Luis Alberto Buttó: Día de la Madre

Luis Alberto Buttó: Día de la Madre

Luis Alberto Buttó @luisbutto3
Luis Alberto Buttó @luisbutto3

 

Confiada, una madre espera por su hijo quien traerá a la casa una bolsa de alimentos. Es consciente que el contenido de lo cargado es prácticamente nada. Las cuatro cosas adquiridas a punta de sacrificios jamás cubrirán los requerimientos indispensables. Así son las miserias desde las que entienden a los necesitados los desvergonzados ahítos de poder y mundanidad. Pese a todo, espera. Por  momentos, la resignación se hace norma. Experta como se ha convertido en el difícil arte de la resiliencia, respuesta no buscada ante las mil carencias que la agobian, concluye que poco es preferible a nada. Tiene esperanza: ya habrán otras oportunidades; ya vendrán tiempos mejores. Pero, el final de esta historia de vida es otro radicalmente distinto al que ella deseaba. Las anheladas nuevas oportunidades no se presentan; el esperado tiempo promisorio no llega. El vacío temido se hace realidad espantosa, abrumadora, determinante. El crimen se atraviesa en las escaleras de la cuadra y a su muchacho lo asesinan para arrancarle lo que llevaba. El dolor pasa a ser ahora la única compañía. Dolor que por supuesto no cuenta ni se siente en los jardines donde sonríe la demagogia.

Simultáneamente, pero en circunstancias diferentes, la tragedia también ronda. En este caso, una madre vencida por el cansancio se deja caer en el suelo al no encontrar alguna desvencijada silla para sentarse. La noche entera la pasa en vela. Lágrimas amargas causadas por el temor que la devora le cursan el rostro que ya comienza a envejecer ante tanta angustia acumulada. A su lado, acurrucado en una fría cama de hospital, su chamito duerme la fiebre. Ella sabe. No necesita noticieros para comprender la realidad. La experimenta en carne propia. Ella sabe que no hay medicinas o que si las hay no le alcanzará el dinero para comprarlas. Sabe que no hay insumos. Sabe que hace mucho los equipos están dañados y sabe que los recursos necesarios para reponerlos se destinan a otros fines: bonos electorales, por ejemplo. No tiene más opción: se aferra a la confianza, invoca la solidaridad. Confía en el Dios al que le ruega no la abandone. Confía en los médicos que recurren a lo que puedan para honrar su juramento. Los médicos que resisten y no se marchan pues se niegan a imaginar sus batas corriendo en lejanas salas de emergencia. Confía que alguna mano la ayudará aportándole lo que pide, no por caridad y sí por humanidad. Imposible conocer el desenlace. Cada hora que pasa, ella, y miles de madres en condiciones similares, atraviesan el desierto de la desesperanza.  





La madre de más acá enfrenta una tristeza de otro tipo, también insondable. Tristeza del tipo no puedo abrazar a mi hijo porque está lejos, muy lejos, en el extranjero. Como a cualquier buena madre, el amor infinito la caracteriza. Las remesas no le importan, contrario a lo piensan los crueles que crearon las condiciones para que su familia se desmembrara. Lo que le arrebata el sueño es que su retoño, para no preocuparla, no le cuenta si se deprime, si las dificultades que encontró en otras tierras son inmensas y lo aplastan, si en la noche cuando habla con él está enfermo y prefiere ocultárselo. Cada llamada se torna en sobresalto. Cada mensaje es visto como presagio. Es madre, nació para cuidar y ahora se ve forzada a asumir que no puede prodigar cariño. Por no tener los recursos, el reencuentro deviene sueño postergado. Sabrá el destino hasta cuándo.

Hay celebraciones que duelen. Sólo cuando el mal sea borrado, volverán a tener significado.

Historiador

Universidad Simón Bolívar

@luisbutto3