La hiperinflación en Venezuela y la consecuente caída del ingreso de las familias, está propiciando una situación de hambre no conocida en el país una vez superadas las guerras civiles a comienzo del siglo XX. Un buen patrón de comparación es aquel que relaciona la canasta alimentaria con el salario básico más el bono de alimentación. Al cierre de mayo de 2018, el salario básico más el bono de alimentación cubría apenas 1,5% del valor de la canasta de alimentos para una familia de cuatro integrantes. Pero generalmente la familia, salvo las más pobres y depauperadas, devenga más de un salario. Consideremos un grupo familiar con cinco salarios básicos y bonos. En este caso, la remuneración apenas cubre el 7,0% del valor de la canasta alimentaria. El gobierno ha tratado de compensar esta situación con un conjunto de bonos y con una bolsa de comida distribuida casa treinta días. Esa bolsa contiene fundamentalmente carbohidratos y muy pocas proteínas.
Esta situación ha determinado que cerca del 80% de las familias no tenga acceso a una alimentación adecuada con lo cual los niños presentan un estado de desnutrición que está llevando a la deserción escolar y a que los jóvenes busquen trabajo a edad muy temprana para poder comer. Otros están ya en la mendicidad y las niñas en la prostitución. Hay familias pobres que en lo que ha transcurrido de 2018, no han consumido un kilogramo de carne de res, de cerdo y mucho menos pescado. La proteína más barata, el huevo, se ha encarecido tanto que un cartón contentivo de treinta unidades equivale a dos salarios mínimos. Mientras esto sucede, una cúpula corrompida en el poder todo lo tiene y nada le falta. Tienen disponibilidad de dólares suficientes, las medicinas no es problema para ellos porque con una llamada al consulado respectivo, la tienen disponible de inmediato. El régimen arruinó a Venezuela y provocó la generalización del hambre.