Estamos tan pendientes del advenimiento del próximo héroe que no caemos en cuenta de cuantos antihéroes pululan entre nosotros. Mario Briceño Iragorry propuso ese arquetipo vernáculo para definir a esos personajes que se especializan en manipular las causas justas de lucha del pueblo venezolano, para conseguir su propio beneficio. El no tenerlos en cuenta es la razón casi segura de no poder explicarnos el curso de los acontecimientos del país, y el estar permanentemente atascados en la ciénaga de una supuesta insensatez. No parece ser así. Lo que pasa es que somos víctimas de quienes se apropian de los procesos sociales, de quienes los confiscan para jugar a su propio interés, sin importarles si por eso se llevan por el medio la suerte de los venezolanos.
El antihéroe tiene muchos matices. Los hay como el Marqués de Casa Leon, que siempre tuvo a mano una puerta de escape. Son del tipo que nunca tienen demasiados reparos en servir y luego traicionar. Y hacerlo sucesivamente, vaciados de ideas y convicciones, porque son capaces de estar un rato con dios y al momento siguiente con el diablo. Bellacos y pusilánimes -tal y como los caracteriza Mariano Picón Salas- su estrategia resbaladiza los hace caer siempre bien parados, por lo menos en buena parte de su historia vital. Ellos -los antihéroes- queman ahora lo que adoraron ayer y solo conservan de cada metamorfosis la misma sonrisilla, el mismo ojo de lince para asaltar cada suculento bocado. Son, por ejemplo, los que ayer reprimían y hoy se presentan como adalides de los derechos humanos, o los que invocando esos mismos derechos ahora son capaces de reprimir y violar cada artículo de todas y cada unas de las leyes vigentes. Y lo peor es que lo hacen con una desfachatez sorprendente.
Briceño Iragorry los equipara a los nuevos filibusteros, no porque estén dedicados al asalto de barcos y tesoros ajenos, sino porque son los sempiternos ladrones de espacios y conciencias, apropiándose del discurso de la libertad para transformarlo en una nueva ocasión de servidumbre. Los antihéroes son expertos en el pescueceo, porque siempre están allí donde la foto da un mal testimonio de los que no tienen ningún mérito siquiera para aparecer en la galería de falsos próceres. Pero a ellos no les importa. Ellos se regodean por estar negociando lo innegociable y dialogando cuando de lo que se trata es de actuar. Su cálculo de utilidades en nada tiene que ver con los que desea o necesita el país. Son ellos los que se benefician. Son ellos los que ganan tiempo, recursos y para colmo un inmerecido reconocimiento. Son ellos los que después se pavonean pretendiendo ese falso heroísmo de los que siempre se salen con la suya. Ellos siempre tienen a mano una consigna impertinente que solamente sirve para operar como el salvoconducto que la tiranía irredenta siempre necesita para afincar el miedo pacífico y entreguista de los que luego se sirve. Ellos son los teóricos de la defensa de los espacios y de la falsa prudencia. Para ellos siempre hay un espacio que defender, que los obliga a negociar y a pactar una paz cuyo costo es la violencia. Una paz que niega el derecho a la libertad y a pedir justicia, derechos que deberían tener vigentes cada uno de los ciudadanos venezolanos.
Pero sigamos el argumento de Mario Briceño Iragorry. El antihéroe es prolífico en sus oportunos silencios. “Es un callar calculado más que un silencio confundible con la actitud esperanzada de quienes meditan para mejor obrar. Es un silencio de disimulo, un silencio cómplice de la peor de las indiferencias. No se puede callar por prudencia en momentos de desarmonía social, cuando la palabra adquiere virtud de temeridad. Menos cuando existe el deber de hablar, cuando el orden político no tiene para la expresión del pensamiento la amenaza de las catástrofes aniquiladoras; entonces es delito todo empeño de achicar las palabras y malévolo todo propósito de destruirles su sustancia expresiva. No tendrán república los ciudadanos que ejercitan las palabras fingidas. Ella quiere voces redondas. Ella pide un hablar cortado y diestro, que huya del disimulo propio de las épocas sombrías, cuando la voz de los amos acalla las voces de las personas que los sufren”. El antihéroe calla y manda a callar. Es el maestro de las versiones. Pretende no hacer ruido que desarmonice e invalide cualquier posibilidad de dar el salto hacia el otro flanco. No hace oposición porque intenta ser el heraldo de los consensos y las soluciones fáciles. El sueño del antihéroe es el vaso de wiski que al final de la jornada reúne a unos y a otros en la confabulación de la rasa complicidad. O en su defecto, el ósculo que testimonia la puesta en escena detrás de la cual hay otras realidades.
La mentira se conjuga con las medias verdades para construir la neolengua del colaboracionismo. La verdad no les sienta bien. Son expertos en el disimulo, lo que les permite participar en todas las causas, cuando ellas convienen. Los antihéroes no terminan de anunciar que se acabaron las negociaciones con el régimen cuando se descubre que iniciaron las siguientes. No se ha secado la tinta del último comunicado en el que dan por clausurada la ruta electoral cuando los medios anuncian que siguen buscando mejorar las condiciones. Todo parece indicar que necesitan decir lo que quiere oír la gente en cada momento, mientras ellos hacen y deshacen en nombre de todos.
Pero ¿cómo calificar al que se dedica a ser el francotirador del oportunismo? ¿Qué podemos decir del que inventa calumnias y se dedica a las más rocambolescas teorías paranoicas de la conspiración solamente para flotar en el remolino de los acontecimientos y para ser bufón dentro de una corte de bufones? ¿Qué categoría de antihéroe es el que, por ejemplo, dice que opera “una multimillonaria campaña para desprestigiar partidos y políticos para crear un vacío que se pueda llenar con un político que al no tener respaldo de un partido tendrá que obedecer a los delincuentes financieros que los mantienen? Ese antihéroe persigue ser un inmenso colchón alcahueta que quiere hacer pasar por mártires a los que no son otra cosa que causa y consecuencia de cálculos errados. Pero no es el único. De inmediato otro de la misma estirpe replica que “hay un eje de sicopatía y falta de vergüenza Caracas-Miami-Madrid-Bogotá cuya única actividad es denigrar de los líderes democráticos”. Ellos forman parte de esa confabulación de la mentira que encubre y ratifica los errores que se han venido cometiendo. Y que cierran filas para que no se descubra una circunstancia terrible: los antihéroes se están repartiendo el poder y necesitan preservar este statu quo para seguir medrando sobre las miserias del resto de los venezolanos.
Antihéroe es también el que traiciona para ganar, aunque esa ganancia sea espuria y fatua. Fueron los que pactaron la trágica reelección presidencial para seguir ellos también al frente de sus gobernaciones y alcaldías. Son también los que engañan para ganar. Vale la pena recordar y tener presente el triste papel de los cuatro gobernadores adecos, de las promesas deshonradas, de las volteretas argumentales para juramentarse ante la asamblea constituyente fraudulenta y totalitaria. O de aquellos candidatos por mampuesto que dijeron separarse de los partidos para reducir costos políticos, pero que ahora son más partidarios que nunca. No se puede perder de vista que los que intentan sostener conjuras y conspiraciones son los mismos que no tienen ningún problema en hincarse a los pies del dueño de esos partidos, que ahora callan, para pasar inadvertidos por los callejones del oprobio. Antihéroe es el que se presta para ser comparsa, y seguir al pie de la letra la agenda que conviene al régimen. Nadie calza mejor que el falsamente prudente gobernador que nunca se ha inmutado demasiado por la represión, la muerte, el hambre, la inseguridad, ni por sus propias derrotas. Allí sigue, atenido a las expectativas de una falsa elección, disponible para lo que requieran. Tibio, como siempre ha sido, intentando la mejor temperatura posible para gustar en todos los flancos, dueño de un discurso lleno de galimatías, que bien puede ser expuesto en un velorio, en una fiesta, en un barrio o en una playa. No dice nada de lo que quiere decir y deja a todo el mundo preguntándose si algo de lo escuchado tiene sentido. Sin importar el tener que soportar tanta levedad, allí siguen sus corifeos, argumentando lo imposible de sostener, haciendo promesas que nunca podrán honrar.
Antihéroe es el que presenta encuestas falsas, pero pasa por ser el oráculo de los tiempos modernos. Son también nuevos remedos del viejo arquetipo del Marques de Casa Leon, preparados para decir exactamente lo que los demás quieren oír, siempre y cuando la versión tenga algún patrocinante. De nuevo la mentira es la estratagema. Juegan a los dados cargados con favoritos y menos afortunados. Todo es cuestión de precio, aunque el costo sea trágico para un país que vive alucinado. Razón tenían Briceño Iragorry y Picón Salas cuando advertían que estos antihéroes se reproducían y terminaban frecuentando las mejores casas y las mas selectas oficinas. Imagino cómo se reirán en silencio de todos aquellos que los escuchan embelesados, cuando lo que discurren es un fraude pactado con los interesados.
Los antihéroes son calculadores por excelencia. Que no se confundan esos cálculos con habilidad estratégica. Los de ellos son cálculos aritméticos en los que solo ellos ganan. Por eso tienen siempre a flor de labios dos calificativos y una pregunta. Acusan a los demás de radicales, también de soñadores inflexibles que nunca conceden. La interrogante ya sabemos cual es: ¿Y tú que propones? Porque ellos, supuestamente expertos en las oscuras transacciones del poder, solamente tienen inquisiciones para los demás y presuntuosas seguridades sobre lo que ellos mismos sostienen. Sus agendas son tan oscuras como los recursos que los sostienen, y que les permite pasear por el mundo, aduciendo extrañas campañas a favor de la república que previamente han entregado.
A los radicales nos atribuyen la paradoja. La respuesta de Briceño Iragorry era tajante al respecto: ¡Nada de paradoja! La erudita revisión de nuestra historia republicana le obligaba a reconocer el inmenso daño provocado por los pragmáticos de su propia sobrevivencia. A nuestra realidad -decía el intelectual venezolano- la hace intransformable el mezquino practicismo de una densa mayoría que huye de esas torres de humo conformadas por el apego a la verdad y a la integridad de las ideas. Los pragmáticos que entregan la suerte del país necesitan la tibieza y el sinsabor de los tiempos dados por perdidos. Salir de la tragedia que vive la república exige precisamente lo contrario a la humillante resignación de ser las presas de los antihéroes. No dudaba Briceño Iragorry al proponer un sabor diferente para la lucha. “La sal que anime los ánimos para estas jornadas de energía es sal de idealismo. Porque nos falta fe, alegría, esperanza, desinterés, espíritu de verdad y de sacrificio social. Todas virtudes. Cualidades que no se adquieren por medio de cálculos aritméticos. Situaciones que se avienen más con el idealista que con el hombre práctico y calculador, incapaz de renunciar a nada”.
Necesitamos sacar de lo más recóndito de nuestro espíritu esa disposición al llamado civilista y republicano que nos exhorta a volver a la fuente, ahora demasiado exhausta, de donde fluyen las virtudes públicas. Algunos creen que la libertad esta definida por el monto de dinero que se invierta en el esfuerzo de recuperarla. Briceño Iragorry exige una rectificación, porque “con dinero los hombres podrán hacer un camino, pero no una aurora. Y estamos urgidos de amaneceres. Necesitamos un alba nueva. Un alba que alumbre la fatiga de quienes han llorado a lo largo de la noche sin piedad”. Necesitamos un sueño diferente a esta connivencia y a esta novela que no concluye donde los malos se hacen pasar por buenos y los héroes son emboscados por sus contrarios. Llegó el momento de la ruptura, porque los antihéroes son los mercaderes violando los espacios del templo republicano.
@vjmc