José Luís Méndez La Fuente
Se suele decir que en política no hay muertos. Lo cierto de todo es que, cuando los hay, resucitan. En Venezuela sobran los ejemplos. Entre los más representativos se encuentran CAP y Caldera. La ambición y la perseverancia fueron, sin duda alguna, sus mayores virtudes; las mismas que en España han conducido a Pedro Sánchez, el flamante Secretario General del PSOE, a ocupar la presidencia del gobierno de ese país en poco más de un año, después de su triunfante regreso del destierro político al que los denominados barones de su partido, como se le dice allí a los caciques políticos regionales y, en general, la aristocracia socialista española, lo habían enviado.
Pero como ocurre con casi todo y aún más en política, la diosa fortuna a la que el mejor Maquiavelo nunca dejó al azar, pues la señalaba como una de las variables a tener en cuenta en los planes de cualquier príncipe que quisiera tener éxito en su empresa de conquistar o mantenerse en el poder, también se puso de su lado, para ganar una moción de censura que en otras circunstancias sería imposible.
Si bien la continua aparición en los medios de diversos casos de corrupción dentro del PP en las comunidades de Valencia y de Madrid, de los cuales la reciente condena a Eduardo Zaplana, exministro del gobierno de Aznar, a principios de este siglo, fue la gota que derramó el vaso, ya bastante sucio por cierto, para que la moción propuesta por Sánchez tuviera alguna justificación política, la verdad es que no fue más que una excusa. La fundamentación aparente para cumplir una mera formalidad ante el Parlamento, pues la verdadera motivación, la de fondo, la tenían los partidos independentistas que con un puñado de votos definieron el destino del viejo gobierno, pensando en sacar beneficio del nuevo, con pactos y acuerdos cuyos detalles no han sido aún desvelados pero que no son muy difíciles de suponer. La aplicación en Cataluña del Art.155 de la Constitución española y, en general, el año casi, que se ha llevado el nombramiento del nuevo gobierno regional catalán, con todas sus secuelas políticas, son las verdaderas causas que han llevado la moción del PSOE, con Pedro Sánchez a la cabeza, adelante.
Se puede afirmar, por lo tanto, que los partidos políticos separatistas catalanes y vascos fueron los que sacaron al PP del gobierno con los votos del bloque de la izquierda, PSOE y PODEMOS, y no al revés; pero sobre todo, con la ayuda del señor Sánchez que con su iniciativa supo leer para sí, el momento político que vivía el país y aprovecharse del mismo, esquivando de paso unas elecciones que no le favorecían.
Del lado contrario, Rajoy hizo una interpretación en clave de pretérito que ya no servía para el presente, basada principalmente en la creencia de que Pedro Sánchez había aprendido algo de su experiencia anterior al frente de su partido y de que, por ende, había un nuevo Secretario General en el PSOE con intenciones de estadista; pero se equivocó.
A unas pocas horas de haber salido del gobierno, seguros estamos de que Mariano Rajoy una de la lecciones que ha aprendido es la de que no se puede hacer arreglos con los independentistas, aunque sean del PNV, y mucho menos confiar en un dirigente con ansias de poder como el viejo Secretario General del PSOE, por más renovado que parezca, corbata incluida. La otra lección aprendida, no menos importante, fue la de cómo aplicar eso que hoy en día se conoce como “timing” y que Maquiavelo ya aconsejaba en sus escritos como la condición esencial para poner en práctica cualquier plan o acción exitosa.
Resulta obvio para cualquiera que no esté en la cima del poder que, desde hacía meses, llamar a elecciones era la mejor opción para España, para Rajoy y para el PP. Una mucho mejor, al menos, que enfrentar una moción donde la caída de su gobierno era el principal aglutinante de la oposición y su único incentivo. Una caída fácil de prever, que anunciamos en nuestro artículo titulado “Vodevil español-catalán” de mediados de enero pasado.
Para quienes piensan que, a pesar de todo, la presidencia de Rajoy era la menos dañina para los intereses de España como un todo, a falta de mejores candidatos en la izquierda para gobernarla en medio de una terrible crisis política como la de Cataluña, la llegada al poder del señor Sánchez mediante la aplicación de los mecanismos del juego parlamentario, sin elecciones de por medio y blandiendo la premisa, al mejor estilo “crickiano”, de que el dialogo y el consenso lo son todo en política, solo sirve para abonar el terreno al separatismo vasco y catalán que pronto le pasarán factura al nuevo presidente. Pagar esa cuenta o rechazarla de plano, son las dos alternativas que tiene el gobierno socialista de Sánchez. La primera, con matices o sin ellos, sería lo mismo que jugar con fuego; la segunda colocaría a Sánchez en una situación similar a la de Rajoy.
Si los españoles del resto de la España no independentista, prefieren una posición concisa y coherente frente al secesionismo, como lo indica en las encuestas su gran preocupación por este problema, lo más sensato sería que Sánchez, que apenas cuenta con ochenta diputados propios, alcanzado como ha sido su objetivo de ser presidente, convoque unas elecciones generales, prontamente, con el fin de que sean los ciudadanos, con su voto, quienes decidan si lo ratifican en el cargo o, por el contrario, debe ser otro quien dirija los destinos de España en un momento tan delicado como éste.
@xlmlf