La ética tradicional cristiana tiene ideas claras sobre las causas que pudieren justificar la violencia armada o física contra las instituciones, cosas o personas. Esas causas, fundamentadas en el bien común (“la salvación pública es la primera ley”) y en la aplicación del derecho natural de la defensa propia o de la guerra justa, aplicadas a la sociedad, se dan cuando se cumplen ciertas condiciones: que exista verdadera tiranía (abuso de poder), que se vea que la revolución va a tener éxito y, por tanto, que va a surgir una situación mejor.
Por lo demás, la violencia o revolución armada, jamás puede fundamentarse en la ambición de poder o en la soberbia personal o el egoísmo individual, como penosamente ha ocurrido en el país. Abundan las razones para rechazar los argumentos que ha pretendido exponer el ch …abismo, en su locura delirante por justificar y sostener la desgracia que ha vertido sobre Venezuela, luego de insurgir contra el gobierno de CAP II, entonces legítimamente constituido. .
¿Acaso no son suficientes el hambre y el hampa; la inseguridad desbordada; la corrupción en todos los niveles de la Administración; el control social, esa grosera manera de manipular las miserias del pobre, evidenciada en carnés, bolsas y cajas de la ruindad, y un rosario más de calamidades de parecida naturaleza?
Por eso el compromiso político es mayor cuando se trata de buscar y hallar salidas a la grave crisis que hoy vivimos, y ello indefectiblemente debe ocurrir si la dirigencia política se propone estar en consonancia con los ciudadanos que clamamos escapar de esta pesadilla diecinueveañera, que jamás ha debido tener cabida en nuestro país, ni en ningún otro lugar del mundo.
La violencia y la supuesta revolución armada que lideró aquel desquiciado milico golpista y sus conmilitones, lamentablemente encontró eco en quienes –ilusos y soñadores, embobados por su carisma de pseudolíder- le sirvieron de trampolín a sus pasiones rastreras, a su enfermizo afán de protagonismo y desde luego, a sus ideas explosivas y planes diabólicos que le permitieron gobernar durante catorce tortuosos años. El país sufrió el hartazgo a merced de un ser despreciable. La pesadilla sigue, por desdicha.
Enemigo de la democracia, pésimo administrador, un militarista delirante que acabó fragmentando con su odio a toda una sociedad; atropelló todo el ordenamiento jurídico venezolano; se burló de toda convención del derecho, encarceló arbitrariamente. Chávez NO expropió, despojó de su propiedad a innúmeros ciudadanos honestos; insultó y nos escarneció en sus deleznables y obligadas cadenas nacionales de radio y TV. Y quizá lo más grave, enajenó nuestra soberanía a los designios de la oprobiosa dictadura cubana.
Hoy la salida debe ser democrática, electoral, pacífica y constitucional. El país decente la reclama, con reglas claras, seguridad jurídica, igualdad de condiciones, garantías electorales que nos anime a asistir a unas verdaderas elecciones. No a una farsa, una pantomima, una falacia que solo encuentra validez y orden en la mente de quienes la organizan. Por eso se le rechaza, por ser una fiesta chimba, una trama mala, ideada por toda una “clase” política despreciable, que aun estando aposentada en el poder, no escatima esfuerzo alguno ni oculta sus intenciones de seguir allí.
Insisto, ¡Los militares siempre han fracasado en el gobierno! ¡No existe una excepción! Una verdadera lástima que la mediocridad partidista que hoy es criticada haya llegado a lo más profundo del barranco con una clase política mucho peor que adecos, copeyanos y masistas de otros tiempos. Más serviles y menos independientes, más lacayos y lambucios, además de tristes servidores del militarismo más arbitrario y abusivo que se haya vivido en Venezuela.
Disculpen lo extenso de esta ligera radiografía del país, este triste retrato hablado de lo que somos y que muchos no queremos que sea. Y además nos duela en el alma y en la piel…
Jesús Peñalver