Luis Barragán: Entre el ardid y la epopeya: religión política

Luis Barragán: Entre el ardid y la epopeya: religión política

Luis Barragán @LuisBarraganJ
Luis Barragán @LuisBarraganJ

 

Dirigido por Luis Alberto Buttó y José Alberto Olivar, el conjunto de trabajos recientemente publicado por la Editorial Negro Sobre Blanco, intitulado “Entre el ardid y la epopeya. Uso y abuso de la simbología en el imaginario chavista” (Caracas, 2018), constituye un magnífico aporte a la discusión. Sobre todo, porque decididamente la actualiza, dejando atrás criterios harto convencionales.

Pablo Sergio Sánchez, abre otra ventana para una perspectiva inusual, por lo menos, para la opinión pública: “Bolívar vive, la lucha sigue. La religión política bolivariana del movimiento chavista” [151-176]. Los referentes político-ideológicos abandonan sus antiguos parámetros, abriéndole el camino a la religión y a la religiosidad política, siendo tan esencial la devoción demostrada, a nuestro juicio, una consecuencia indeseable de la antipolítica, en lugar del compromiso que, afincado en la razón, supo de distintos desarrollos, incluyendo las disensiones, como movimiento, escuela y tradición que realizaba determinadas posturas doctrinarias, ideológicas, programáticas, organizacionales, tácticas y estratégicas.





El marxismo-leninismo, por ejemplo, en reclamo de una militancia creída y engreída como la más auténtica, concedió una identidad cultural, individual y colectiva, teniendo por eje diferentes convicciones, como la lucha de clases, derivando en modos y medios característicos de organización y de relación entre las masas y sus líderes [156 ss., 162]. Era de suponer, respecto a aquellos que monopolizan el poder en la Venezuela del ‘XXI, sintiéndose herederos de los insurrectos armados de la década de los sesenta del siglo anterior, que sincerarían sus posturas en el momento que más les convendría y, más aún, cuando son demasiado evidentes sus vínculos con la dictadura cubana, pero – a tono con el desprestigio de los fracasados socialismos reales – no sólo supieron esconder sus más aviesas intenciones, sino ensayaron exitosamente otras medios de proselitismo, convencimiento y lealtad que, literalmente, capturó la emoción y ayuda de los sectores ilustrados [175], luego de fracasados los golpes de 1992. E, incluso, recordamos, el único debate “serio” que se dio en la decisiva campaña electoral de 1998, confrontó al sobrio José Rodríguez Iturbe y al evasivo J. R. Núñez Tenorio que hizo de la burla y el cinismo su mejor instrumento para descalificar el encuentro mismo de ambos intelectuales de encontrados signos: muy pocos lograron advertir las señales de lo que, después, se hizo tragedia en Venezuela, desbarajustándola en términos de cultura política.

Partiendo de David Apter, Sánchez nos adentra en el fenómeno de las religiones políticas, “pseudo-religiones y no religiones”, con sus “pseudo-mitos y no mitos”, con rituales que tienden a confundir Estado, partido y sociedad, y de tono profético y vocación movilizadora que, además, tiene en el puritanismo su más poderoso y peligroso recurso, orientándonos hacia la democracia totalitaria [153, 168]. Apelando fundamentalmente al pasado, tiene como el más consumado antecedente el nasserismo en Egipto, aunque se ofrecen otras experiencias como la de Ghana, Indonesia, Guinea y China.

De fácil relación con el caso venezolano, las religiones políticas emergen y se imponen en los países que viven sendas coyunturas de ingobernabilidad, desintegrándose el viejo sistema en medio de una creciente irracionalidad, yendo más allá de las convenciones políticas [155 s.], algo que seguramente previó el proyecto continental amasado por el Foro de Sao Paulo. Conquistado el poder, desconocida toda alternabilidad, éste actúa como el “clero armado” [165], acertada expresión para una iglesia parasitaria que profundiza más en los prejuicios, resentimientos y frustraciones, negando o tratando de negar – sostenemos – la propia existencia del adversario, como un acto (y auto) permanente de fe.

Abusando de todos los recursos materiales y simbólicos del Estado, imposible de olvidarlo, convierte el lenguaje gestual en un misal para la venganza, pues, a modo de ilustración, refiriéndose al golpe de Estado o invocando la violencia personal e inmediata, el choque de un puño con la palma de la otra mano, o la simulación de una pistola con los dedos, fue tributo y compromiso de lealtad con la novísima deidad de entonces. Al transcurrir los años, la verborrea ilimitada y la cámara de televisión, convirtió a Chávez Frías en esa deidad, como no ocurrió con el sucesor que lo ha explotado como objeto de culto hasta donde le ha sido posible.

La academia sugiere ángulos más provechosos para interpretar la amarga experiencia que atravesamos, empeñada la dirigencia política en emplear las – frecuentemente improvisadas – herramientas de análisis que, de una u otra manera, la hacen parte de la liturgia en boga. Sánchez debe prometernos un texto aún de mayor profundidad que, al menos, actualice la polémica parlamentaria o lo que va quedando de ella.