La noche del 11 de abril de 2002
Cuando llegué a casa y recargué mi celular amontonaba decenas de llamadas de Mohamed Merhi, a quien me había encontrado horas antes en la masacre de la avenida Baralt junto a su hijo Jesús. Era la noche del 11 de abril de 2002.
Lo llamé de inmediato, me preguntó si Jesús estaba conmigo, le contesté que no. “¿Me acompañas al hospital Vargas, tengo un mal presentimiento?”
Colgué angustiado y lo pasé buscando.
Entre el vértigo y la sangre
El vestíbulo del hospital Vargas estaba convertido en un dramático escenario de guerra. Sufrí un vértigo que jamás había sentido: heridos, gritos, lamentos, sangre, llanto, caos, más sangre, empujones, camillas espontáneas, sangre en el piso, en las paredes, en las batas blancas, riñas y empujones, mucha sangre, médicos y enfermeras innovando curaciones, venezolanos agonizando, “que no se muera, doctor, que no se muera”, e inconsolablemente se murió en sus brazos, la mujer se desmayó abatida.
Sentí asfixia, no podía sostener mi propio aliento, de pronto me conseguí a mí mismo llorando, pensé que me iba a desvanecer, pero no podía hacerlo, no debía hacerlo, volteé a ver a Merhi, estaba recostado sobre la pared, lloraba desconsolado.
¿Dónde está Jesús?
La bandera desangrada
Lo buscamos descorazonados, cientos de heridos complicaban nuestro reconocimiento, el caos hacía casi imposible nuestra búsqueda, noté que los médicos habían improvisado una sala de tratamiento intensivo, cuatro venezolanos yacían rígidos en el piso, todos habían recibido certeros disparos en la cabeza, la madre de uno de ellos sostenía una bandera de Venezuela sobre la sien ensangrentada de su hijo, no había más vendas, nunca olvidaré aquella tristísima imagen, “hagan algo, por favor, hagan algo”, no había forma de detener la hemorragia, los doctores se gritaban entre sí, “hay que operarlo, hay que operarlo”, el amarillo, azul y rojo con sus estrellas eran un penoso charco de sangre; la bandera se desangraba.
Entendí de inmediato: eso era el chavismo.
Disparo en la cabeza
No encontramos a Jesús entre los heridos, sin embargo, aquello no representaba ningún alivio para mi amigo Mike (así le llamamos), él persistía en su mal presentimiento. Una enfermera nos recomendó que observáramos en la lista de los que lamentablemente habían muerto. Sorteamos en el caos para llegar al cuaderno que tenía el registró de los asesinados, tenía una carátula azul marina, los nombres estaban escritos a mano. Revisamos, era el tercero de la lista, se leía: Jesús Mohamed Capote, FALLECIDO (en mayúsculas), recibió un disparo en la cabeza; uno solo.
Mike se derrumbó en mis brazos…
Paréntesis mientras tiemblo
(Terminando de teclear el tercer punto suspensivo me doy cuenta que estoy temblando, siento náusea, mi mirada se humedece, volteo a los lados, estoy solo, muy solo, me arrellano sobre mi asiento, más bien me desparramo en él y tomó aire, mucho aire, un largo… larguísimo suspiro me recompone, ¿por qué tiemblo?, sí, ¿por qué?, me percato que jamás había escrito el detalle de aquel horror, haberlo revivido hoy, haber escarbado aquella llaga de mi alma no ha sido fácil, escribir no es fácil, al menos para mí que soy tan desgarbado al hacerlo, releo lo escrito y me pregunto: ¿alguien entenderá el dolor que atesora cada una de mis letras?, ¿alguien?, ¿acaso tú que me acompañas imaginariamente mientras escribo? ¿somos alguien?)
El sadismo de estado
Chávez lo hizo el 4 de febrero de 1992, diez años más tarde repetía su crimen. Antes lo había hecho contra las instituciones democráticas y contra sus adormilados compañeros de armas, a quienes asesinó a mansalva en el sigilo de la madrugada, ahora lo hacía contra su pueblo. Chávez era sin duda un criminal de la peor extirpe, un criminal de lesa humanidad, estaba claro. Mientras estuviese en el poder, su crueldad encubierta y asesina se impondría. Lo hemos visto: hambruna, enfermedad, tortura, más disparos en la cabeza, muchos más (la lista es interminable), asesinatos, sangre derramada, destrucción y ruina, mientras tanto los chavistas bailan, cantan, roban, esclavizan, degüellan el diálogo, el voto, la democracia, lo asesinan todo, su perversidad y crueldad no tiene límites, son unos sádicos.
Como meritoriamente señaló Laurence Debray: Chávez instaló en Venezuela un sadismo de estado.
@tovarr