Son las horas de la mañana y un empresario le dice a otro por teléfono “estamos esperando por el cambio”. Posteriormente, una trabajadora doméstica inicia su jornada diciéndole a la señora de la casa “esto no se aguanta, pero la gente anda como si nada”. En paralelo, unas mujeres pudientes están donde su estilista, y dicen “no hay casi nadie, no es como antes”. Uno, el otro o las otras, clase rica, media o popular, todos viven con la premisa de que el cambio es necesario y urgente. El problema es que, por lo menos en el contexto del ciudadano de a pie; nadie tiene la menor idea de qué hacer al respecto. Todos los anhelos quedan relegados a un tuit, un comentario, una especulación o un análisis vociferado entre tragos.
Los venezolanos hemos sentido una enorme satisfacción con la avanzada de la comunidad internacional contra la tiranía, pero ¿qué estamos haciendo nosotros? A veces pareciese que se nos olvida que este país es el nuestro. Nuestra actitud, en una circunstancia tan humillante como la que tenemos hoy, es más afín a la de un espectador que a la de un participante activo en la solución. Seguimos adelante con nuestras vidas como si nada, circulando por avenidas destruidas y cubiertas por la mendicidad, niños de la calle, devoradores de basura, lisiados, gente buscando medicinas o alimentos desesperadamente; para luego evadirnos cuando llegamos a nuestras casas o vamos a un local o restaurante. Con esto no quiere criticarse que las personas encuentren alegría con algo en el medio de la adversidad, lo que se está cuestionando es: ¿acaso todos hemos dejado de pensar en que nos están arrebatado nuestro futuro?
Casi pareciese que los miles de tormentos de vivir en Venezuela nos doblaron la espalda. Permanecemos inmóviles y apáticos como monjes meditabundos o introversos con los brazos cruzados. Creemos de alguna forma que el tiempo es nuestro amigo y que el yugo opresor caerá por su propio peso. Sin embargo, lamento decirles que eso no funciona así. El tiempo en la inercia es el mismo que insta a nuestros amigos a que se vayan, que impulsa a que los barrios y las urbanizaciones se vacíen por igual. En términos políticos y económicos, podríamos decir que el desastre que concebimos que por sí solo defenestrará a la tiranía, realmente la auxilia y la potencia. “¿Cómo es eso?”, debe estar preguntando el lector. Pues es sencillo, a un régimen obsesionado con el control social le interesa una población reducida.
Con toda la irritación que pueda causar el éxodo de refugiados venezolanos en la región, la realidad es que a la tiranía eso no le importa, mientras que tal hecho no se traduzca en una intervención “humanitaria”. El régimen busca fervientemente gobernar entre las ruinas de lo que alguna vez fue un país. Los rostros de la mengua, la enfermedad y la desolación no le mueven fibra alguna a los tiranos, ellos están muy inmersos en las mieles del poder y la propaganda. Su plan maquiavélico de permitir y auxiliar la destrucción de las estructuras y servicios en Venezuela sirve para dos cosas fundamentales: aliviar la presión ciudadana a través del éxodo masivo y afianzar un esquema de dependencia total con el Estado.
Apropiarse de los vacíos en los suburbios y caseríos, y someter a los que quedan vivos es un planteamiento infalible para ellos. En tal sentido, el tiempo no ha sido y no es nuestro amigo. Día a día la Economía de Guerra, el Carnet de la Patria y los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) están cumpliendo con su misión. El primero causa que los que se resistan a la opresión en vez de luchar se vayan, mientras que el segundo y el tercero condicionan y esclavizan a las masas resignadas. Probablemente los dirigentes políticos demócratas sepan esto, capaz hasta tengan estrategias las cuales uno no sepa. Pero hasta ahora, todo lo que veo es el accionar de los déspotas y que todos los demás bailamos al son de la música que ellos nos pongan.
Debemos pensar y cuestionarnos qué es lo que nos parece verdaderamente importante. Nosotros, los venezolanos, parecemos estar perdidos entre la indolencia ante el horror diario, la evasión por lo dolorosa que es la realidad y las trivialidades que no contribuyen a nada. Entonces, ¿qué merece nuestra atención, dedicación y esfuerzo en una conjetura como esta?
Anteriormente se habló sobre la posibilidad de que hemos dejado de pensar en que nos han quitado tantas cosas y que yo añado podrían ser muchas más. Por tal razón, les voy a relatar sobre el futuro que la tiranía está forjando exclusivamente para nosotros. Ese futuro es uno en el que solo somos dueños de una cosa: el Carnet de la Patria. Con tal carnet nos transferirán apenas los montos suficientes para que vayamos al CLAP para palear la mengua de la semana. Y así serán nuestras vidas, semana tras semana, mes tras mes, año tras año, hasta que venga cualquier enfermedad y muramos de alguna aflicción que es perfectamente curable en el resto del mundo. Nos olvidaremos de querer ser. Nos olvidaremos de que antes hubo alguna cosa distinta. Todo será el presente y lo que el Estado nos pueda dar. Sufriremos pero al menos la tiranía nos dirá que “sufre con nosotros” porque ellos “son pueblo también”. Si esto les asusta, si esto les aterroriza como a mí, por favor pregúntense: ¿esperar nos salvará?
Pienso que aún estamos a tiempo para reaccionar. No todo el país podrá irse, pero todos podemos tener iniciativa y empezar a organizarnos. Ya hay unidad y solidaridad en el plano internacional, ¿qué estamos esperando para lograr lo mismo a lo interno? Sé que el terrorismo de estado nos ha atomizado para que permanezcamos desarticulados y en nuestras casas. Sé que hacer la diferencia nunca es fácil. Sé que muchos liderazgos emergentes son extorsionados. Ahora bien, sin importar donde estemos o al sector al que pertenezcamos, los venezolanos decentes somos mayoría. Recordemos y nunca dudemos de lo siguiente: la conjunción de nuestras fortalezas personales puede cambiar el curso de la historia.
@jrvizca