Manuel Malaver: Lima, la Madre de todas las Cumbres

Manuel Malaver: Lima, la Madre de todas las Cumbres

Manuel Malaver @MMalaverM
Manuel Malaver @MMalaverM

La VIII “Cumbre de Las Américas” realizada en Lima los días 13 y 14 de abril no pasará a la historia como la fiesta con que el defenestrado presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski, quiso celebrar su milagroso ascenso al poder, pero tampoco como aquella en que el presidente norteamericano, Donald Trump, se presentaría formalmente ante el conjunto de sus pares del continente, y, mucho menos, como un remake de las tres cumbres anteriores,-la de Puerto España, la de Cartagena y la de Ciudad de Panamá-, donde una izquierda con el control de ocho gobiernos de la región proclamaba su voluntad de seguir avanzando hasta hacer de América la nueva tierra prometida de la revolución en sus versiones populista y socialista.

No, muchas aguas han corrido desde la celebración de aquellos tres eventos, y si me atrevo a resumirlas en una sola idea, es resaltando que a la Cumbre de Lima la izquierda, la revolución, el populismo y el socialismo llegan en franco retroceso, con los escasos países donde aun sobreviven en bancarrota y sin otro rol que el de ser sentados en el banquillo de los acusados como promotores de la corrupción, el atraso, la barbarie y la violación de los derechos humanos.

Para empezar, ya los gigantes suramericanos, Brasil y Argentina, no forman parte de sus filas, como que están gobernados por partidos y líderes demócraticos, y otros como Ecuador y Uruguay, no se consideran hermanos ni aliados de la tenebrosa “Banda de los Cuatro” (Cuba, Nicaragua, Venezuela y Bolivia).





En otras palabras que, la “Cumbre de las Américas” de Lima, es la marcadora del fin de una época, quizá de una que podríamos emblematizar como la última incursión de la utopía marxista en la región y de su despedida como factor regresivo, incivil y militarista que, con toda seguridad, no volveremos a ver en lo que queda de la primera mitad del siglo.

Para corroborarlo, nada más apropiado que referirse a la ausencia en la capital del Perú del dictador de Venezuela, Nicolás Maduro, al cual, los anfitriones, -primero el expresidente Kuczynski, y después su sucesor, Vizcarra-, considerando indigno invitarlo al foro democrático más importante de las Américas, se negaron a recibir alegando que ya los dictadores no caben en los países que se dieron la libertad y la democracia para ser libres y democráticos.

Con ellos, la mayoría -menos la “Banda de los Cuatro” y unos pocos acompañantes- de los gobiernos de estado de derecho y democracia constitucional que, a un coro, estimaron que, las violaciones de los derechos humanos que perpetra Maduro en Venezuela, la reducción a escombros de la economía más próspera del subcontinente, la hambruna y muertes por falta de medicinas y la pavorosa crisis humanitaria que ha provocado un éxodo de cinco millones de venezolanos a países de América y Europa, hacen inadmisible que el dictador, como en el pasado, comparta con presidentes y cancilleres que no pueden sino promover su destitución.
Porque, ese fue uno de los temas fundamentales de la cumbre, por más que, taxativamente, no fue incluído en la agenda, pero dado que, el tema central en las discusiones fue la lucha contra la corrupción y el gobierno de Maduro, como los de Chávez y todos los presidentes del llamado “Socialismo del Siglo XXI” llevaron tal flagelo a sus países a extremos inimaginables, entonces el dictador venezolano, sin estar presente en Lima, tuvo muchos cuentos que contar.

El caso Odebrecht y la ola de corrupción que, con el auspicio de Lula Da Silva y de Hugo Chávez, extendió por toda Sudamerica con la finalidad de corromper la democracia y abonar el camino del populismo y el socialismo, tuvo que ser examinado y citado más de una vez, pues Lula está preso y Maduro acaba de ser encontrado culpable por el TSJ en el exilio de su país y sometido a un dictamen de la Asamblea Nacional que seguro lo destituirá.

Pero, desde luego, que hubo otros temas en los cuales la presencia de Maduro se hizo inexcusable, y uno muy importante tiene que ver con la destrucción de la industria petrolera venezolana, en un tiempo la tercera del continente y la séptima del mundo y ahora a un tris de dejar de ser rentable, según es la caída de su producción (de 4.000.000 b/d hace 15 años, a menos de un millón y medio hoy), el deterioro de su infraestructura física, la pérdida de mercados, una deuda de más de 200 mil millones de dólares y una deserción de personal gerencial, técnico y laboral que ya, practicamente, la ha conducido a importar gasolina y gasoil.
Pero con la caída de PDVSA, también se desplomaron las industrias de hierro y aluminio, la agricultura y la ganadería, el turismo y las manufacturas a niveles que, para este año, la CEPAL fija el decrecimiento del PIB en -8 por ciento, sin contar la inversión pública y privada prácticamente desaparecida, un desabastecimiento en alimentos y medicinas que pasa del 70 por ciento y servicios públicos como luz, agua, educación, salud y transporte rodando hacia a cero.

Síntesis de la catástrofe, la hiperinflación que ya supera del 6000 por ciento anual, está pulverizando el valor del trabajo y el dinero y hace de Venezuela una sociedad muerta, donde no se produce casi nada, los empleos se abandonan porque resultan incosteables para empresarios y trabajadores y la visual en los pueblos y ciudades es la de multitudes hambrientas que vagan de un lugar a otro buscando mendrugos y limosnas con que medio alimentarse para sobrevivir.

Vigilados, eso si, por cuerpos represivos estatales del ejército y policías paramilitares y civiles, prestas a reprimir, ya sea asesinando ciudadanos, torturándolos, llevándolos a cárceles y condenándolos a juicios que no terminan nunca, porque, otra forma de “quebrar” a quienes se rebelan y se niegan a someterse al modelo, es ofreciéndoles una administración de justicia espurea, sujeta a dilaciones y postergaciones sin fin, a laberintos, como los que se leen en los cuentos y novelas de Franz Kafka.
En otras palabras que, con el comunismo marxista leninista, stalinista, maoista y castrista nos hemos topado, vertido en los odres de una propuesta simuladamente democrática, afectando preocupación por la suerte de los menos validos y favorecidos, cuando en realidad lo que se propuso fue utilizarlos como palenques de una monstruosa dictadura totalitaria cuyo resultado más cruel es la que crisis humanitaria que tiene a cinco millones venezolanos convertidos en refugiados que ruedan por países donde se ofrecen a acogerlos.

Horror que la “Madre de las Cumbres”, la de Lima, conoció de primera mano, porque son los países que lo están viendo, viviendo y sufriendo los que se reunieron, son los venezolanos que se han volcado desde todos los lugares del globo los que están contándola y los que exigirán se adopten acuerdos, medidas, y soluciones urgentes para que el genocidio venezolano termine, sus perpetradores sean separados del poder y llevados tribunales internacionales que los juzgen por sus crímenes.

Sabemos que, con todo el dramatismo, que con toda la urgencia que reviste la tragedia venezolana, la comunidad de países americanos representados en Lima, no tendrá a mano todos los intrumentos legales, ni menos los recursos físicos para tomar decisiones que se traduzcan inmediatamente en una presión sin regreso contra Maduro y su pandilla, pero si creemos que deben producirse los diagnósticos y las orientaciones para que los países, ya de conjunto o unilateralmente, actúen para que la dictadura empiece a sentir que sus días están contados.

En este sentido, es importante recordar el fracaso de los recientes diálogos entre la oposición democrática y la dictadura, tres intentos para llegar a acuerdos viables y constitucionales que le evitaran más sufrimiento al país, pero que Maduro y sus secuaces boicotearon demostrando que, su único plan con relación a Venezuela, es seguir despellejándola hasta convertirla en un masijo de huesos raídos que es en lo que ha terminado la desgraciada Cuba.