Narrar detalladamente vía Whatsapp el sepelio de José Díaz Pimentel, Abrahamb Agostini, Heyker Vásquez y Óscar Pérez fue suficiente para que el padre Alexander Hernández, capellán del cementerio del Este se convirtiera en un perseguido por las autoridades venezolanas y luego partiera al exilio, reseña El Pitazo.
De acuerdo a una fuente de la Iglesia Santa Paula, el padre se vio obligado a exiliarse en Estados Unidos tras la persecución.
Según el informante, el mensaje por la popular red social y una fotografía publicada en el New York Times lo expuso al ojo del régimen.
En un mensaje titulado “Y al final todos llegan al cementerio”, el capellán del camposanto narró lo que sucedió el 17 de enero (entierro de Heyker Vásquez) y el sábado 20 de enero (sepelio de Pimentel y Agostini):
“A las 8:00 am, llegué al Cementerio del Este y no era un día normal, pues había muy pocos carros en la vía, poco ruido en la calle, en fin, todo estaba cerrado en La Guairita; lo que no sucede en la zona ni un primero de enero.
Cuando entré al camposanto me llené de sorpresa al ver hombres pertenecientes a colectivos y tantos funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana vestidos de negro, exhibiendo fusiles y armas cortas. Esto sin dejar de lado los autobuses de la Vicepresidencia de la República, los cuales con un cartel de ‘Uso de la Vicepresidencia’ se habían encargado de llevar a familiares y amigos a la terraza donde descansaría el líder del colectivo del 23 de Enero, Tres Raíces.
Dos chicas de protocolo, con un gran libro de actas y un narrador del evento, dieron inicio al entierro. Se entonó el Himno Nacional e iniciaron el homenaje con ráfagas al aire. Niños y adolescentes también brindaron honores, pero no caminaban solos, sino en sus brazos reposaban fusiles, mientras gritaban “Heyker vive, vive. La lucha sigue, sigue”.
Sin embargo, los entierros de los caídos el 15 de enero en aquel chalet de El Junquito no fueron tan permisivos. Los entierros de los sublevados Díaz Pimentel, Agostini y, por último, el de Óscar Pérez, se les negó hasta lo mínimo que era ser despedidos por sus familiares.
A las 5:30 am del sábado 20 de enero llegaron los cadáveres del exfuncionario de la Dgcim, José Ángel Díaz Pimentel, y de Abraham Agostini, pero esta vez los dueños del Cementerio del Este no eran funcionarios de la Policía Nacional, sino que se habían intercambiado con miembros de la Guardia Nacional. Los militares solo tenían una función: impedir el paso a la prensa y prohibirles el acceso a familiares no directos.
El sepelio de los fusilados estaba pautado para las 6:00 am, pero se retrasó porque no llegaban las pocas personas autorizadas. A las 8.30 am arribaron la mamá y la hermana de Agostini, también una prima de Pimentel. Antes de su llegada, en la terraza ya estaba una fiscal del Ministerio Público, periodistas de medios del Estado, los únicos que tenían permiso para lograr registro gráfico de lo que pasaba, pues, a los familiares les decomisaron sus teléfonos celulares.
No podía dejar de comparar el entierro de Heyker con el de los compañeros de Pérez, donde privaba el sometimiento, irrespeto por el dolor y la soledad. La imagen que retumba en mi mente es la madre de Abraham Agostini mientras abrazaba el ataúd donde reposaba su hijo asesinado, quien, en medio de su llanto, me preguntó ¿Dónde está Dios?, la observé a los ojos y le respondí desde el silencio. A esta panorámica de dolor se le sumaba de inmediato el rostro envuelto en llanto de la prima de Pimentel acostada sobre su ataúd gritándome: ¡Mira cómo le desfiguraron el rostro! Mientras trataba de responder, buscaba mediar con las autoridades para que demoraran la hora del entierro, porque todavía faltaban los hijos del exdgcim.
Ya había enterrado a tres de quienes fallecieron aquel 15 de enero de 2018 en la urbanización El Araguaney, pero faltaba uno, el más mediático, el más conocido, quien alimentó más odio en las filas del madurismo. El domingo 21 de enero tocó decirle adiós a Óscar Pérez. A las 6:00 am llegó el cuerpo del fusilado; aquí no hubo permisos a familiares, para el rebelde, la orden era cero contemplación. En el sepelio de Pérez estuvieron presentes el padre, su tía Aura, su prima y el centenar de funcionarios de la Guardia Nacional. Ni porque le rezara cinco rosarios al coronel encargado de la operación iba dejar entrar a más personas. Ni porque le rogara iban a entrar en razón”, relató el religioso.