Esta frase la repetía constantemente, junto al reto a otro campeón mundial de su misma categoría pero del Consejo Mundial de Boxeo y la solicitud de la bendición a su mamá. Fue el segundo venezolano en alcanzar un título mundial – el de los semipesados- de la Asociación Mundial de Boxeo. Vicente Paul Rondón quien había nacido en Barlovento después de una vida sumamente complicada y una accidentada carrera había logrado la hazaña que para esa época era la máxima aspiración de quienes practicaban el deporte de los puños.
Dos décadas después el campeón culminó su vida en medio de la miseria, víctima lamentable de desequilibrios y enfermedades, lo encontré en varias oportunidades en tal situación en Carapita – donde residía – mientras recorrimos los barrios de Antímamo en actividades de nuestra militancia política.
También fue un 27 de febrero, pero del año 71, cuando logró el ansiado título. Un mes antes se había formalizado el nacimiento de una organización renovadora del pensamiento de izquierda, que había realizado una severa autocritica a la política desarrollada en la década anterior, rompiendo con las interpretaciones teóricas dogmáticas y las pretensiones hegemónice del llamado “socialismo real” representado por la Unión Soviética y sus aliados.
Los vientos renovadores se reflejaron en importantes sectores juveniles, la intelectualidad, el movimiento obrero de avanzada y en las barriadas populares de las ciudades; de allí se nutrió en sus inicios el Movimiento al Socialismo de otros tiempos. El del lenguaje y la propaganda irreverente, de los afiches de cuerpo entero, del Si Podemos compuesto por Theodorakis, el que editó un diario con el dinero obtenido por García Márquez al ganar el premio Rómulo Gallegos.
Otra izquierda posteriormente también incorporó la democracia como un valor esencial en sus postulados, otra jamás rompió con los viejos esquemas y algunos de sus representantes hoy están en el poder.
Estos recuerdos me vienen ahora a la memoria cuando con muchísima frecuencia oímos a los voceros del oficialismo pretendiendo desviar la atención de la gravísima crisis que vivimos, pregonando que somos los primeros o los mejores del mundo en diversos aspectos.
Repiten hasta la saciedad que tenemos las reservas petroleras más grandes del mundo, asoman la idea que en oro también ocupamos el primer lugar. Afirman que en lo electoral tenemos el mejor sistema automatizado del planeta, mientras que en países con mayor número de electores y sin máquinas se conocen los resultados en pocas horas, en Venezuela hay que esperar la madrugada o el día siguiente para saber los resultados desde la conocida baranda. Sin referirnos a las manipulaciones, trapisondas y trampas que caracterizan ahora estos procesos cada vez más opacos y menos transparentes.
Recientemente la flamante ministra de Asuntos Penitenciarios declaró de manera insólita -no es la primera vez- que tenemos el mejor sistema carcelario del mundo.
Es verdad que antes de la tragedia del mal llamado “socialismo del siglo XXI” teníamos una de las primeras empresas petroleras del planeta, una de las represas más grandes del mundo, las mejores carreteras y el mejor Metro de Latinoamérica, estuvimos a la vanguardia de la lucha contra el paludismo y otras enfermedades endémicas, estábamos entre los primeros exportadores de hierro, acero y aluminio, la educación pública de calidad se había masificado, la salud y los servicios públicos en general cumplían con los estándares mundiales, solo para citar algunos aspectos en los cuales estábamos situados en la vanguardia.
La retórica gubernamental, falsa y mendaz, desdeña los avances alcanzados en los gobiernos civiles, etapa en la que sin duda más progresó el país, para así ocultar los inmensos retrocesos como consecuencia de la implantación de un modelo fracasado universalmente y que nos ha conducido a una crisis sin precedentes en la Venezuela contemporánea, solo podrá ser superada por un cambio político que implica necesariamente el cambio del modelo económico actual.