Venezuela necesita líderes de probada honradez en todos los aspectos. No robar ni estafar, no caer en peculado de cualquier característica, no mentir ni engañar independientemente del propósito de las acciones, no son suficientes para acreditar la honestidad que la hora reclama. Lo importante es que los dirigentes, tanto del régimen como de la oposición, de los sectores económicos, sociales y hasta religiosos, hablen de acuerdo a lo que de verdad piensan y actúen en consecuencia con lo que dicen. Por supuesto que todo es importante, pero estas consideraciones son fundamentales.
Se trata de llevar una vida ejemplar que pedagógicamente sirva de ejemplo para la formación de las nuevas generaciones de compatriotas. Ya basta del disimulo y la mentira que caracterizan las conductas de demasiados dirigentes. Esta es la razón más importante del deplorable estado en que se encuentra la nación. La tendencia hay que revertirla hacia lo positivo sin más pérdida de tiempo.
Lo indispensable es tener claro el objetivo de cada una de las luchas que se están librando. Unificar todo lo posible para alcanzarlo y descartar, al menos por ahora, lo que perjudique. Lo primero y principal es liquidar al régimen lo cual pasa por la liquidación del gobierno y, por supuesto, la salida de Maduro de la posición que ocupa. Estoy convencido de que para lograrlo no son necesarios muchos protagonistas de primera línea. Tampoco excesos de valor. Pero las acciones deben encabezarlas personas justas y honradas que por el sólo hecho de estar, le den trascendencia y seriedad a la acción.
Es hora de definiciones irreversible. Tenemos una comunidad internacional esperando por nosotros. Las contradicciones internas, en todos los frentes, son como baldes de agua fría que le estamos lanzando con demasiada frecuencia. No olvidemos que la “imparcialidad” es, con frecuencia, el disfraz tramposo de los oportunistas.
Más de una vez hemos dicho, hoy lo repito, que este pueblo pacífico y cívico tiene que ejercer su derecho a la legítima defensa. Nadie podrá censurarlo por apelar a cuanto instrumento esté disponible para tal fin. El proceso de destrucción nacional, de disolución de la República, tenemos que detenerlo antes que sea demasiado tarde y no es precisamente tiempo lo que nos sobra.
El régimen profundizará en cuanto al uso de la violencia física e institucional para mantenerse. Sin Estado de Derecho ni Constitución, la confrontación irá adquiriendo características dramáticas que debemos asumir. Es criminal e irresponsable quien promueve una guerra que se puede evitar, pero tanto o peor es la conducta de quienes se abstienen de asumirla cuando es inevitable. Tal es el caso de la Venezuela actual. El cáncer que la liquida destruyendo órganos vitales, tiene que ser extirpado de manera resuelta y definitiva.
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