Su materia prima son billetes de curso legal y usa cientos de ellos para sus obras, pero Richard Segovia no se proecupa: esta seguro de que conseguirá más. Todos los que sean necesarios para sus creaciones, artesanías que vende en Colombia a partir del papel moneda venezolano que, aunque antes servían para comprar un plato de comida, hoy valen menos de un centavo. Así lo reseña infobae.com
Segovia, de 24 años, llegó hace dos meses a la ciudad fronteriza colombiana de Cúcuta acompañado de su esposa y un primo después de abandonar un empleo sin futuro en un almacén en Venezuela, donde ganaba el equivalente a sólo 2,50 dólares al mes. Una noche, cuando junto a su primo miraba una pila de efectivo en Caracas, tuvo la idea de crear artesanías con los billetes.
“Teníamos mucha plata pero nada que comprar porque en Venezuela el dinero no vale nada”, afirmó Segovia.
Así, comenzó a doblar y plegar los vistosos billetes venezolanos para convertirlos en baratijas y después en creaciones más grandes como bolsos de mano y maletas. Cada artesanía lleva entre 800 y 1.000 billetes, principalmente de 50 y 100 bolívares, que equivalen a menos de 50 centavos estadounidenses.
Richard Segovia vende cada una de sus artesanías de colección a entre 10 y 15 dólares, una gran cantidad en contraste con los centavos estadounidenses que obtendría por sus bolívares en el mercado negro de Venezuela.
Segovia encontró un público comprensivo entre los colombianos que buscan extender una mano a los cientos de miles de inmigrantes que han cruzado la frontera en los últimos meses. En un día ajetreado, Segovia vende hasta 20 artículos, y una mujer que tiene una boutique en Bogotá le hizo un gran pedido cuando vio en televisión los productos que elabora con los billetes.
Con lo que gana, Segovia envía alrededor de 15 dólares a su familia en Caracas cada vez que le es posible. “No es mucho dinero pero alcanza para desayunar”, apunto.
Aunque las ventas sean buenas, Segovia no se da la gran vida. Él y su esposa, que tiene cinco meses de embarazo, pernoctan gratis en una pensión de mala muerte facilitada por una compañía local de transporte. La pareja se instala a diario en una concurrida banqueta cerca de la estación de autobuses, al parecer despreocupada de que algún ladrón pudiera arrebatarles las pilas de billetes colocados como ladrillos sobre una mesa de plástico. A nadie le interesaría robar bolívares.