La pobreza del debate político electoral concluido el pasado 20-M pareciera proyectarse con mayor fuerza en estos días. Todo sigue más o menos igual, pero un poco peor. Esto incluye, por supuesto, al régimen encabezado por un personaje funesto y negativo. Lo mejor que podría hacer es callarse, no dar más declaraciones y dedicarse a cualquier cosa distinta a ejercer la presidencia.
Pero lo que es igualmente empobrecedor de la política son las múltiples declaraciones de dirigentes de la oposición oficialista, de la que no lo es y de algunos opinadores profesionales, encuestólogos o aficionados al arte de decir más que de hacer. La inmensa mayoría no parece haber entendido que la impresionante abstención no fue causa originaria de ninguno de los fenómenos recientes. Ha sido la consecuencia de los múltiples errores y omisiones de todas las partes en pugna. Se demuestra, una vez más, la certeza de aquella vieja sentencia según la cual los pueblos son superiores a quienes pretenden dirigirlos. No siempre ha sido así, pero por lo que vemos en esta dura hora histórica adquiere plena vigencia.
La tragedia venezolana es dramática. El Estado de Derecho no existe y las instituciones fundamentales están destruidas. Todos los partidos, nuevos y viejos, en el gobierno o en la oposición, se han venido a menos. El ciudadano común va quedando a merced de los caprichos, arbitrariedades, corruptelas y violencia física e institucional de quienes más poder poseen, aunque sea circunstancialmente. Sólo tiene para protegerse el olfato y la intuición acumulada en base a la experiencia acumulada en el tiempo, especialmente en los últimos veinte años. Van quedando, la Asamblea Nacional por una parte y el Tribunal Supremo de Justicia legítimo, pero en el exterior. Ambos con extremas limitaciones condicionantes (¿?) para actuar de conformidad con las decisiones que adoptan en la dirección correcta.
De nuevo se plantea con fuerza el tema de la UNIDAD opositora. Será imposible sin clarificar el objetivo fundamental. Se trata del cambio de régimen en el menor tiempo posible tratando de evitar daños mayores a los estrictamente necesarios. Eso empieza con la salida de Maduro del cargo que detenta y la designación inmediata, no de un gobierno de transición, sino de un gobierno de emergencia para devolverle al país el ordenamiento necesario para la normalidad necesaria para funcionar adecuadamente.
No se trata de convivir con este régimen. Tampoco de cuidar espacios adquiridos ni de satisfacer aspiraciones parciales políticas o económicas. Quienes piensan en estos términos no son bienvenidos a esta lucha. Les pedimos, por favor que se aparten o que definitivamente tomen bando por el régimen que acarician o del que se dejan acariciar.
Estos criterios animan a millones de civiles y a muchos militares en expectativa vigilante. También a una Comunidad Internacional en idéntica actitud.
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