“Pensando en política, el deber revolucionario de un escritor es escribir bien […] la literatura positiva, el arte comprometido, la novela como fusil para tumbar gobiernos, es una especie de aplanadora de tractor que no levanta una pluma a un centímetro del suelo. Y para colmo de vainas, ¡qué vaina!, tampoco tumba ningún gobierno” esto le escribió Gabriel García Márquez a Plinio Apuleyo Mendoza, en 1967, para agradecer sus comentarios sobre la novela “Cien Años de Soledad” y para calificar los días oscuros de dictadura que vivía Latinoamérica.
La novela es como un látigo y también un beso. Es oración y puede ser blasfemia. Signo de esperanza, pero también de temblor y de pánico. Abre caminos a la claridad y al solaz, pero también enciende rayos y truenos. Dice la crítica especializada que “Cien años de soledad puede ubicarse en la historia de Colombia entre mediados del siglo XIX y mediados del siglo XX, época en la que se desarrollaron las guerras civiles y que duraron toda la segunda mitad del siglo XIX, enfrentados los partidos liberal y conservador, debatiendo las ideologías de régimen federalista y centralista, en Colombia”.
Durante la Regeneración, el presidente Rafael Núñez promulgó la constitución de 1886, la cual establecía un régimen centralista en materias principalmente política y económica, iniciando por entonces la república conservadora, que se prolongó hasta 1930, y teniendo como principal detractor a Rafael Uribe, quien lideró la guerra civil de 1895 y la guerra de los mil días, 1899-1902. García Márquez reconoció que el general Uribe fue el inspirador del personaje del coronel Aureliano Buendía, quien se dedicó a luchar contra el gobierno y no lo pudo derrocar. Buendía libró 32 guerras civiles sin ganar ninguna. Sobrevivió a las más terribles situaciones, escapó de la muerte con la ayuda de otros pero también a su propia voluntad, ya que hasta intentó suicidarse.
El escritor colombiano apela al romanticismo para buscar la libertad auténtica de los pueblos. Las palabras insertadas en novelas no tumban gobiernos de ninguna tendencia pero los resquebrajan, de esto pudo dar fe Juan Montalvo, quien si logró tumbar a García Moreno, en Ecuador, al pronunciar la frase: “Mi pluma lo mató”. A solo 3 años del asesinato de García Moreno, Montalvo exclamó su célebre frase por alusión al folleto que escribiera en Panamá en 1874 sobre “La dictadura perpetua”, que había enfervorizado a varios jóvenes, cómplices del crimen, donde el mismo Juan Montalvo escribiera “El desperezo del regenerador”.
Con la persuasiva retórica de su prosa, Montalvo dibujó un tenebroso pano¬rama del despotismo y la tiranía, señalando algunos de los hechos más nefastos ocurridos en el país bajo el mando de García Moreno, sus fu¬silamientos y atropellos a las libertades, la degradación de militares críticos a su gestión, los tratos con Castilla, los intentos de entre¬gar la patria a Francia y además le reprochó haber vuelto im¬posible la evolución del país: “matando a unos, expatriando a otros, envileciendo y entorpeciendo a los demás”.
García Márquez y Juan Montalvo, cada uno con su pluma y en tiempos distintos, defendieron el derecho a conspirar contra la tiranía. Montalvo resumió los sentimientos de odio e iracundia de los opositores a García Mo¬reno y anticipó que “el tiranuelo que quie¬re ser dictador perpetuo (…) se ha de ir cuando menos acordemos y sin ruido: ha de dar dos piruetas en el aire y se ha de des¬vanecer, dejando un fuerte olor a azufre en torno suyo”.
*Coordinador Nacional de GENTE
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