Algunos analistas están muy equivocados. Los venezolanos ya decidieron lo sustancial. No creen en las supuestas bondades del régimen. Saben que su esencia es perversa. Sufren en carne propia los desmanes de un sistema que se debate entre la corrupción, la complicidad y la prevaricación, pero no tienen al respecto ninguna expectativa de remisión. Tienen plena conciencia sobre el deterioro. Nada va a mejorar, ni la economía, ni la condición de la infraestructura, ni el régimen de libertades. Y además han llegado a la conclusión de que poco o nada pueden esperar de una oposición errática, plegada a la agenda del gobierno, sin iniciativa y poco dada a decir la verdad. Muy pocos siguen aferrados al fetiche de la unidad. Preferirían claridad de propósitos al mal avenimiento de líderes que han demostrado ser incapaces de construir y practicar un proyecto colectivo, sin caer en el despropósito de la zancadilla o el puntapié. Por eso la mayoría decidió, y no porque están siguiendo una línea partidista, que no hay ruta electoral para sacar al régimen del poder.
Este régimen es una revolución en proceso destruccionista. Para poder hacer realidad el legado de Chávez necesita echar abajo todas las instituciones burguesas. No pueden convivir con la división de poderes, tampoco pueden tolerar una economía de mercado plena, con empresas sólidas y respeto por la propiedad. No saben de alternancia o de pluralismo. Sus “falsas verdades” no son compatibles con el debate o el contraste con la realidad. En el camino han demostrado impericia tanto para destruir como para intentar lo nuevo. En ambos casos los costos son la principal amenaza a la estabilidad del proceso. Pero en eso consiste precisamente el comunismo, su fatal arrogancia y su trágica terminación. En el desprecio por el talento que los deja al margen de poder resolver cualquiera de los problemas, y la revalorización de la lealtad a la revolución que los hace presas fáciles de sus propios errores. Cuando un ferviente revolucionario está al frente de un problema técnico, que sepa de memoria las canciones de Alí Primera y los cuentos del arañero no van a servir de nada. O sabes o no sabes. ¿Y saben qué? ¡Nunca saben! Tampoco importa que el revolucionario sea un vivo, o que tenga un “talento especial para el saqueo”. Repito de nuevo, o sabes del tema o no puedes ir más allá de la desidia y la ignorancia que se confabulan para dejar sin agua a las ciudades, no poder resolver el problema del suministro eléctrico, ni siquiera manejar la logística de recolección de la basura de un pueblo del interior. Eso sí, todos ellos se muestran hiperexcitados si de lo que se trata es de llenar un teatro, vestirse del consabido rojo, y gritar consignas contra el imperio. Eso, ya lo sabemos, no ha resuelto una sola de las crisis, pero los ha mostrado tal y como son. La gente tiene al respecto una decisión tomada y una opinión asumida.
La crueldad no necesita una inteligencia especial. Forma parte de esas pulsiones presociales y de esos desarreglos de la conducta humana que pueden llegar a configurar la sociopatía. Trescientos mil muertos por violencia no pueden dejar en pie ninguna duda. Si al régimen le da lo mismo que haya luz o que prive la oscuridad. Si no le importa que poblaciones enteras carezcan de agua. O que los hospitales estén desprovistos de lo mínimo indispensable. Si no se conmueve ante la muerte por que no se encuentran vacunas o medicinas. Si no le asusta las nuevas embestidas de las viejas epidemias. Y si le da lo mismo que la gente se muera de hambre, tenemos que llegar a la conclusión de que sufrimos un régimen indolente y brutal. La gente lo sabe.
El régimen es la práctica de un mal radical que nunca nos ha debido suceder. ¿Cómo es posible que no los vimos venir? ¿Cómo pudimos aceptar tanta interpretación permisiva, tanta audacia en la tergiversación? ¿Cómo es que podemos seguir conviviendo con tanta connivencia? Con tanta cooperación maléfica no podemos reconciliarnos. No podemos perdonar a quienes han falseado las encuestas para beneficiar al régimen. Tampoco es posible olvidar a quienes con criminal sistematicidad han argumentado a favor de salidas imposibles. ¿Acaso vamos a dejar pasar que un conglomerado de intelectuales exquisitos lleva veinte años enmascarando al régimen, haciendo todo lo posible para encubrir la trama marxista, la confabulación con los cubanos, el desguace de los recursos del país, la sinvergüenzura de las expoliaciones, la escalada temeraria de persecución contra los disidentes, y el acoso a las empresas privadas?
Ahora que todos somos víctimas indelebles del régimen comenzamos a saber que en la política el asunto de unos es el asunto de todos. Tal y como lo sugería Clemenceau “la injusticia que se inflige públicamente a uno solo es asunto de todos los ciudadanos, es una injusticia pública”. La gente sabe que no puede seguir asomada al balcón del silencio mientras muelen a los otros que nos parecen tan ajenos. Se trata, por el contrario, de un esfuerzo disolvente que busca eliminar derechos y transformarnos en siervos. Solamente esa sensación de daño universal es capaz de movilizarnos y dirigirnos hacia el cambio deseable.
El mal radical se encarna en esta ideología excluyente y negadora de la dignidad humana. Ellos, los líderes del proceso asumen como cierto el sentido superior de su ideología, y en consecuencia lo que plantean es imponerla totalitariamente. Que nadie pueda sustraerse a la presencia intensa del régimen, ni siquiera para los aspectos más elementales. El marxismo te confisca la libertad y la atribución de construir e instrumentar tu proyecto de vida, e intenta sustituirlo por tu rol de masa en la revolución socialista. Para ellos eres un número, un código QR, un requisito para llenar una calle, un miembro del ejército del chantaje, que debe ir a simular elecciones fraudulentas, levantar la mano o desfilar cada vez que la tiranía necesite una puesta en escena. Pero, además este mal radical tiene como objetivo hacernos superfluos y prescindibles. Por eso mismo auspician la muerte y la desbandada. La gente lo sabe, por eso huye.
La gente tiene claro que este régimen no sirve y que es irreversible la tendencia a la miseria. También ha llegado a la conclusión de que hay cursos de acción inservibles, tales como las falsas negociaciones, los diálogos insulsos, las falsas candidaturas y las simulaciones electorales. Eso los prepara para asumir que superar esta infausta etapa requerirá de lucha más integrada y de esfuerzos más inteligentes. Y de tener el coraje para tirar por la borda el lastre que nos hace peso inútil.
Los consensos en la base social son muy amplios y muy sólidos. La gente sabe lo que quiere, tiene claridad en lo que quiere dejar atrás, y mucha conciencia de los caminos que quedan por recorrer. Por eso mismo el régimen está sometido a esa corrosiva soledad e indiferencia de las que reniega constantemente. El régimen y su falsa oposición van a tener que conformarse con los espejismos de la propaganda mientras el colapso hace estragos en su legitimidad.
@vjmc