Si creen ustedes que los enemigos del Gobierno son personas como María Corina Machado, Antonio Ledezma, la Asamblea Nacional y especialmente los multihabladores e incansables viajeros de la MUD, permítanme sacarlos de su error. Esos no son enemigos. Son adversarios, opositores por terquedad, enfrentados porque no les han dado chance, como quieran ustedes llamarlos, algunos como Machado adversarios por conciencia, pero no son enemigos serios ni peligrosos, no tumban gobiernos en general ni a éste en particular.
Los enemigos son otros, los que van destruyendo al Gobierno no están en esa llamada oposición sino en otra que se oculta, se disfraza arteramente en este desastroso y patético carnaval comunista venezolano.
Como virus de algunas enfermedades lentas pero destructivas, permanecen sobrepticiamente, hacen ruido pero no suenan, hablan pero no se escuchan porque se funden en el sonido ambiental, se ponen sus chaquetas tricolores o las guayaberas rojas y no destacan dentro de la parafernalia socialista, mientras van royendo con extraordinaria eficiencia como esos moluscos bivalvos curiosamente llamados “bromas” que se aferran a los cascos de madera de los barcos, hoy en día artesanales, y se van comiendo la madera abriendo así auténticos túneles hasta que finalmente entra tanta agua a la nave que se hunde.
Esos terribles moluscos –“bromas”, vaya nombre- llamados teredos, están comiéndose la madera de este Gobierno y el capitán en Miraflores no parece tener idea no sólo de qué hacer, sino ni siquiera de que existan.
Son esos que tanto si roban como si nó –dejo esas especulaciones a otros opinadores más osados- hacen o, aún peor, no hacen, y dejan sin electricidad todos los días a los zulianos, o sin agua a Caracas, Valencia y otras capitales. No necesito decir nombres, todos los conocemos y ellos mismos se identifican para reconocer los graves problemas pero nunca para asumir las culpas.
Ésas las tienen siempre saboteadores que jamás son atrapados, extranjeros que dificultan o no traen los equipos necesarios, imperialistas perversos que quieren robarse el petróleo, el oro, las diversas minerías del país incluyendo esa nueva minería que no es de la tierra sino de computadoras que manejan la nueva ficción oficial de las criptomonedas.
Son siempre obedientes empleados e interesados cómplices del Presidente de Estados Unidos, de las implacables y codiciosas multinacionales, de una cosa abstracta e indefinible, pero como Dios presente en todas partes llamada por los castristas, los chavistas y maduristas, y por el comunismo internacional al cual se dedican a hacer fracasar donde llega, “derecha burguesa”, o “burguesía de derecha” o simple y confianzudamente “la derecha”.
Pero la realidad, la verdad verdadera, son los terendos criollos vestidos de rojo, los que se alimentan de la madera del Estado con el simple recurso de no hacer nada o de hacer todo lo que esté equivocado. Y son eficientes. Están hundiendo aceleradamente el barco petrolero, ya hundieron el metalúrgico, el de la seguridad de los ciudadanos, el de la alimentación básica, las medicinas y la tranquilidad de los ciudadanos. Y, claro, los de los servicios de electricidad y de agua.
Están en todas partes, pueden ser jefazos incapaces de resolver las grandes carencias, o modestos funcionarios que cobran comisiones a los pocos que regresan al país para que puedan pasar las medicinas que traen para sus familiares. Pueden ser civiles enchaquetados o militares que han confundido la función de las armas y no las usan para defender sino para agredir. O civiles armados que para defender al Gobierno agreden y enfurecen a los ciudadanos.
Y si el capitán de la flota cuyos barcos se están hundiendo uno tras otro, no sabe lo que está pasando, o lo sabe pero no tiene ni iniciativa ni ideas para quitar los terendos de los cascos, entonces debe dimitir, dejarle el mando a otro.
Lo acaba de hacer Raúl Castro, con una diferencia importante. El barco cubano no se está hundiendo, se hundió hace décadas, aunque sus oficiales sigan gritando, en medio del Caribe, que ellos no están hundidos, que lo que pasa es que bajo las aguas se vive mejor.