Ya es medianoche en una de las carreteras más peligrosas de América Latina y el camionero Humberto Aguilar atraviesa la oscuridad con una carga de 20 toneladas de vegetales frescos cosechados en los Andes venezolanos para venderlos en Caracas.
Días antes, Aguilar había visto aterrorizado como cientos de saqueadores embistieron a un grupo de camiones estacionados para llevarse, aprovechando que los superaban en número, toda la leche, el arroz y el azúcar que cargaban los vehículos.
En otra oportunidad, un hombre apareció a un lado del camión de Aguilar y le apuntó a la cabeza con una pistola, pero su copiloto desvió el vehículo bruscamente para deshacerse de él.
De igual forma, en este último viaje, justo antes de llegar a Caracas, unos atacantes lanzaron una piedra a su parabrisas que rebotó sin causar daños.
Aunque los asaltos a camiones han sido comunes desde hace tiempo en las carreteras de las principales economías de América Latina, desde México hasta Brasil, el saqueo de las cargas ha aumentado en Venezuela en tiempos recientes y parece ser el resultado no sólo de la criminalidad común, sino del hambre y la desesperación entre sectores de la población del país de 30 millones de habitantes.
Por todo Venezuela hubo unos 162 saqueos en enero, incluyendo 42 robos a camiones, según la consultora local Oswaldo Ramírez Consultores (ORC) que evalúa los riesgos en las carreteras para las empresas. Eso se compara con los ocho saqueos, incluyendo el robo a un camión, de enero del 2017.
Ocho personas murieron en saqueos en todo el país en el primer mes del año, según un recuento de Reuters.
Los ataques estilo Mad Max están impulsando aún más los costos del transporte y la comida en un ambiente hiperinflacionario, pero además suman dificultad al movimiento de mercancía en el afectado país petrolero.
Todos esos problemas convergen en la peligrosa vida de un camionero, que además enfrenta el acoso de uniformados pidiendo sobornos, el espiral inflacionario sobre los repuestos de su vehículo y el constante riesgo del crimen, en un país con una de las tasas de homicidios más altas del mundo.
Las solicitudes de comentarios al Gobierno de Venezuela y a sus fuerzas de seguridad no fueron respondidas.
Atemorizados ante los saqueos, pero con una prohibición legal de portar armas, los camioneros forman grupos para protegerse, se envían mensajes de texto para alertarse entre ellos sobre los puntos con mayores incidencias y, sobre todo, se mueven lo más rápido posible.
“Cada vez que me despido de la familia, pido a Dios y la Virgen que nos protejan” dijo Aguilar, un hombre alto con barba de 36 años, preparándose para su viaje de novecientos kilómetros saliendo de La Grita, un pueblo andino, hasta un mercado de Caracas.
MOTORIZADOS ARMADOS
Los saqueadores, envalentonados, utilizan distintas técnicas, dependiendo del terreno y el objetivo.
Algunas veces, motorizados con pistolas rodean un camión hasta que logran detenerlo, como leones cazando a su presa. Otras veces, los atacantes esperan a que el camión reduzca la velocidad.
La vía periférica que rodea la ciudad central de Barquisimeto, rodeada de barriadas pobres, es célebre entre los camioneros, quienes la apodan “La Guillotina”, debido a los frecuentes ataques.
En algunos casos, la muchedumbre simplemente rodea como un enjambre al camión durante una parada de descanso o por alguna reparación. Raramente los militares y policías ayudan, de acuerdo a entrevistas con más de una veintena de conductores.
Yone Escalante, de 43 años, quien también transporta vegetales desde los Andes en un viaje de 2.800 kilómetros hacia el oriente de Venezuela, se estremece al recordar cómo uno de sus vehículos fue saqueado en los llanos del estado Guárico, en el centro del país.
Los problemas comenzaron cuando uno de sus dos camiones se accidentó y unas 60 personas aparecieron de entre las sombras y lo rodearon.
Escalante, que estaba a media hora de distancia del camión, se apresuró para llegar al lugar. Para cuando arribó, el grupo ya alcanzaba las 300 personas y el hombre de negocios, que es propietario de camiones y vendedor de hortalizas, saltó sobre el vehículo para tratar de razonar con la gente.
“De repente llegaron dos militares, y pensé ‘gracias a dios, llegó ayuda'”, recordaba Escalante durante un descanso entre viajes.
Pero mientras la muchedumbre gritaba amenazante “comida para el pueblo”, los soldados murmuraron algo en torno a que los productos en el camión estaban asegurados, aunque este no era el caso, y se alejaron.
“Esa fue la señal. Se subieron como hormigas y se llevaron todo: papas, cebollas, tomates, pepino, zanahorias. Me costó un día entero para cargar el camión, pero se llevaron todo en 30 minutos. Era para llorar de la rabia”.
¿MAD MAX O ROBIN HOOD?
En otra ocasión, cuando lo saquearon después de que se detuvo por una llanta reventada, los policías se unieron a la refriega llevándose bananas y queso junto a la multitud, dijo Escalante. Hace sólo unos días, Escalante conducía junto a otros cuatro camiones al caer la tarde, cuando saqueadores saltaron sobre su vehículo y comenzaron a sacar los productos.
“Aunque había baches en la calle, aceleramos y nos movimos de un lado a otro para sacudirlos … No es culpa de uno. Era nosotros o ellos”, dijo.
Aunque los sucesos en las carreteras de Venezuela pueden parecer sacados de la película de Mad Max, los camioneros dicen que algunas veces se parecen más a la historia de Robin Hood, refiriéndose a que los atacantes tienen el cuidado de no herir a los conductores o sus vehículos, siempre que no se resistan.
“La mejor protección es ser sumiso, ofrecerles la carga”, dijo Roberto Maldonado, encargado del papeleo de los camioneros en La Grita. “Cuando la gente tiene hambre, se vuelven peligrosos”.
Sumisión aparte, todos los conductores entrevistados por Reuters conocían de alguna víctima fatal en las carreteras, principalmente en casos de robos planificados, más que en saqueos espontáneos.
En el viaje desde los Andes hasta Caracas se pasan unos 25 puestos de control, donde los camioneros deben apearse y buscar un sello de los agentes de la Guardia Nacional.
En muchos de esos puntos, un soborno también es requerido, siendo por estos días más valioso un saco de papas que el poco dinero en efectivo que puedan entregar.
En las grandes ciudades, las bandas también cobran a los camioneros de los Andes por un paso seguro y el permiso para establecerse en mercados.
“El Gobierno no presta seguridad a nadie. Es una locura. La gente se ha acostumbrado a robar, a vivir la vida fácil”, dijo Javier Escalante, quien tiene dos camiones en los que transporta semanalmente vegetales desde La Grita al poblado de Guatire, a las afueras de Caracas.
“Pero si nosotros nos paramos, ¿cómo ayudamos a nuestras familias? ¿De qué van a comer los venezolanos? Y cómo hacen los campesinos, para vender sus hortalizas? No hay opción. Tenemos que seguir”, agregó.