El día de ayer fue difícil y no sólo por el colapso eléctrico en una hora tan inoportuna, al finalizar la tarde, sino por el debate sobre el Esequibo y la forma en la que concluyó que merecerá un comentario posterior. En definitiva, lo fue porque murió – ya muy avanzada de edad – Fedora Alemán.
De ella supimos siempre, porque en casa se le admiraba mucho y mi madre nos hablaba de ella, como de Eva María Zuk, entre otros artistas. E, incluso, recientemente, mi hermana mayor nos comentó de las circunstancias en la que conoció a Fedora, gracias a las reminiscencias indispensables, sobre todo, para sortear y atenuar las angustias de los días que corren.
Aficionados a la vieja prensa, nos impresiona la presencia constante y celebrada de Fedora en páginas tan necesarias de reeditar para que las nuevas generaciones sepan de los hombres y mujeres y, en definitiva, de la civilidad que construyó y legó la República más allá de la pólvora y de las consignas. Y, aunque cultivó un género tan exigente de la música, a contracorriente de esta particularísima post-modernidad que nos asfixia, retrotrayéndonos a la barbarie, hoy, sorprenderá gratamente saber cuán alto alzamos la voz de virtudes ensombrecidas por este régimen de las demoliciones.
Por sugerencia e insistencia de María Efe, con anticipación, luchamos porque la Asamblea Nacional reconociese a la cantante por su centenario en vida. Fue difícil plantear el acuerdo, aunque es justo reconocer que, final y decididamente lo apoyó la otrora diputada oficialista Gladys Requena, logrando un tributo que, para decirlo de un modo, nos removió emocionalmente en la Tribuna de Oradores a la que pocos opositores accedíamos (https://www.youtube.com/watch?v=1RRzWY_0B6s).
Yéndose poco a poco, por estos años, el país tan distinto que fuimos, el canto de Fedora se sentirá para reconstruirlo y perfeccionarlo. En un modesto gesto de agradecimiento, la despedimos sabiendo que volverá.