“Me parece que al hacer el elogio de la locura
no estaba yo loco por completo.”
Erasmo de Róterdam
¿Quién tiene las respuestas?
¡Qué enredo! De verdad, qué caótico absurdo el que nos estalla en la cara, como absurda e injustificable es también nuestra agonía nacional.
Volví en mí la semana pasada para hallarme sumido en un despelote político de características –otra vez– apocalípticas. ¿Cómo salir de él? ¿Quién tiene las respuestas? ¿El nuevo líder de la oposición?
¿Henry Falcón?
De manicomio
No creo que ningún político venezolano de oposición haya acertado una estrategia conveniente para salir de la lepra chavista. Ninguno. De lo contrario no estaríamos atrapados en esta desconcertante trampa política. Y en ella nos hayamos todos, asfixiados, desgarrados, agónicos, cayéndonos a empujones y mordiscos entre nosotros por arrebatos de desesperación e ira. Es comprensible el desencuentro, pero debe cesar.
La reunión entre Falcón, Ramos Allup, Rosales y Capriles fue un encuentro –otro más– en el manicomio venezolano. Sólo eso. No debemos irritarnos, busquemos simplemente otras respuestas. ¡Ofrezcámoslas! ¿Las hay?
Para mí la única es la rebelión popular total, así los pueblos en su locura han alcanzado la libertad.
¿Nos vamos a arrechar por eso?
Que los locos se reúnan en un rincón sombrío de la realidad política nacional, discutan aplomada y sesudamente sobre el destino del país, digan que hay que negociar –otra vez– con unos criminales porque éstos –los chavistas– ahora sí están conscientes del daño que han causado, es un auténtico acto de locura. Otro más.
¿Nos vamos a arrechar por eso? ¿Nos vamos a molestar con el loquito que habla de diálogo, elecciones y negociación porque ahora –otra vez– siente que es la reencarnación de Neville Chamberlain?
Yo no.
El otro loco
En un acto sin duda demencial, todos estamos locos, reuní artesanalmente testimonios, imágenes y videos para mostrar que el chavismo es la peste del siglo XXI por sus crímenes políticos, la hambruna y la inédita ruina que ha causado al país, y un loco como Tulio Hernández, otro loco, un mediocre y cómico “sabio” del psiquiátrico intelectual venezolano, uno de esos que aúlla frente al espejo y danza en ineptos círculos enlodados de prejuicio y furiosos lugares comunes, que se la pasa lanzando vacías proclamas a una multitud inexistente, y se rasguña, y se golpea y se sacude desquiciada y frenéticamente a sí mismo intentando deslastrarse de los monstruos fantasmales del capitalismo que lo acosan y persiguen, ve en mí al verdadero ogro filantrópico de nuestro tiempo (cada loco con su tema). Río con desdén para no despreciarlo, ese delirante necesita que su gran amigo Jorge Rodríguez (la hiena) lo medique; de verdad, lo necesita. A estas alturas, ese apocado “intelectual” de circo justifica el chavismo. Carajo, hay que echarle bíblicas bolas.
¿No estamos loquísimos?
La epidemia de demencia
¿Quién se puede molestar contra un loco porque dice disparates? ¿Quién lo agarra por el cuello, lo batuquea, lo increpa y maldice por actuar como demente? Sólo un loco. Y Venezuela, entendámoslo, es una formidable locura. Todos los estamos. Hay una epidemia de demencia.
Por eso yo trato las babosadas de los locos con compasión, muchísima piedad, algún dejo de clemencia, pero sobre todo ternura. No me enojo, los atizo: me divierten. No es desprecio lo que siento, entiendo que son rarezas ridículas del circo nacional que en gran medida auspiciaron y fundaron las bases delirantes del chavismo. Cuando los veo los despeino con cariño, les agarro el cachetito, celebro sus absurdos, me río y me retiro mientras los dejo dar ineptos y delirantes círculos sobre sí mismos.
En el atroz horror venezolano, ellos son los zorros viejos del estancamiento ideológico, se ven al espejo y aúllan: ¡Auuuu!, expresan magistralmente su poquedad.
El único acto de conciencia que nos queda
Pienso que la crueldad y cinismo chavistas nos ha aturdido a todos; repito, a todos. Me incluyo. Somos un enorme manicomio de vociferantes; las heridas no hablan, gritan. Al menos yo vocifero contra el chavismo como un acto de conciencia, ni lo justifico ni lo excuso (no estoy tan loco), lo acuso. Quiero –con todo mi ser– erradicarlo.
La rebelión popular total, la desobediencia civil nacional, la ira del pueblo organizada para liberarse de la tiranía chavista, apoyada por una intervención humanitaria extranjera, es probablemente el único acto de conciencia que nos queda como país para alcanzar la libertad.
¿Lo organizamos o seguimos elogiando a la locura dando delirantes círculos ineptos sobre nosotros mismos?