En un pequeño ataúd blanco junto a una cruz de flores amarillas, reposa el cuerpo del bebé muerto de un disparo en la cabeza durante un ataque de fuerzas del gobierno en Managua. A su alrededor, familiares y vecinos corean: “¡Justicia!”.
AFP
El pequeño Leonardo, un morenito de 14 meses, falleció en brazos de su padre en una calle cuando en la mañana del sábado policías, parapolicías y paramilitares entraron a una universidad y a barrios de la capital con gran violencia, con saldo de al menos cinco muertos.
“Espero justicia; sé que no se va a dar, pero la justicia de Dios llegará tarde o temprano”, dijo con aplomo la madre Karina Navarrete, que también tiene una niña de cinco años.
La pareja y sus dos niños iban a casa de la abuela paterna a dejar al bebé para que se lo cuidaran, porque Karina trabaja como empleada doméstica. “De pronto nos comenzaron a disparar y me le dieron en la cabeza a mi bebé”, relató la mujer a la AFP.
“Nadie me contó. Yo los vi. Eran policías que nos empezaron a disparar. Yo lo confirmo delante de cualquiera que fueron policías”, aseguró la mujer ante las cámaras de la prensa en su casa en Villa San Jacinto, en Managua.
Karina aseguró que en esos momentos no había enfrentamientos con manifestantes, pero sí estaban los policías y paramilitares en el lugar.
“Esperaron que pasara alguien para disparar y me le dieron en la cabeza al niño (…) salimos corriendo a pedir ayuda pero nadie nos quería abrir porque estaba la policía”, aseguró la mujer.
Ante la conmoción que provocó esta muerte en el país, la Policía emitió un comunicado en el que negó ser responsable y acusó de la muerte del niño a “delincuentes” que “asedian los barrios”.
Los ataques represivos ocurrieron en al menos seis barrios del oriente de la capital y en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), en el suroeste.
“Ahogado en sangre”
Cerca de Villa San Jacinto está las Américas I, donde sus vecinos, apesadumbrados y enojados al mismo tiempo, denunciaron que les cortaron la luz durante los ataques desde la noche del viernes.
En una vivienda de las Américas se celebraba el velorio de José María Orozco, de 65 años, quien padecía trastornos mentales y salió a la calle sin medir los riesgo, dijeron indignados amigos y familiares.
“Él no andaba metido en nada. Su loquera era andar en la calle. Cuando miramos fue que lo traían con la bala adentro, lo quisimos llevar al hospital pero (los policías) no nos dejaron pasar. Él se estaba ahogando en sangre”, dijo una vecina que omitió su nombre.
En la pista de acceso al barrio decenas de policías enmascarados y con fusiles de asalto resguardaban la vía donde fueron quitadas las barricadas en el violento operativo.
Los policías y paramilitares “entraron volando bala y andaban con un dron para vigilarnos (…) lo que hicimos fue correr porque estábamos desarmados, solo teníamos morteros y piedras”, dijo uno de los jóvenes que estaba en la barricada.
“¡¿Sospecha de suicidio?!”
Las protestas iniciaron el 18 de abril contra una reforma al sistema de pensiones que luego se generalizó a otros sectores en repudio a la represión, que deja más de 200 muertos en el país.
El activista del Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (Cenidh), Gonzalo Carrión calificó como “un día de terror en Nicaragua” lo vivido en los barrios y en la UNAN.
Al gobierno de Ortega “no le importa sacrificar la vida de cualquier persona”, opinó Carrión, mientras realizaba un recorrido por los barrios afectados.
En el velatorio del pequeño niño, su bisabuela Rosario Sánchez estaba devastada: “Esto es un dolor horrible, me parece mentira lo que le pasó a mi muchachito; cuando me dijeron me desmayé porque los nietos se quieren tanto como los hijos”.
Entre tanto dolor, Karina no salía del asombro al mostrar a la prensa el acta de defunción que emitió el hospital adonde fue llevado su hijo.
En el apartado de posibles causas de muerte, una equis tachaba insólitamente la opción: “sospecha de suicidio”.