, la libertad, la ley y, ahora, el valor de su moneda.
Porque el crimen de la muchacha embarazada y el de su hijo que no llegó a conocer la luz del día, también pudo estarse cometiendo “por fracciones” (en slow motion, como dicen los cineastas), en las tumultuosas colas en que millones de venezolanos gastan sus días, sus vidas, para procurarse “algo” de los derechos humanos de primera generación que perdieron, cuando, un grupo de marxistas residuales y náufragos llegó al poder hace 19 años con el lema de: “La igualdad primero, la libertad después”.
Hoy los únicos “iguales” y “libres” en Venezuela son una camarilla cívico-militar (o militar-cívica) de no más de 100 individuos, absolutamente pasados de peso, enfundados en uniformes de gala o de combate los primeros, en trajes de marca los segundos, y todos munidos de relojes de oro Rolex y Cartier como señal de que pertenecen a la élite que Orwell inmortalizo hace 70 años con la etiqueta de: “En el socialismo todos somos iguales, pero hay unos más iguales que otros”.
Dotados de buena tropa, eso sí, como la que cuidaba las instalaciones de la Guardia Nacional “Bolivariana” en el barrio Mamera del Oeste de Caracas, uno de cuyos soldados (dicen que borracho) accionó su arma para quitarle la vida a la muchacha, Alexandra Conopoi, a ella y a su hijo, mujer humilde como la que más, pobre entre las pobres, pero a la que la dictadura convenció que no debía trabajar sino mendigar, estudiar sino aplaudir, porque el destino de los pobres, según los socialistas y populistas, es existir para ser uno de los pilares del sostén de unos redentores que nacieron para pasarla bien, mientras los pobres mueren por ellos.
Digamos los 200 cientos enfermos de paludismo que desde el año pasado penan por tratamientos antipalúdicos en el Estado Bolívar porque el estado benefactor madurista ni los produce, ni los importa porque no tiene dólares para pagarlos, ni permite que las empresas capitalistas los importen y, mucho menos, que la comunidad internacional los done, porque en el socialismo no hay paludismo, ni hambre, ni represión, ni pestes, ni enfermedades, sino un mundo dorado de Rolex y Cartier.
Pero es, igualmente, el caso de los enfermos renales sin tratamientos para sus diálisis o trasplantes, o los cancerosos que fallecen porque interrumpen sus quimios o no pueden ser intervenidos por el colapso de laboratorios y quirófanos, o quienes, simplemente, no superan los brotes infecciosos estomacales, intestinales, pulmonares y gripales porque no hay antibióticos, que todo ocurre a diario y segundo a segundo en esta sala hospitalaria del horror en que, se ha transfigurado una sociedad de casi 30 millones de personas que corre a retroceder, o ya se retrocedió, a comportarse como uno de los países más olvidados de la olvidada África del siglo XIX.
Pero nada como las muertes violentas, las que ocurren por abaleamientos (como las de Alexandra Conopoi y su hijo), heridas de arma blanca, asfixias, torturas, diversos maltratos, abandono en las cárceles o en los tribunales (que llaman prisiones) y todo por negarse a retirarse de una calle donde se protestaba, entregar bienes írritos como un celular, o no pertenecer a las bandas de civiles armados que llaman “colectivos” y, con los cuales, el régimen trata de preservar el bien que le resulta más preciado: la paz u orden que debe prevalecer en las calles.
“El nuevo aumento de salarios” dice el ministro de Agricultura y Tierra, Castro Soteldo “es cierto que no aumenta el poder adquisitivo pero preserva la paz”. “La ANC” dice la presidenta de la también llamada ´Prostituyente´, Delcy Rodríguez, “es cierto que no ha probado leyes ni ha implementado políticas, pero nos trajo la paz, el don precioso paz”. Y Maduro: “De las negociaciones de la República Dominicana, lo más seguro es que no salga un solo acuerdo. Pero yo me conformo con que hayan sido un garante imperturbado de la paz”.
Le faltó decir: “Ah y si nos procura que Estados Unidos les levante las sanciones a nuestros funcionarios y que la UE no se las aplique ¿qué más se puede decir?”
Paz, paz y paz, es un clamor persistente de los totalitarismos de todos los tiempos y países. La paz de los cárceles, de los hospitales y los cementerios.
A punta paz, el comunistas soviéticos erigieron un imperio que duró 70 años, los chinos de Mao otro que duró 30 y los cubanos un barracón de hambre y muerte que ya dura casi 60.
Y Maduro, a raíz de la paz que se le concedió a cambio de que convocara unas elecciones regionales donde perpetró uno de los fraudes más gigantescos de la historia, lleva cuatro meses matando gente de hambre y enfermedades como nunca, cometiendo atrocidades con presos y perseguidos, burlándose de los más pobres con alimentos que nunca llegan y bailando, si es la ocasión, con su Rolex que nunca lo hace quedar mal y unos militares de opereta malos en todo, salvo en los casos de asesinar compatriotas como Alexandra Conopoi, cuyo hijo de cinco meses, no llegó a ver la luz de sol.
Dicen informes de cuerpos policiales antidrogas de todo el mundo, que eficientes integrantes de un cártel poderoso del narcotráfico internacional, el “Cártel de los Soles”, con desembozadas relaciones con los carteles colombianos y mexicanos con los cuales se reparte las rutas del transporte de cocaína hacia Estados Unidos, Europa, Asia y África.
De lo que si no hay dudas es que, desde tiempos de Chávez, hacen parte de un gang de la delincuencia organizada internacional, que, unido a la Odebrecht de los tiempos de Lula y a la PDVSA de los años del boom petrolero, promovió la corrupción como el sistema de gobierno identitario de la región, donde se salvaron muy pocos jefes de gobiernos y ministros de los últimos diez años y, entre los cuales, el presidente del Perú, Pedro Pablo Kuczinsky, es la última víctima.
Pero vendrán otras, nuevas víctimas y apuesto que entre los más connotadas estarán la élite de civiles y militares de la cúpula castromadurista, los 100 revolucionarios de Rolex y Cartier para quienes “en el socialismo todos somos iguales, pero hay unos más iguales que otros”.
Pero ¿cómo salimos de semejante bestia?, nos preguntamos los venezolanos que desde hace casi 20 años la hemos visto descubrirse, encubrirse, develarse, minimizarse, exponenciarse, retorcerse, expandirse pero siempre dirigida a ejercer una suerte de naturaleza maligna y perversa que, incluso, no se amilanaría en suicidarse si ese es su único escape?
Monstruos he visto, me digo a veces, pero como este que una ideología, el marxismo o comunismo, prendió entre algunos hombres, creo que jamás me había visitado.
“El sueño de la razón produce monstruos” escribió Goya y para entender lo que dijo, no hay como haber estado esta Navidad y Año Nuevo en Caracas.
El caso es que, una parte de la oposición, la que está agrupada en la organización de partidos que llaman MUD, piensa que con estos fanáticos, con estos fundamentalistas, con estos hijos de Torquemada, Robespierre, Stalin, Hitler, Goebbles, Fidel Castro y Osama Bin Laden se puede negociar y llegar acuerdos que permitan cambiar las reglas de juego electorales (todas favorables al régimen) y el actual CNE (máximo organismo electoral que suma y resta votos a su haber y entender) y así, en unas elecciones presidenciales que se celebrarían en diciembre, lograr que la dictadura reconozca un eventual triunfo de la oposición y le entregue el poder ( como usted lo oyó: “el poder”).
Creencia, o artículo de fe, que parte de dos equívocos: 1) Pensar que el gobierno de Maduro accederá en unas negociaciones a cambiar las reglas electorales o el CNE. 2) Que realizado el milagro de que acceda, ya en la eventualidad de unas elecciones presidenciales con reglas y CNE nuevos, no va a perpetrar un gigantesco fraude solo comparable al de las regionales del 15-O.
Pero bueno, como no mandamos en la buena fe o inocencia de nadie, no me cabe sino expresar mi opinión de que, solo quitándole la paz al gobierno, arrebatándosela y acosándolo por todos los flancos, puntos, estaciones, lugares, tiempos y rincones nos será posible contener la destrucción de Venezuela, su agonía y desangramiento, su despoblamiento y fragmentación, para pensar en una recuperación que será dolorosa y larga pero posible e inevitable.
Una movilización o explosión social de meses y hasta años, que apele a la participación de nuestros aliados democráticos internacionales, sin miedo a que la llamen invasión o intervención pero que testimonie que la desgarradura, el cráter, la hendidura comunista no nos va a quitar a Venezuela.
En ella se encontrarán los verdaderos partidos democráticos venezolanos y sus líderes, porque los otros, los negociadores, no hay dudas que seguirán trasegando en ilusiones que de viejas se harán irreconocibles, indescifrables, imprescriptibles.