El pasado viernes el Gobierno venezolano, por medio de la presidenta de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), Delcy Rodríguez, anunció la excarcelación de 39 presos políticos en la sede la Cancillería, en el centro de Caracas, reseñó Alnavío.
Excarcelados más que liberados, puesto que en su mayoría siguen sometidos a medidas restrictivas que limitan su libertad para expresarse o moverse físicamente. Una muestra de cómo al régimen de Nicolás Maduro le cuesta renunciar a su propia manera de ser.
A continuación fueron presentados en ese recinto donde Rodríguez los aleccionó políticamente calificando el gesto oficial como: “Beneficios a procesados por violencia política son pasos importantes para la reconciliación”.
Curioso, puesto que la mayoría de los involucrados no han sido acusados o condenados por violencia política. De hecho, se los libera porque no se les considera una amenaza, subterfugio bajo el cual se los apresó.
Luego se supo que de las 39 personas beneficiadas sólo 19 lo eran por razones políticas, y de ellas ya tres habían abandonado los centros de reclusión meses atrás. Los otros 20 eran presos comunes que incluían a una dama detenida por estafa y un grupo de “colectivos” que agredió al diputado opositor Teodoro Campos en una actividad de campaña electoral.
Además, lo que lució más como una puesta en escena para apuntalar el relato oficial que un gesto de distensión política evidenció las duras condiciones físicas a las que los presos políticos han sido sometidos.
De todos ellos el más dramático es el caso del general Ángel Vivas, de quien se ha denunciado que ha sido objeto de torturas físicas que le han lesionado la columna vertebral. De hecho, este hombre de 61 años de edad luce mucho mayor luego de un año de reclusión.
En los pasillos de la Cancillería, en un gesto de rebeldía, Vivas pronunció un “¡Muera la tiranía, viva la libertad!”, que las cámaras de la televisión oficial no pudieron evitar que saliera en vivo.
Asimismo, dos días después, junto con otro grupo saldría excarcelado el diputado Gilbert Caro, también en condiciones físicas evidentemente disminuidas.
Si Maduro pretendía hacer un gesto de reconciliación nacional consiguió todo lo contrario.
Todo esto luego de la difusión del durísimo informe de la Organización de Estados Americanos (OEA) que señala al gobierno de Maduro por graves violaciones a los derechos humanos que documentan 131 asesinatos por fuerzas de seguridad o colectivos en las protestas de 2014 y 2017, 8.292 ejecuciones extrajudiciales entre 2015 y 2017, 12.000 detenciones arbitrarias y más de más de 1.300 presos por razones políticas (Ver más: 14 pruebas que implican al régimen de Nicolás Maduro en crímenes de lesa humanidad).
Como se podrá apreciar Nicolás Maduro y sus colaboradores tendrán que hacer mucho más para cambiar la imagen que el mundo democrático tiene de ellos. Pero no es esto último lo único que buscan.
Excarcelando a algunos presos políticos (un buen número, incluyendo los más emblemáticos, siguen privados de libertad) Maduro busca la legitimidad y la estabilidad que no le dio el proceso del pasado 20 de mayo.
Presión internacional, hiperinflación, crisis militar
Aquí está la clave de la cuestión. Porque detrás del doloroso drama humano hay una maniobra de sobrevivencia política. El cuestionado proceso electoral mediante el cual ha pretendido legitimar su permanencia en el poder ha avivado tres frentes que socaban su estabilidad: la presión internacional, la hiperinflación y la crisis militar.
En la primera, la liberación del misionero estadounidense de 26 años Joshua Holt ha sido el enésimo gesto de acercamiento que Nicolás Maduro ha enviado a la Administración de Donald Trump (el primero fue la donación de medio millón de dólares a su fiesta de inauguración en enero de 2017).
Sacar a la calle a varios de los compañeros de celda de Holt, así como a otros detenidos por causas políticas, es una señal para suavizar su imagen internacional y dar muestras de querer negociar.
Siendo todavía el principal cliente del petróleo venezolano y estando en territorio de Estados Unidos buena parte de los activos de la industria petrolera venezolana, así como los intereses personales de muchos de los funcionarios claves del régimen, Maduro necesita distender su relación con Washington.
No obstante, pareciera que en ese frente no hay perspectivas de avance dada la actitud del nuevo secretario de Estado, Mike Pompeo; así como tampoco con las demás democracias del continente.
Mientras tanto la imparable hiperinflación, que sigue socavando la estabilidad social del país, es ignorada por el Gobierno venezolano que sigue concentrado en maniobras de tipo político. De cara a la elección del 20 de mayo la cantidad de dinero en circulación aumentó más de cinco veces en los cuatro primeros meses de 2018.
Y por otro lado la inocultable crisis militar. En las últimas semanas más de 130 oficiales han sido detenidos (muchos otros sometidos a investigación), acusados de tramar un golpe de Estado. Esto ha creado un ambiente de persecución dentro de los cuarteles, algo que el Gobierno hace deliberadamente.
Al mismo tiempo demanda públicamente lealtad a los cuadros militares. Una señal clara del poco respaldo real de los hombres de uniforme a su “reelección”.
De modo que estamos en una situación en la cual Maduro excarcela a presos políticos vinculados a la oposición, a organizaciones defensoras de derechos humanos o a simples ciudadanos, luego de semanas deteniendo por medio de los organismos de inteligencia a oficiales activos de los cuatro componentes de la Fuerza Armada Nacional Bollivariana (FANB). Una paradoja: afloja la represión contra opositores civiles mientras la aprieta contra los militares, muchos de ellos identificados con el chavismo, que han sido hasta ahora su principal respaldo.
Obviamente, es en estos últimos y no en los primeros donde reside la amenaza a su continuación en el poder.
Sin embargo, todo esto indica que Maduro es consciente de sus problemas (que él mismo ha agravado) y por lo tanto es un recordatorio de que no se le debe subestimar. Contra todo pronóstico ha permanecido cinco años como gobernante demostrando la crueldad necesaria en todo déspota. Maduro sigue haciendo lo que mejor sabe hacer (probablemente lo único): sobrevivir en el poder.
Vía: Al Navío