El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) ha señalado que a pesar de los avances para alcanzar numerosos acuerdos comerciales bilaterales y entre subgrupos de países, la región no se ha integrado realmente. En tal sentido señala de manera acertada que “El comercio regional en bienes intermedios es limitado, y sólo unas pocas empresas participan en las cadenas de valor en la región, lo que limita su participación en las cadenas globales de valor. Un movimiento concertado hacia un verdadero mercado común regional contribuiría a profundizar la integración y permitiría a las empresas explotar una mayor escala, ayudándoles a competir más efectivamente con los actores globales y a fomentar una mayor productividad y crecimiento”.
Esta realidad plantea muchos desafíos en el corto, mediano y largo plazos. Hoy, los paradigmas en el ámbito de la integración son otros. La mera reducción arancelaria forma parte de esquemas que han devenido demodés, sobre todo cuando casi todo el universo arancelario está prácticamente liberado. Se está pasando de lo meramente comercial, de la eliminación o reducción de las tarifas, hacia asuntos como la facilitación y simplificación de los tramites del comercio, el libre flujo de las inversiones, la integración del mercado bursátil, una real unificación jurídica, la coordinación macroeconómica, los encadenamientos globales de valor y la incorporación y utilización de las nuevas tecnologías, porque las distancias ya no son tan determinantes como antes, la geografía ya no es un limitante. La integración está urgida de cambios conceptuales e institucionales, particularmente, en nuestro hemisferio. De allí que surjan nuevos modelos como la Alianza del Pacífico, y concomitantemente entren en crisis modelos rezagados como Mercosur y la CAN, que han perdido peso y dinamismo.
En consecuencia, se impone a los países de nuestro entorno continental, la necesidad insoslayable de pensar en términos hemisféricos y globales, no desde las estrechas subregiones que tienden a cerrarse sobre sí mismas y a establecer barreras defensivas ineficaces y contraproducentes.
A mi juicio, sólo un cambio cultural sustantivo de nuestra estrecha visión por otra en la que se asuma nuestra condición de países que formamos parte de un entorno mayor y con habitantes que deberían asumirse como ciudadanos del mundo, podrá permitirnos una inserción vigorosa y sostenida en el difícil y desafiante entorno que tenemos enfrente.
Subirnos a esa corriente ecuménica con decisión, audacia, pragmatismo y confianza, en modo alguno significa no valorar nuestras raíces y valores propios, entendidos éstos no desde la perspectiva de las extraviadas o perdidas “identidades colectivas”, de los fanatismos identitarios, todos fruto de angostas visiones nacionalistas, discriminadoras del “otro”, del “diferente”, que una casualidad de la vida lo hizo nacer en un rincón geográfico distinto al de uno, sino desde una óptica universalista que propicie más espacios para la libertad y el intercambio, superando aquellas posiciones cortas de miras.
Las múltiples facetas de la vida de la persona humana no se circunscriben a una nación, ni ésta las puede restringir. Porque incluso la identidad o identidades múltiples no son estáticas, están recreándose continuamente; el ser humano “crea su identidad al crear su obra”.
En cualquier caso, como dice el sociólogo español Ignacio Sotelo, hace mucho tiempo que los pueblos dejaron de ser estables y homogéneos. En un mundo globalizado, las fronteras lingüísticas, culturales, económicas, sociales y políticas se disuelven Así, en años recientes, varios países latinoamericanos están mudando sus conductas institucionales y políticas económicas, desde una perspectiva de apertura al mundo, y con ello han logrado obtener resultados altamente positivos en términos de resolver aquellos problemas. Los más recientes índices globales lo validan.
Las políticas de mercado y la apertura comercial internacional, desde visiones pragmáticas, se han impuesto en la mayoría de los países, las cuales, junto a adecuadas políticas sociales compensatorias, creadoras de capacidades y de capital humano en la población, y al desarrollo de infraestructuras productivas, han cosechado frutos importantes. Chile, Colombia, Costa Rica, México, Perú y Uruguay, entre otros, están recorriendo exitosamente este camino, cada uno con sus problemas particulares y a pesar de que queda aún mucho por corregir respecto de persistentes orientaciones perjudiciales. En tal sentido, la apertura al mundo sin complejos, es crucial, y ésta comporta poner en práctica políticas que busquen el logro de la prosperidad económica, la que, en lo sucesivo, será la medida del poder de los países, tanto o más importante que la superioridad militar.
Lamentablemente, nuestro país, en la actualidad, va extraviado por otros rumbos, que será necesario corregir si desea no quedarse rezagado de cara a tal corriente de cambio.