La salida de Acción Democrática de la Mesa de la Unidad Democrática, o de lo que queda de ella, refleja la alarmante crisis que afecta a la dirección opositora. Resulta evidente que esta desintegración, que parece una desbandada, según todos los indicios, se debe a las continuas derrotas y fracasos sufridos por los dirigentes. Los errores de cálculo. El optimismo ingenuo. La fe ciega en salidas milagrosas o en hechos portentosos que no aparecen en el horizonte, influyen en esa imagen de frustración que proyectan nuestros conductores.
La fragilidad opositora contraste con la aparente fortaleza del régimen. La camarilla gobernante, a pesar del desastre que ha desatado y de sus inocultables grietas y rencillas personales, parece cohesionada e imbatible. Los obscenos aumentos de sueldo a los oficiales, la ratificación por tercer año consecutivo de Padrino López como ministro de la Defensa y los minúsculos movimientos que se produjeron en la cúpula castrense, muestran la sólida alianza tejida entre los rojos y los uniformados. Este es un gobierno más militar-cívico que nunca antes. La institución castrense se erigió en la columna central sobre la cual se soporta todo el muro bolivariano y el socialismo del siglo XXI.
La evidencia indica que frente a la unidad tan férrea del gobierno, debería haber una unidad igualmente granítica de la oposición. Por paradójico que parezca, esta no es la conclusión lógica a la que llegó Acción Democrática. Todo lo contrario. Partió del principio stalinista según el cual las divisiones -o depuraciones- fortalecen. Extraña conclusión, pues desde hace dos décadas los oficialistas han demostrado hasta la saciedad que han logrado preservar el poder, en medio de tanta incompetencia, corrupción, aislamiento y condena internacional, exclusivamente porque han sabido sortear sus dificultades internas y agruparse en torno al único objetivo común que los reúne: mantenerse encadenados a Miraflores.
Los argumentos esgrimidos por los voceros del partido blanco resultan insólitos. Unos dicen que no soportan la “hegemonía” del G-4. ¿Cómo? O sea, no toleran su propia hegemonía, pues los adecos siempre han formado parte del cogollo más reducido de la MUD. Otra razón: dentro de la MUD no es posible llegar a acuerdos. ¿Y entonces? Si no logran acuerdos con sus socios, ¿cómo aspiran los señores de AD a ejercer el gobierno, si el país que les tocará dirigir en el futuro, una vez el madurismo dé paso a una opción democrática, quedará fracturado en numerosos pedazos que habrá que recomponer y con los cuales será muy arduo llegar a convenios negociados? El ejercicio unitario tiene que partir de afianzarse con los aliados naturales: aquellos grupos con los cuales compartes el proyecto democrático y las ideas básicas de los cambios que deben impulsarse. Las prácticas conciliadoras tampoco las toman en cuenta.
Lo que resulta más sorprendente es la forma como AD le anunció al país que dejaba la MUD, pero sin “divorciarse” de ella: lo hizo de forma intempestiva, unilateral e inconsulta. AD, entre otras razones, no apoyó la candidatura de Henri Falcón en las elecciones presidenciales de mayo pasado porque el excandidato había decidido acudir a esos comicios sin consultar, ni tratar de convencer, a las organizaciones integrantes de la alianza. La incongruencia es obvia. Hoy no puede invocarse como razón, lo que hace apenas unas semanas se condenaba. Si romper la unidad era un error antes, sigue siéndolo ahora.
Pareciera que detrás de todo es este entuerto se encuentra la posibilidad de la participación de AD en los comicios municipales previstos para el 9 de diciembre. Si ese fuese el motivo real para desprenderse de la MUD, las acrobacias de la dirigencia adeca no se justifican. Bastaba con plantear el debate dentro de la instancia unitaria, fijar una posición y tratar de ganarse la mayoría para que todas las agrupaciones decidieran concurrir a esa cita electoral. No era necesario escribir una comedia.
El resultado final se reduce a que tenemos una nación desmoralizada y perpleja frente a la destrucción sistemática que el régimen perpetra. Mientras tanto, nuestros dirigentes se dividen en un archipiélago de pequeños feudos, donde no existe ni la menor posibilidad de reunir la fuerza necesaria para desplazar a los verdugos del país. La ausencia de una alternativa frente al caos representa el drama más profundo que vivimos los venezolanos. Nuestros dirigentes no están divorciándose de la MUD, sino de Venezuela. Avanzan hacia la disolución.
@trinomarquezc