Julio Verne no pudo haber creado un personaje que no fuera británico como Phileas Fogg para su novela La vuelta al mundo en ochenta días. El próspero londinense, miembro del Reform Club, hace una apuesta en su agrupación de caballeros de que recorrerá el globo terráqueo en ochenta incuestionables días y el monto de la apuesta se cobraría en el banco de los hermanos Barings. Este banco por cierto era una de las instituciones financieras más viejas del Reino Unido hasta que uno de sus empleados vendiendo contratos de futuro la hiciera perder 827 millones de libras en 1995. El personaje no sólo gana el desafío sino que en el tour rescatará a una viuda hindú a quien pretendían incinerar junto al marido muerto. La novela de Verne es un firme homenaje a la puntualidad. En un país donde el tiempo es oro, ser impuntual equivale a robarlo lo que conforma un abstracto tipo penal en materia de estafa. La puntualidad es la cortesía de los reyes, apuntaba Luis XIV a pesar de que los mediterráneos no son especialistas en llegar sin demoras. Otro pueblo meticuloso con el reloj es el alemán. Hace unos años una frase de Lufthansa lo describía de la siguiente forma: “Les ofrecemos algo mejor que la puntualidad inglesa: la puntualidad alemana”. En los regímenes totalitarios la impuntualidad puede ser hasta castigada: en la época de los crímenes estalinistas una obrera llegó diez minutos con retraso a su fábrica. Fue despachada a Siberia a cumplir trabajos forzados.
El secretario de Desarrollo Internacional del Reino Unido, Michael Bates, Lord Bates, presentó hace una semana su dimisión por llegar tarde a la Cámara de los Lores. La lentitud fue de dos minutos y ante la imposibilidad de estar a tiempo para responder preguntas, prefirió poner su cargo a la orden del Gobierno de Theresa May por aquello de la exactitud y que se debe siempre “alcanzar los niveles de cortesía más altos posibles”. Luego de retirarse del hemiciclo, la primer ministro no le ha aceptado su renuncia. El miramiento por sus dos minutos desconsiderados han resultados tremendamente pedagógicos para la humanidad.
Sólo los pueblos puntuales alcanzan sus objetivos. Quien se presenta a deshora nunca valorará los lapsos de la historia. Una de las tragedias venezolanas es el homenaje a la tardanza porque los irrespetuosos desconocen los cronómetros. ¿Tendremos algún destino a sabiendas de que minutos más, minutos menos, nos parecen iguales? Todo parece imaginarse a destiempo. Ojalá tuviéramos la precisión de fijar nuestro transcurrir para que no sigamos perdiendo las horas irrecuperables que nos definen.