Es un hombre más que macizo. Tiene una voz frágil, socavada por una actuación impuesta. El guión es el mismo. Riguroso, abigarrado de exclamaciones impertinentes e imperando emociones tramposas que ni su entorno directo cree. Exuda incertidumbre. Se topa con pensamientos inservibles, los vocifera y le da vuelta a la contradicción, como argumento para la confusión.
Pero sigue aferrado a su puesto. Su discurso interminable y reiterativo. Sus evocaciones turbias se vuelven entreveradas, mientras su mostacho parece presagiar algún anuncio turbulento. Sus ademanes exteriorizan nerviosismo. Sus ojos ausentes, opacos e inexpresivos. Habla con desprecio y en ocasiones estalla con furia, a sabiendas de estar ocupando un lugar en la historia que no le corresponde.
El salón impecable y atestado de ministros aduladores, sirve de escenario para cada proclama trastornada. No puede abandonar. Declinar sería su peor error. No hay salvoconducto. Al mundo le sobran argumentos interminables para encarcelarlo. Se relame los labios y mira a la cámara con desdén, repasando las líneas en su mente escasa, para no olvidar sus expresiones avinagradas y sus anuncios para la contrariedad.
Se muestra torpe, incoloro e impaciente. Su prosa estéril y desabrida. Pero no han podido debilitar sus cimientos de poder. Ni las protestas de calle, ni las sanciones internaciones ni ese complicado precio del barril petrolero. Sólo han sido sustos, fantasmas, estremecimientos momentáneos. O tal vez sean los presagios del final. La duda tortura, lacera y genera insomnio. Está a todo riesgo. No se puede torcer el camino.
Posee una racha de victorias escamoteadas. Por eso el tiempo juega en su contra y debe adelantar las elecciones presidenciales, mientras se ha corrompido a una oposición confundida y enredada en la telaraña tejida maquinalmente desde Cuba. Mientras nadie le salga al paso y el país continúe en la zozobra de una hiperinflación sin límite, podrá tramar todo tipo de artimañas.
Antes de abril. No hay tiempo para conjeturas ni desatinos. Unos comicios propicios para el desanimo colectivo, visto en los anteriores procesos. Al pueblo ya le tiene sin cuidado la trampa. Se ha hecho costumbre. A la gente le da rabia, impotencia y desconcierto. Pero sigue impasible. No hay liderazgo. La preocupación es la consecuencia y el efecto. La nevera deshabitada. Pero la causa de todo sigue aferrada, sujetada sin quebranto, al dominio de un país desinflado.
Se atusa el bigote con ansiedad. Debe aparentar ser un presidente indestructible. Es un todo o nada en la ruleta política. La economía en 2.600 por ciento de inflación era impensable y así lo fue en 2017. Para este año no existe especialista que estime una cifra inferior, con tonos de agravarse. Por eso la celeridad electoral es imperante.
Venezuela es la única trinchera. Se acabaron los regodeos y las vacaciones veraniegas en paraísos europeos, para los taimados y ladinos del poder. Las sanciones. Esas benditas y reiterados sanciones que no disminuyeron, pese a la patraña de las mesas del diálogo. “Elecciones rápidas son antidemocráticas. EEUU mantendrá la presión sobre el régimen”, advirtió el vicepresidente norteamericano, Mike Pence, con su inflexión inalterable de estar frente a una dictadura sin decoro.
No existe un castillo de naipes que no se desplome, por el irremisible ímpetu de la justicia. Pronto llegará la puesta en orden de esta nación, alterada con el deterioro aplicado por el manual cubano. No puede extraviarse la fe y la valentía para resolver los entuertos. Una misión a cumplir antes de abril.
MgS. José Luis Zambrano Padauy
@Joseluis5571