Lo que empezó con ímpetu y esperanza resultó ser un gran fraude, esa es la conclusión inequívoca tras todos los experimentos socialistas que el mundo ha conocido. Sin embargo, en el caso latinoamericano, ese dato evidentemente pasó por un oído y salió por el otro. A partir de 1990, los izquierdistas de la región, reunidos en el Foro de São Paulo, pensaron incesantemente en cómo relanzar su ideología fracasada tras el colapso de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín. Aunque la verdad es que no requirieron de mucho, pues por cosas del destino tuvieron un mesías en Hugo Rafael Chávez Frías, un líder carismático que, a partir de la renta petrolera venezolana, montó la pantomima de un nuevo socialismo, un socialismo “viable” o, como todos hoy lo conocemos, el Socialismo del Siglo XXI.
Con la asunción de Chávez en el poder se inició una ola de gobernantes del mismo sendero ideológico, resaltando entre ellos Lula da Silva en Brasil, los Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Pepe Mujica en Uruguay y el retorno de Daniel Ortega en Nicaragua. En su momento, todos estos personajes se erigieron denunciando la corrupción del pasado, enarbolando el populismo y poniendo de centro a la reivindicación social. En esos tiempos, todos estos líderes tuvieron sus parrandas dadivosas gracias a la petro-chequera del, hoy fallecido, mesías venezolano.
Ahora bien, ¿dónde estamos ahora en pleno 2018? ¿Qué ha sido del Socialismo del Siglo XXI? Chávez falleció y su sucesor, Nicolás Maduro, ha sido quien ha revelado la verdadera naturaleza mafiosa, totalitaria y vil de la Revolución Bolivariana; Lula da Silva se mudó a una lujosa celda en la cárcel de Curitiba; Néstor Kirchner falleció y ahora Cristina será juzgada por corrupción; Evo Morales se resiste a dejar el poder y está mostrando su rostro dictatorial; Rafael Correa es hoy un paria entre sus propios conciudadanos y será investigado por corrupto; Pepe Mujica, siendo el único sabio entre ellos, ha tenido por ahora la fortuna de desaparecer en el horizonte; y Daniel Ortega está emulando a Maduro en lo relativo a la represión y homicidio de su propio pueblo.
El conjunto de estas experiencias no hace otra cosa que reiterar aquello que cayó en oídos sordos. El Socialismo fue un fraude en el siglo XX cuando cobró cientos de millones de vidas por sus aberraciones, y, ya en el siglo XXI, no ha sido más que una caricatura anacrónica y cruel de algo que debió haber quedado en la centuria anterior. Así es como vemos que nunca hubo diferencia entre “viejo” y “nuevo” socialismo y que nunca existió tal cosa como el “socialismo reivindicado”. En lo que a Latinoamérica respecta, sea la Revolución Bolivariana de Chávez, la Revolución Ciudadana de Correa, la Revolución Indígena de Morales, o cualquier otra con cualquier nombre, todas sin excepción son hijas bastardas del mismo fracaso, del mismo error histórico fatal: la Revolución Cubana, a su vez hija bastarda de la Unión Soviética. Por ello, es que de haber diferencias entre el Socialismo del Siglo XXI y el Castro-Comunismo, sería a duras penas de matices o contextos políticos diferentes, por cuanto el gen totalitario, empobrecedor y aniquilador de la libertad es el mismo.
En este orden de ideas, debemos tener claro que el Socialismo en si es lo que ha sido y sigue siendo una amenaza regional. Desde que sus proponentes abandonaron a la lucha armada como medio de obtención del poder, esta ideología se ha tornado mucho más insidiosa, por lo que hoy por hoy cuenta con las más finas herramientas de manipulación y agitación. En tal sentido, el afán totalitario de los ideólogos socialistas es uno que nunca descansa, siempre está ahí, esperando, asechando, en la búsqueda de la conjetura política que le permita la consecución de sus fines. Una vez dada tal circunstancia, sus emisarios se venderán a sí mismos como el cambio que el país necesita, la respuesta a las querencias sociales y, en definitiva, el futuro que erradicará al pasado. Pero la dura realidad es que estos vengadores, al final del día, representan todo lo opuesto. Su único cambio es hacia peor. Enquistan y amplifican los vicios precedentes. Destrozan las instituciones democráticas. Implementan una relación de subordinación y dependencia entre los ciudadanos y el Estado.
Considerando la actualidad y las contiendas electorales que se avizoran en la región iberoamericana, es de suma importancia que el Socialismo del Siglo XXI no haga un retorno mediante los comicios presidenciales ni en Colombia ni México, porque la posible asunción en el poder de Gustavo Petro y Andrés Manuel López Obrador significarían un retroceso catastrófico, una marcha hacia atrás, cuando estábamos empezado a comprender que el resentimiento social, las prebendas y las soluciones mágicas no llevan a nada salvo a la ruina. En este punto, desde el norte hasta el sur de las Américas, los ciudadanos conscientes siempre dirán “no queremos ser como Venezuela”, mientras que otros tratarán al asunto como si fuese un cuento de terror que nunca les pudiese ocurrir. Inclusive así, como venezolano, les digo a los lectores, vengan de donde vengan, el legado del Socialismo del Siglo XXI es real, se refleja en familias devastadas, vidas perdidas y en una humillación nacional cuyo olvido es inaceptable.
@jrvizca